Adrik avanzó con paso firme hasta la entrada principal. Cruzó el umbral y, por primera vez en su vida, permitió que la curiosidad guiara sus ojos. En el salón principal, se detuvo a observar detenidamente cada escaparate y vitrina. Como un niño embelesado, recorrió con la vista las piezas de cerámica, armas, escudos, cascos, grebas y lebes, terracotas ornamentales, urnas, dagas árabes, joyas, pinturas, metopas, episemas y esculturas de piedra y bronce. Era el visitante que más se acercaba a los vidrios templados, observando con detenimiento los objetos extraídos de antiguas excavaciones: recipientes, joyería y juguetes. Entre las reliquias, destacaban trípodes, figurillas y placas decoradas que alguna vez fueron ofrendas a los dioses. Sin embargo, de entre todas las piezas, una en partic

