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Una Asistente Especial. El CEO de enamoró de la fea.

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Blurb

Lizzy es una chica dulce, inteligente y muy trabajadora, pero nadie ve eso porque se pierden en su apariencia. Hasta que, por un error, termina de mucama en lugar del puesto que estaba postulando, en el hotel del amigo de su hermano, el mismo que la detesta desde que lo conoce.

Ben es un hombre complicado, que le gusta que se hagan las cosas a su manera o mejor se largan, detesta la gente incompetente, que pierde el tiempo y que no sabe dónde está parada. Por eso, cuando pierde a la séptima asistente, ve en Lizzy un buen potencial, pero solo tiene un problema… ¿Cuál es? Lee la novela y lo sabrás.

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Capítulo 1: Un hombre indiferente
—¡¡¿Dónde está la mucama de este piso?!! —un hombre grita a todo pulmón, haciendo que hasta los huéspedes se sobresalten. —S-se reportó enferma —le dice el supervisor del piso y Ben gruñe antes de acercarse al hombre y ordenarle. —Entonces tú deberás ir a limpiar la habitación que aún no está lista… o perderás tu trabajo. Se va directo al ascensor, echando humo por las orejas y llama al encargado de recursos humanos para que despida a la chica y que busque gente nueva. “De hecho, señor, ahora mismo estamos en entrevistas para personal nuevo para todas las áreas”, intenta explicarle, pero no termina. Ben cuelga, se arregla el traje y se va al área administrativa del hotel, porque él mismo se encargará de entrevistar y contratar al personal, está cansado de que siempre le pase lo mismo en aquel piso, que es donde se quedan los clientes más importantes y exclusivos. —Si no son capaces de contratar personal eficiente, no me queda más que hacerlo yo mismo. Llega al lugar, ve que algunos puestos están vacíos, camina a su oficina y gruñe más cuando su propia secretaria no está. —Esto está mal… no, no ¡no! —golpea el escritorio y se encamina por uno de los pasillos—. ¡Doris! —grita el nombre de su asistente, pero no aparece, elevando más la furia del hombre. Sin medirse un poco, porque está totalmente cabreado, entra al baño de mujeres, sin temor a que alguien esté adentro o no, se encuentra un par de chicas que, para él, están perdiendo el tiempo maquillándose y se les acerca peligrosamente. —¡Aquí se viene a trabajar, no a perder el tiempo en rutinas de maquillaje! —les dice en voz baja y peligrosa. Las chicas abren mucho los ojos y salen de allí como almas en pena, mientras él vuelve a llamar a su secretaria—. ¡Doris! Pero sencillamente no hay respuesta. Con la rabia hirviendo, un ojito azul saltándole y casi echando humo por las orejas, se va al cafetín, el lugar favorito de todos para perder el tiempo históricamente. Al llegar al lugar, justo antes de meterse dentro, se detiene, porque ha escuchado su nombre y quiere saber qué es lo que piensan de él. —Doris, ¿y tu jefe se ha insinuado contigo? —pregunta una de las chicas. —Claro que no, ese hombre es un témpano… no, ¡es el maldito iceberg que hundió al Titanic! No entiendo cómo esa mujer que dice ser su novia lo soporta. Parece que nació viejo y amargado. —Ha de estar con él por lo que carga en la billetera —dice una de manera jocosa. —¡O lo que carga entre las piernas! —dice otra. —¡O por las dos! —dice Doris y las tres se ríen. Ben empuña las manos, sus fosas nasales aletean de la rabia, se le achica el ojo que le estaba saltando y un bufido sale de su boca. Al entrar, Doris sigue hablando pestes de él, pero como está de espaldas a la puerta, y sus amigas son cobardes, no se percata de la presencia de su jefe. Todas las chicas se quedan mudas y bajan la mirada, gesto que ella pasa inadvertido. —Es un ogro —dice con verdadero odio —, sólo lo aguanto porque el sueldo es bueno. No me deja tranquila ni un segundo con sus órdenes, «¡Doris, mi café!», «¡Doris, llame a la banquetera, esta pasta está asquerosa!», «¡Doris, me pica un huevo!» Ni que este fuera un hospital que hay que concentrarse tanto… —No seremos un hospital, señorita Marcus… —sisea Ben y casi puede ver los ojos castaños a punto de salirse de sus cuencas de su secretaria que se encoge—, pero creo que por la cantidad exorbitante que le pago, lo mínimo que puede hacer es estar en su puesto cuando su jefe la busca, ¿no lo cree? Aunque sea porque me pica un huevo… los que por cierto, me los puedo rascar solo. Su cuerpo se tensa y cierra los ojos en clara señal de terror, Ben mira a las otras mujeres y estas se asustan de inmediato. —¡¡Están despedidas, todas…!! —les dice en un tono muy bajo—. No les pago para que estén perdiendo el tiempo aquí, tomando café y hablando mal de su jefe. —¡No me puede despedir! —Doris se pone de pie y se enfrenta a su jefe—. No he hecho nada malo. —Sí, está perdiendo tiempo en horas laborales y esta no es la primera vez que la encuentro así, sin contar las llegadas tarde y sus excusas para no venir. Ha faltado a sus funciones por completo. —¡Lo voy a demandar! Voy… voy a grabarlo y a subirlo en las redes —le grita histérica. —La espero en tribunales, entonces… si es que tiene con qué pagar el abogado —remata Ben con burla y las deja allí. Sale de allí, totalmente ofuscado, pensando en que deberá solucionar demasiadas cosas él mismo y no tiene tiempo como quisiera para las que son más importantes. Ve la hora en su reloj y deja salir un gruñido de molestia, había quedado con Gabrielle, su casi novia, de almorzar en el restaurante, sin embargo, eso ya no es posible. Aunque no sufre por ello, pero detesta no cumplir sus compromisos por culpa de otros. Solo eso. Se mete a su oficina dando un portazo cargado de rabia y se sienta tras el escritorio, para reiniciar todo el trabajo. Antes, le manda un mensaje corto a Gabrielle para cancelar, deja su teléfono en «No Molestar» y se dedica a solucionar los pendientes que le ha dejado a su secretaria, más todo lo que le queda por organizar, porque se vienen semanas muy intensas en el hotel. —Es increíble a lo que he llegado, maldición —reclama entre dientes. Está inmerso en la documentación que debe tener lista para los permisos de construcción de la nueva sección del hotel, cuando la puerta se abre y pone mala cara por la interrupción, sin importarle que sea Gabrielle. —Ay, querido. Acabo de ver que corriste a la sexta asistente del año—mueve su cuerpo con seguridad y aquella sonrisa coqueta que pretende seducir a Ben. —No les pago para perder el tiempo —responde con los dientes apretados—. Creí haberte dicho que no podía ir contigo porque estoy muy ocupado. —Querido, debes ser un poquito más flexible… —Gabrielle, no intentes abogar por ella —regresa al documento que tiene enfrente—, y te pido que me dejes solo, porque necesito terminar con esto lo antes posible. —Ben, no es para tanto, amor… —¡Sí lo es! —estalla molesto—. Un trabajador que no hace lo que se le manda, puede provocar pérdidas en la empresa, demandas, el desprestigio. Y no me voy a arriesgar a todo eso, por ser comprensivo. En lo que va de la mañana me han fallado al menos diez personas, así que no estoy de humor ni menos con tiempo para perderlo —¿Y si te ayudo? —Ben se la queda viendo como si tuviera otra cabeza y ella sólo le sonríe —. Dime lo que se debe hacer y te ayudo con gusto. La mira incrédulo, porque Gabrielle no se destaca precisamente por ser una excelente trabajadora… porque no trabaja. Pero ella toma asiento de inmediato, saca sus estilosos lentes que no sirven para nada, pero según ella la hacen ver más intelectual. Lo gracioso es que Gabrielle tiene de intelectual lo mismo que Ben de amable, así que… Pero el pobre no puede negarse a la ayuda, por lo que le entrega un par de documentos y le explica lo que debe hacer. Gabrielle no duda en ponerse manos a la obra, se concentra mucho en lo que está haciendo y para cuando termina el primero, Ben asiente satisfecho porque ha quedado perfecto. «Gracias inteligencia artificial», piensa Gabrielle, de otra manera, hubiese sido imposible que lo hiciera. Pasan un rato en la tarea de ordenar un portafolios, además de concretar algunas propuestas para empresas que quieren colaborar con el hotel, entre otras cosas. Para cuando terminan, Gabrielle se sienta con aire de suficiencia al ver que Ben termina de preparar los documentos que ella ayudó a tener listos a tiempo. Y esa es una de las razones por las que a Ben le parece la esposa perfecta, porque al menos lo ayuda cuando lo ve apurado. Pero solo eso. —¿Y bien, jefe? ¿Cumplí con mi trabajo? —Perfectamente, muchas gracias, Gabrielle —le dice con una leve sonrisa satisfecha por el trabajo—. Déjame llamar al mensajero y podremos ir a comer —le dedica una sonrisa sincera y ella se acerca a Ben posando sus manos en su pecho. —Eres el hombre más sexy del mundo cuando sonríes… ¿En verdad tienes tiempo para ir conmigo a comer? —Sí —ve la hora y le dice con seriedad, tratando de apartarse sutilmente para no darle la impresión de que no quiere estar cerca de ella—. Aunque sólo tengo una hora o menos, aún tengo cosas que hacer, pero esas sí debo hacerlas yo. —Entonces vámonos de una vez, de verdad quiero comer contigo, aunque no me molestaría cambiarlo por otra cosa… —se acerca a él de manera sugerente, pero Ben la detiene. —Tranquila. Aquí no, sabes que no me gusta tener sexo en la oficina. —¿Y una excepción? ¿Por mí? —bate sus pestañas coqueta e inocente, pero Ben niega con la cabeza. —La oficina es para trabajar, el cuarto para todo lo que quieras hacer. —Ya te digo que, cuando nos casemos, olvida que trabajarás en la casa —le dice jugando con la corbata—. Si no podemos tener sexo en la oficina, yo no te quiero haciendo cosas del hotel en casa. Ben se ríe porque esa es una petición que ella no ha pensado bien, una porque probablemente no lo verá llegar a casa por semanas completas, ya que el hotel se ha vuelto su vida, y porque él tampoco cede a los chantajes como está acostumbrada con todos los demás, especialmente con su padre, que le da gusto en todo. —Lo siento, Gabrielle, pero ese tipo de «negociaciones» no van conmigo. Ahora vamos a comer, antes de que me arrepienta. Ella suspira con resignación, toma sus cosas y salen juntos, mientras Ben llama al jefe de recursos humanos. —Dentro de los candidatos ¿hay alguien que cumpla con el rol de asistente? Necesito a alguien con urgencia. «Sí, señor. Algunas hojas de vida son magníficas, de hecho tengo un a chica que quiere un puesto de mucama, pero tiene estudios y… —No me interesa, sólo búscame a la persona que esté dispuesta a correr cuando camino. Sin modificaciones visibles en el cuerpo, idiomas obligatorios y todo lo que Doris no tenía, responsabilidad, puntualidad, disponibilidad para quedarse hasta tarde. «Entendido, señor. Veré a los demás postulantes…» —Bien. Le corta sin agradecer o decir adiós, porque no le está pidiendo un favor, sólo está ordenando que haga bien su trabajo. Siguen el camino al restaurante del hotel, donde pronto los acomodan. Gabrielle no deja de insinuarse en toda la comida, seguro que esa noche le sacará un poco de intimidad para seguir atándolo, algo que en Ben no funciona, porque es de las pocas personas en el mundo que cree que la intimidad está sobrevalorada y sirve solo para atar a alguien. Pero tampoco se niega, porque Gabrielle sabe cómo hacerle olvidar todo de vez en cuando.

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