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Santa Bárbara

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Blurb

Bárbara fue una niña que lo tuvo todo, estudió lo que quería y a pesar de los esfuerzos de sus padres, siempre mantuvieron un nivel de vida que los colocó con rapidez en uno de los círculos sociales más prestigiosos de la ciudad, y con eso lograr conocer al amor de su vida.

Lástima que el sueño mágico se rompió una noche de la forma más cruel que se pudo. Ahora ahí, ante el hombre que le causó tanto dolor en una época, sólo pudo bajar la cabeza y aceptar lo que le pedía. Bárbara equivalía una firma, así que el tiempo que le quedaba no era mucho, con delicadeza dio media vuelta invitándole a la habitación, antes de cerrar la puerta sus subordinados la vieron sonreír.

Quince minutos después sólo una persona volvió a salir de la alcoba.

Curso de Escritura I: Girl Power.

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Universidad
Bárbara escuchó las risas de los amigos de Diego y como la señalaban las personas que minutos atrás le dieron la bienvenida haciéndola sentir parte del grupo que durante años la había rechazado, eso lo que consiguió fue que se metiera aún más entre las cobijas como si de un refugio antibombas se tratara. En medio de las burlas, en su cabeza lo único que se desarrollaba era lo sucedido hasta ese momento. No entendía por qué la noche que iba a ser tan especial en su vida terminó así, el sentimiento que tenía por él era real, se enamoró de Diego desde que lo vio en el salón de clases en primer semestre, procuró llamar su atención con lo único que sabía no podía fallar que era su inteligencia, sin embargo, cuando supo que su novia era Magdalena decidió abandonar la ilusión y seguir como su mejor compañera de clases. Algo que tampoco funcionó, ya que la chica era demasiado posesiva, y el desenlace fue que ella en esa ecuación se convirtió en el término que debió anularse. Finalizó su tercer semestre sin pena ni gloria, perdió una materia y tuvo que repetirla con estudiantes que ni siquiera le dirigían la palabra, y que aumentaban el sentimiento de tristeza por no ser perfecta, las chicas de ese curso parecían hechas por pedido, excelente cabello, cara, cuerpo y todas con suficiente dinero para comprarse cualquier cantidad de estupideces con las que cada clases que tenía con ellas hacían gala, ahí lo difícil era preguntar a quien le correspondía el rol de la cenicienta como en los otros cursos, y tras una exhaustiva revisión, se daba cuenta que ese título le pertenecía. Sobre los chicos, había uno en especial que le llamaba la atención, Murat Sinisterra, en las pocas ocasiones que coincidieron como compañeros de laboratorio, el joven le contó que su madre era amante de las novelas y la historia de medio oriente, y así decidió registrarlo con el nombre de uno de los protagonistas de moda en ese año. La verdad es que cualquier nombre que le hubiesen puesto le quedarían bien, él era la perfección física junto con su pareja, ambos lucían como una obra de arte encarnada. Al salir del salón se encontró con su amor imposible, una simple sonrisa bastó para caer en las solicitudes que a partir de ese instante llegaron. No le importaba que la utilizara, sabía que sus trabajos rotaban entre Christian, Oscar y German, pero con tal de recibir una simple caricia, su mundo estaba completo. Por eso cuando Nohora le extendió la invitación a la fiesta ella no se negó, eran amigas desde que ingresaron a la Universidad, se apoyaron en esos dos años, así que se iba a dar la oportunidad de comprobar lo que más de una vez en el semestre le había dicho Christian Bejarano, actual pareja de su compañera, que al fin Diego se había fijado en ella y que quería esa noche proponerle que fueran pareja. Los rumores en la universidad corrían con rapidez, por eso sabía que él y Magdalena terminaron y que la joven se cambió de universidad, aunque aparentemente nadie conocía la razón que ocasionó esa decisión, lo cierto es que tenía el camino libre para conquistar a su gran amor, y tener su “felices por siempre”. Bárbara procuró verse lo más bella posible la noche de la reunión, después de sacar toda la ropa del closet dejando de lado los pijamas y sudadera, se decidió por una minifalda rosada y una camisa blanca de seda que dejaba ver su mejor atributo, según su mamá, las largas y contorneadas piernas, y ocultaba el sobrepeso con el que luchaba desde niña. Comprobó que la lencería fuese la apropiada y escondiera esos “gorditos” de más que la mala ropa interior nunca ocultaba, sino que acentuaba. Pidió un taxi y a las nueve en punto arribó al apartamento que los tres amigos compartían en uno de los barrios exclusivos de la ciudad. Fue recibida con alborozo por una de las amigas de Diego, no recordaba su nombre, sabía que era algo así como la pareja s****l de Oscar que en medio de los jóvenes que bailaban en la sala se aproximó besando su mejilla para indicarle que Diego se pondría feliz de saber que aceptó la invitación, mientras se encaminaban al bar para pasarle una copa de aguardiente que bebió de una. En el instante que la música paró pudo ver a Nohora y quiso saludarla, pero la pelinegra negó con la cabeza siendo tomaba del brazo por Christian que parecía enojado, por lo visto el agarraron fue más fuerte de lo normal, ya que el gesto en el rostro de la chica reflejo dolor. La voz de Oscar convidándola a bailar distrajo su atención por unos segundos, suficientes para perder la pareja de vista, Bárbara no le dio más importancia y se dedicó a disfrutar de su primera fiesta desde que entró a la universidad. Tres horas habían pasado desde que llegó y se había divertido más de lo que creía, bailó, conversó con los invitados, y lo mejor, es que Diego se hallaba a su lado pendiente de todo lo que ella deseaba. —Quiero ir al baño ¿dónde queda? —cuestionó Bárbara a Diego que la sostenía con firmeza de la cintura. —Ve al de arriba —le susurró al oído—, mi habitación es la última del corredor y tiene uno privado. Bárbara asintió subiendo las escaleras del dúplex, al estar en el segundo piso vio la terraza provocándole curiosidad de cómo sería la vista de la ciudad desde allí, no importaba que estuviesen rodeados de edificios, la sola presunción de la montaña y la luna le resultaban intrigantes. En lo que caminaba hacia el lugar sintió los pasos de alguien que se acercaban, al voltear la cara de Magdalena le extrañó, sin lugar a dudas la chica estaba preocupada. —Por favor, te recomiendo que te vayas Bárbara, sal de aquí antes de que Diego suba. —¿Para dejarte el camino libre? —la voz de la castaña salió con un claro tono de superioridad—. Si lo de ustedes no resultó, no quiere decir que yo vaya a dejar de lado mi oportunidad. —Esto es una mentira Bárbara, yo no sé que te tengan preparado, pero si yo salí de la universidad fue por la culpa de Diego. —Magdalena no te voy a dejar el camino libre, al fin después de tanto tiempo se fijó en mí —en ese instante la mirada de resignación de la exnovia de Diego hubiese podido cambiar la situación a favor de Bárbara, pero estaba tan obsesionada con sus sentimientos que no se detuvo a ver más allá de lo que quería pasara. —Bien, esa es tu decisión, por lo menos no le digas que estuve aquí. Ni loca Bárbara iba a contarle a Diego que su ex se apareció para decirle que lo dejara, dio media vuelta y se dijo que, como ahora sus visitas serían más seguidas al lugar, ya tendría tiempo de disfrutar de la vista con el hombre que amaba. Entró a la alcoba y fue directo al lavabo, una vez se aseguró de haberse aseado y retocado el leve maquillaje y el peinado salió para encontrarse con Diego que la miraba con una sonrisa encantadora. —¿Sabías que tienes una piernas de infarto? —Bárbara sonrió afirmando con la cabeza—. ¿También sabes que es lo que quiero que hagamos ahora? Un nuevo asentimiento que le permitió al joven acercarla a su cuerpo y besarla, hasta ahí las cosas salían como Bárbara quería, pero las caricias debajo de la camisa que por ser ancha permitió que las manos de Diego entraran sin problema, fueron más allá de lo que pensó harían. —Tenemos dos años de conocernos, y después darme cuenta que te perdí el semestre pasado, me prometí que al tenerte a mi lado no dejaría que te escaparas nunca más. La palabras del chico que amaba se escuchaban tan sinceras, sus ojos estaban vidriosos como si fuera a llorar, Bárbara no sabía que decirle, era su cuento de hadas hecho realidad. Cuando saliera de allí iba a comprarle a Nohora lo que le pidiera con tal de agradecerle haberla convencido de ir a esa fiesta. —Yo…yo jamás… eres mi primera vez para todo Diego, yo jamás me había besado con alguien y menos lo que me estas pidiendo. —¿Eres virgen? —la expresión que le brindó el joven no supo si interpretarla como una burla o como alegría por la confesión que acaba de hacerle—. Esto se pone cada vez mejor. —¿Qué quieres decir con eso? —la respuesta fue un beso más apasionado y delicioso que terminó con las manos de Diego por debajo de la minifalda tratando de quitarle las medias, mientras la llevaba sin dejar su boca a la cama. Bárbara lo vio separarse para quitarle la ancha blusa y besar sus hombros y la parte superior de sus senos, no podía dejar de gemir, se tapó la boca al sentir que los hábiles dedos de Diego trataban de soltar el incómodo brasier de varillas que sujetaba su generoso busto, parte que su gordura siempre volvía un poco más voluminoso de lo que realmente era. Tan obnubilada estaba por las atenciones que recibía que no se dio cuenta en que momento quedó completamente desnuda, sus noventa y cinco kilos de peso a la vista del hombre que se fijó en ella sin importarle lo obesa que podía ser. Diego alejó de la cama la prenda intima que por mucho era más grande que las de sus otras conquistas, debía reconocer que a pesar del sobrepeso, las carnes de Bárbara eran firmes y la piel de color trigueño claro suave al tacto, y que decir de su cabello, el ondulado era leve y de un chocolate que contrastaba perfecto con su piel y hacia par con sus ojos. Sacudió la cabeza alejando los pensamientos que tenía de aplazar lo que tenía planeado, pero al darle una segunda mirada a la mujer en su lecho, supo que por más atributos que tuviese incluida la virginidad, no se acostaría con una gorda sabelotodo. Por eso cuando Bárbara le pidió volver a su lado, lo que hizo fue exactamente lo contrario, caminó hacía la puerta de la habitación y encendió las luces. —Quiero verte completa y esa lamparita de mesa no sirve para contemplarte. Bárbara sonrió con miedo por el tono que empleó, era consciente que se alejaba del estándar de belleza de la época, trató de buscar con que arroparse mientras veía como Diego regresaba a su lado. —No te cubras, dejame tener el mejor recuerdo de todos. Los hipnotizantes ojos que la miraban se apartaron para dar paso a quien salió del closet y apretó el botón de la cámara dejándola ver el flash. La puerta de la habitación se abrió y con esta las risas de quienes compartieron con ella minutos atrás junto con palabras denigrantes la dejaron en completa confusión; como pudo tiró del cubrelecho y se cubrió con este, las frases que desde niña escuchó se repetían sin cesar así como el sonido de las cámaras de los celulares. «Gorda», «Adefesio», pero la que más dolió fue la que le mostraba su error: «Ilusa». Porque eso fue, un ilusa que creyó que podría ser la dueña del joven más popular de la facultad, al sentir la primera lágrima caer por su mejilla, se levantó recogiendo las prendas a su alcance y salió del lugar. No le importaba tener que vestirse en el corredor del edificio con tal de no estar más ahí, los empujó evitando dejarse quitar el edredón, cuando llegó a la sala Nohora la observaba con un notable golpe en la cara. —Lo siento, por favor perdoname. En ese instante Bárbara comprendió que fue una estúpida, y sintió una gran lástima por la pelinegra. Dio media vuelta para correr hacia el ascensor, en su cabeza sólo pedía que su padre nunca se enterara de lo sucedido, al fin de cuentas la culpa era de ella por crédula. Ese fin de semana no respondió ninguna llamada, las excusas fue que tenía demasiado trabajo por la cercanía de los exámenes de segundo corte, su madre aceptó la excusa a sabiendas que había algo más, pero la dejó ser como siempre. El día de la última evaluación supo que debía tomar una decisión, no quería marcharse, era una carrera que le gustaba y para mal de sus desgracias en esa era la única universidad que la impartían, tampoco quería darles el gusto de huir como Magdalena… cómo fue de estúpida al no hacerle casi, pero bien dicen que hay experiencias de las que se aprende sólo si se viven en carne propia. Se dirigió a la biblioteca para entregar los libros con los que estudió, la mayoría en inglés y francés, idiomas que impartían en el colegio del que se graduó y que poco le gustaban, pero que aprendió por la necesidad de mantener el promedio para entrar a la educación superior. Firmó el papel que le entregó la bibliotecaria, sin embargo, la manera como la mujer temblaba y movía incómoda su cabeza de medio lado con dirección a la tabla de anuncios que se hallaba en el lugar, obligó a Bárbara a caminar hasta ahí. —Siempre las quitamos, pero después de unos minutos vuelven a colocarlas. El chico de gafas la quitó y la rompió delante de ella, abrió una talega negra de basura donde la castaña pudo ver la cantidad de papel rasgado. —Esas son las de hoy, parece que saben que pasas mucho tiempo aquí, así que… No pudo escuchar el resto de la explicación, no daba crédito a la tontería que estaban haciendo, ¿cuál era el bendito propósito de todo eso? Subió las escaleras hacía el laboratorio de Embriología, el examen práctico iniciaría para los de cuarto semestre, como ella perdió esa materia no la vería sino hasta el siguiente, abrió la puerta importándole muy poco si la expulsaban, la profesora Liliana se separó del pupitre de German, para acomodarse la falda, ¿cómo si nadie supiera que esos dos tenían su enredo? —¡Dejame en paz Diego! —dijo Bárbara colocando los pedazos de la foto que le quitó al chico de la biblioteca. —Vete de la universidad y no tendrás que soportarme. Eso si la sorprendió, ¿por qué quería que se fuera de la universidad? Los minutos de silencio le dieron el tiempo a la profesora para acercarse a donde ella y solicitarle que se marchara, Bárbara no la miró —No me voy a mover de aquí hasta que este bastardo y su corte de amigos diga que me va a dejar en paz. —Señorita Velázquez le pido de nueva cuenta que se marche o tendré que reportarla a la facultad. La risa casi maniática de Bárbara obligó a la maestra a dar un paso atrás. —Es lo más inteligente que ha dicho profesora, vamos a la facultad y mientras yo explicó mi problema con el señor Martínez, usted dirá porque estaba en un fiesta de estudiantes besándose con el señor Rodríguez. —¡Largo de aquí! —fue la orden de Liliana que la cogió del brazo arrastrándola por el salón hasta sacarla y cerrar la puerta en su cara. Por lo menos nadie dijo nada, por la ventanilla del aula pudo verlos volver al examen y guardar silencio en lo que contestaban, cuando dio la vuelta vio a Nohora, la chica tenía un maquillaje gótico que cubría una parte de su mejilla. —Te dejas golpear de ese cabrón—, afirmó viendo a su amiga bajar la cabeza—. ¿Esa fue la razón de que me invitaras a la fiesta? —No lo entendería, estamos en cuarto y yo estoy esperando un hijo de él —lo que faltaba pensó Bárbara, sabía que la pelinegra era tan inexperta como ella cuando comenzó a salir con Christian, así que no se le hizo raro que se dejara preñar. —Las madres solteras son el pan de cada día, así que te repito la pregunta: ¿Por eso me invitaste a la fiesta? —No, si me negaba él me dijo que expondría mis fotos y me sacaría al bebé a golpes. Bárbara se llevó la mano a la frente y respiró profundo, para separarse de la puerta y permitirle entrar a la evaluación. Se alejó cavilando sobre su paso a seguir, sin duda el primero era sus estudios, lo demás podría superarlo, pero lo que no pensaba cumplir era la estúpida propuesta de irse de la universidad. Llegó al parqueadero y pagó con el tiquete que le daban al ingreso, se subió al coche para tratar de darle rumbo a la peor decisión que tomó en su vida, ya sabía que no podía cambiar el pasado, Diego y sus amigos seguirían haciéndole eso a las chicas que, como ella, cayeran en sus manos. Le preocupaba Nohora, pero ya se aproximaban las vacaciones y quizás la distancia lograría que ambas recuperaran el horizonte en sus vidas. Los golpes en el vidrio la despabilaron. Bajó la ventanilla sonriendo al joven que estaba ahí con cara de preocupación. —¿Pasa algo? —Bárbara negó con la cabeza frente a la cara de preocupación de Murat—. Si quieres te ayudo a manejar o te llamo un taxi que te lleve hasta tu casa. —Acepto la primera —respondió pasándose al puesto de copiloto sin salir del auto, y dándole la dirección a la cual debía llevarla. El silencio fue cómodo, Barbara cerró los ojos y no los abrió sino cuando Murat le dijo que habían llegado. La acompañó hasta la puerta y le entregó las llaves, en ese instante sostuvo su mano cubriéndola con la otra. —Te mereces lo mejor, no te dejes derrotar por ese imbécil. —¿Quién me dice que mañana no encuentre empapelada la universidad con mi foto desnuda y la cara de lechón que le pusieron? —Eso es una ventaja —sonrió Murat causando que Bárbara frunciera el ceño—. Hay tantas niñas con tu cuerpo en la universidad que cualquiera de ellas puede ser, así que no te creas tan especial por tus kilitos. Después de esa frase Bárbara comenzó a reír, él tenía razón, ser gordo no te hace único ni especial, eres simplemente uno más de la normalidad. —Nos vemos el próximo semestre. Cuando entró a su casa, parecía que las palabras de Murat lograron su cometido, por primera vez se dio cuenta que tenía demasiado y que había cosas más importantes que amargarse la vida por, como lo dijo él, un imbécil.

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