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Pacto Imperfecto de Amor

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Blurb

La complejidad del amor, la traición y la redención.

Samuel, un hombre dedicado a su carrera y comprometido con su éxito profesional, descubre accidentalmente a su esposa Noemí siéndole infiel con un hombre llamado Enzo en una cafetería cercana. La escena impactante sacude a Samuel hasta lo más profundo, ya que nunca sospechó que su matrimonio podría estar en peligro.

A medida que la verdad se revela, Noemí admite que su motivación para la infidelidad fue el sentimiento de abandono que experimentó durante su matrimonio. Samuel, que hasta ese momento había puesto su carrera por encima de todo, se ve obligado a enfrentar la dura realidad de cómo sus prioridades han afectado a su relación con Noemí.

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La Infidelidad
Narra Samuel Siempre he tenido la firme convicción de que todos necesitamos un plan para cubrir cualquier contingencia, aunque, evidentemente, el problema es imaginar todas las situaciones que se pueden dar en tu día a día. Por eso, cuando vi a mi esposa besar a otro hombre en la cafetería del centro comercial no supe reaccionar. Nunca hay un plan para una infidelidad porque nunca te la esperas. No hubo reacción violenta, de hecho, no hubo reacción. Lo vi y permanecí oculto, me alejé unos pasos, quería cerciorarme de que no se trataba de un error y no, no se trató de un error. Noemi, mi Noe, la mujer con la que llevaba viviendo 25 años estaba besando, no, devorando, a otro hombre… y sonreía. Se levantó del asiento y se dirigió al servicio para, apenas segundos después, volver a la mesa y antes de sentarse al lado de su acompañante introducirle una prenda en el bolsillo de la cazadora. Conjeturé que serían las bragas. El color de la prenda era rojo y Noemi seguía llevando las medias y el sujetador, el hecho de llevar falda prácticamente eliminaba cualquier otra posibilidad. Noemi se quitó su chaqueta y la colocó encima de las piernas de su amante y, mientras bebía del café con su mano derecha, deslizó su mano izquierda debajo de la chaqueta. El acompañante sonreía y cerró los ojos… se dejaba hacer. Yo, simplemente, no daba crédito. Noemi estaba masturbando a otro hombre en la cafetería Starbucks de nuestro centro comercial favorito. Me pregunté cuánto podría durar una paja antes de que el afortunado acompañante se corriera. Quizás cuatro o cinco minutos, no podían estar más tiempo, se notaría demasiado. Por otra parte, la duración de la masturbación hasta el orgasmo indicaría si llevaban mucho o poco tiempo juntos. Me acerqué a la barra y pedí un caramel machiatto, —¿A nombre de quién? preguntó la camarera — “Samuel Guillén”, respondí, “Le daré 20 euros de propina si lo dice bien alto cuando yo se lo indique señorita” — “Por veinte euros lo diré tan alto que se oirá hasta en Portugal” dijo sonriendo. Observé cómo Noemi aceleraba el movimiento y cómo la cara de su amante reflejaba la proximidad de la eyaculación. “Qué poco tiempo va a durar”, pensé, “Eso significa que llevan tiempo”. La eficaz camarera me entregó mi café, apoyé la espalda en la barra, justo delante de ellos, a unos diez metros y, de repente, Noemi detuvo el brazo izquierdo. Durante tres segundos no hubo movimiento, luego una bajada de mano, tres segundos más y dos sacudidas lentas, arriba y abajo mientras el cuerpo de su pareja sufría un par de espasmos apenas contenidos. Intuí que Noemi estaba recogiendo el semen recién descargado. Levanté la mano y el tiempo se detuvo, “SAMUEL GUILLÉN” sonó como un trueno en el Starbucks Café “SU CARAMEL MACHIATTO ESTÁ PREPARADO”. Y la vi. Y me vio. Sus ojos abiertos como platos me localizaron tras mirar alrededor de todo el local y descubrirme frente a ellos. Seguía apoyado en la barra, levanté mi mano a modo de saludo y le di un trago a mi caramel machiatto, sonreí y me dirigí a su sitio. Noemi, mi Noemi, se echó la mano izquierda a la boca, sorprendida, sin darse cuenta de que no había limpiado su mano. El esperma que impregnaba su zurda se posó en sus labios. “Joder”, me dije, “Menudo cuadro”. La comisura de los labios y la mejilla con semen, el amante con las manos debajo de la chaqueta, supongo que cerrando la bragueta y mirándome fijamente, casi disculpándose. Estaba claro que me conocía, sabía quién era yo. Me acerqué a ellos y me senté en su mesa. —“Hola, buenos días”, saludé, “Soy Samuel, el marido de la que te acaba de hacer la paja” —“Enzo, soy Enzo, compañero de Noemi”, me respondió totalmente desbordado por la situación. —“Vaya, Enzo, ¿tú no eras el profe de música?, ¿el enlace sindical? —“Sí, ese mismo. Estábamos discutiendo…” —“Déjalo, déjalo, sé perfectamente lo que estabais discutiendo. Mira, Enzo, dale algo a Noemi para que se pueda quitar tu corrida de la mano y, ya puestos, los labios” —“¿Eh?” dijo sorprendido Enzo —“Sí, hombre, dale las bragas que Noemi te ha metido en el bolsillo. Sé un caballero, joder. Es lo adecuado ¿no?” —“Sí, sí, claro” balbuceó el muy cretino “Toma, Noemi” —“Bueno, bueno pareja, yo me voy”, finalicé, “No quiero ser la carabina. Un placer, Enzo”. Y mirando a la que fue la mujer de mi vida dije: “Un placer, Noemi” Narra Noemí Si he de ser sincera, la verdad es que me sentí aliviada. Estaba harta de esconderme, de mentir, del sentimiento de culpabilidad que me embargaba cada vez que llegaba a casa. Sabía que, tarde o temprano, Samuel iba a descubrirnos. Últimamente me recriminaba las constantes ausencias que durante los últimos nueve meses y con una frecuencia de un día por semana se venían produciendo. Inventé reuniones sindicales, claustros, evaluaciones, entrevistas con padres y madres, reuniones para conseguir que nuestros dos hijos pudieran ir un año a Estados Unidos conmigo. Todo, para poder tener mi cita semanal con Enzo. Le deseaba, necesitaba tener su sexo dentro de mí. Jugar con él, experimentar, permitirle hacerme cosas que siempre negué a mi esposo. Tres años antes coincidí con Enzo en otro centro. Él era profesor de música, enlace sindical y todo un ideólogo, comprometido, tremendamente divertido y entregado a sus alumnos. No hacía distinciones, siempre tenía una sonrisa en la boca, no había problema que no solucionara y era atractivo. 1,80 de altura, delgado pero fibroso, su pelo n***o, rizado, caía por su nuca, sus ojos negros podían desnudarte. Supongo que la diferencia de edad que había entre nosotros despertó algún instinto maternal en mí. Sea como fuere, lo cierto es que me sentí atraída por él. La similitud de nuestra ideología me acercaba también. Ambos éramos defensores de la enseñanza pública, críticos con la privada y con la concertada. Éramos de izquierdas. Me enamoré de la pasión que ponía Enzo en su defensa sindical, en el ataque a la dirección del centro, más conservadora, y encontré en él al compañero ideal para acudir a las huelgas, porque “solo se puede ser de izquierdas si se es activo” como me decía siempre. Samuel también se definía de izquierdas, pero no iba a las huelgas ni a las manifestaciones… había perdido la fe. Y pasó lo que tenía que pasar. En un día cualquiera, allá por octubre, estando los dos de guardia nos encontramos en el salón de profesores y durante treinta minutos jugamos a amarnos, me besó el cuello, me mordió los labios, me desnudó, sentí el ímpetu de sus 33 años, su m*****o duro, fuerte, nervudo era un juguete en mis manos de 45 años. Mi joven compañero ácrata sabía lo que se hacía. Me desabotonó la camisa y comenzó a masajearme los pechos, lamiendo mis pezones, absorbiéndolos mientras pasaba su mano derecho por mi entrepierna. Dios, estaba tan mojada, tan necesitada, que me entregué totalmente. Sentir sus labios en mis pechos mientras me introducía dos dedos en mi coño me trasportó a un mundo de desinhibición. Me follaba con sus dedos y, aun así, conseguí bajarle el pantalón para que surgiera, en todo su esplendor, su pene. Lo acaricié, quería masturbarle, quería que se corriera en mi mano, quería sentir su semen resbalando por mis dedos para meterlos en mi boca y probar su leche, rica, caliente pero el masaje que me estaba dando en el clítoris empezaba a surgir efecto. Me corrí. Me corrí como cuando era una adolescente idealista, me corrí de la misma manera y con la misma intensidad que con Samuel y, nerviosa y temblando, me arrodillé y empecé a besar su glande. Primero un beso, luego, poco a poco, deslicé su c*****o en mi boca, jugué con mi lengua, recorrí la longitud de su pene, humedecí su m*****o una vez, dos, tres y volví a introducirme esa polla en mis labios. Arriba, abajo, arriba… abajo, sentí su mano sobre mi cabeza, dirigiendo la mamada que le estaba propiciando y me sentí hembra que satisfacía a su macho. Ni siquiera aparté mi boca cuando me avisó de su inminente corrida, esperé los inevitables latigazos de esperma que, sabía, llenarían mi boca, cuatro, cinco… estaba en el paraíso cerrando los labios, manteniendo toda esa leche, sin que se escapara una mísera gota y, orgullosa de mi recién descubierta habilidad, alcé la mirada y, con mi mejor cara de puta la, posé en sus ojos. Sonreí, abrí la boca, le enseñé toda la corrida que contenía y me la tragué. Juro que sentí todo ese semen recorrer el camino desde mi garganta hasta mi estómago donde se posó definitivamente y no miento cuando digo que noté cada uno de sus espermatozoides nadar dentro de mí. El ruido de la campana nos despertó de nuestro sueño y me sentí como debió sentirse Eva cuando un dios malvado la expulsó del paraíso. —“Esto no puede volver a pasar, Enzo” —“Tranquila Noe, lo entiendo, solo ha sido un calentón. Estás casada y por nada del mundo podría en peligro tu matrimonio pero es una lástima Noe, porque te quiero”. —“No me llames Noe, Enzo, llámame Noemi” Cuando llegué a casa me sentí libre y feliz. Muy, muy feliz Meses después Enzo cambió de centro y no volvería a saber nada de él hasta dos años después.

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