Tania había llegado sin inconvenientes a casa. Dejó las maletas en su habitación y se dio una ducha. Ya aseada y cómoda, comprobó que Lenet no había mentido: no había rastro de ella. —¡Rayos! Estaba segura de que era una crisis, pero se fue de verdad… ¿Estará con Alonso? Ni modo, tendré que llamarla luego. Preparó té para llevarlo a su escritorio. Tenía informes pendientes, así que encendió la computadora. Pasaron unos veinte minutos cuando escuchó que llamaban a la puerta. Tomó un sorbo antes de ir a abrir. Al hacerlo, se encontró con un hombre alto, de buena complexión, aunque no musculoso. Sonrió al verla a los ojos. Tenía una sonrisa seductora en los labios. —¿Qué tal, señorita? Tania notó su acento: no era el de un norteamericano nativo. Cabello oscuro, ojos castaños, rostro perf

