Una gran ira se expandía por todo su cuerpo, rompiendo el frágil equilibrio de la poca cordura que le quedaba. Lenet, desgarrada por la agonía y el impacto brutal, solo deseó una cosa: tener un arma y dispararle a Adrik en la frente.
Pero no podía hacer nada. El hombre con quien en verdad quería un futuro había sido ejecutado, arrancado de ella y de toda posibilidad para siempre.
Por primera vez desde que comenzó todo, Lenet —arrastrada contra su voluntad— deseaba de verdad escapar. Alejarse del tirano que, con una belleza casi irreal, supo deslumbrarla.
Nunca entendió del todo la naturaleza de ese espíritu oscuro, forjado para la guerra y la supervivencia. Un hombre que sabía hacer acuerdos, pero no ceder. Alguien que sin temor había confesado ser un verdadero verdugo. Un ser que no to
