Capítulo — El Acecho de los Traidores La mañana amaneció gris, con un viento frío que arrastraba hojas secas por el patio de la hacienda. Julieta se levantó con una presión en el pecho, esa clase de presentimiento que la Luna parece susurrar en silencio: algo estaba a punto de pasar. Mientras Mateo descansaba bajo los efectos de un calmante, en la ciudad las sombras se movían. Carranza marcó un número en su celular. La voz al otro lado sonó gastada, cansada. —¿Dónde está tu hija, Medina? —escupió Carranza, con un filo de amenaza. El padre de Julieta suspiró largo, como si cargara años encima. —No lo sé. Casi no hablo con Julieta. La puse a trabajar en el buffet para que me dejaran de molestar a mí. Ya está, yo ya los ayudé cuando trabajaba con ustedes. No quiero meterme más en sus co

