La mano que apretaba la suya se movió lentamente, deslizándose hasta su rostro. Él permitió el contacto, sintiendo el frío helado de los dedos de Alysa. Con un gesto preciso, la tomó y le colocó uno de sus anillos, aquel que era capaz de atraer a cualquier espíritu errante, el que conectaba el mundo de los vivos con el de los muertos. El peso de los anillos que solía llevar consigo era un presagio, un recordatorio de los pactos olvidados, de las viejas deudas que no se saldan con el tiempo. —Me ayudarás a darle lo que se merece —murmuró, su voz un susurro gutural que resonó en la habitación vacía. Tomó una de las sábanas menos sucias y envolvió el cuerpo de Alysa con ella, mientras comenzaba a susurrar el conjuro con una precisión enfermiza. Las palabras fluían con crudeza en un lenguaj

