Sumida en el desconcierto, la confusión y la incertidumbre, miró las maletas junto a la cama. «Me dejó elegir… pero solo porque sabe que no puedo irme. ¿Qué es mejor? Lo tengo todo y, al mismo tiempo, no tengo nada. Quiso matarme, y anoche… anoche me tomó como si me amara…» Se acercó al ventanal. Acarició distraídamente la cuerda dorada que sostenía el cortinaje, y sus ojos se perdieron en el horizonte: la mañana desplegaba sus tonos suaves, del rosa al naranja, como una caricia extendida sobre los edificios de la ciudad. Permaneció así, inmóvil, hasta que la irrupción de varias camionetas negras rompió la calma. Desde su altura, divisó a Adrik salir junto a Magno. Él tomó el asiento del copiloto en una de las unidades, mientras Magno se subía al volante. El resto de las camionetas lo

