Julián pasa la mano por el borde de la bañera, como si de esa forma acariciara el recuerdo de Lucía.
—Ustedes saben que su muerte podía ser justificada y que el mundo los señalarían— él se vuelve y mira directamente a la chica.
—El diario que Lucía escribía, Sofía. En el que explicaba que no se cortó las venas por estar "enferma", sino porque su padre la amenazó con arruinar mi vida si no lo dejaba.
—Richard—Julián avanza hacia él, acorralándolo en el pasillo —te voy a dar una última oportunidad; dime, ¿dónde está el diario de Lucía?, ¿lo escondiste en el ático? o ¿lo quemaste?
Él hombre, acorralado, ve una oportunidad. Él ve una única arma.
—¡Estás enfermo!— grita Richard —¡tú la volviste loca!, ¡y ahora te vas a ir al infierno!— agrega lanzándose hacia Julián, con la intención de quitarle el candelabro y golpearlo, pero el joven es más rápido y con un movimiento fluido y aterrador, Julián suelta el candelabro, la luz se apaga de golpe, dejándolos en una oscuridad aún más profunda. Y, justo antes de que el hombre mayor pueda impactar, el verdugo de los Vane se mueve.
Segundos después, se escucha un sonido sordo, un clic de metal, y luego un fuerte golpe seco de algo impactando contra alguien.
Richard emite un gemido sofocado y cae al suelo con un ruido pesado, Eleanor grita histéricamente y Sofía se queda helada en el umbral del baño. Un instante después, se escucha el clic de un encendedor. Julián lo enciende, revelando su rostro calmado y una pequeña llama que ilumina la escena.
Él invasor tiene en la mano una pequeña pistola negra con silenciador y apunta directamente a la cabeza de Richard Vane, que gime en el suelo, sujetándose la pierna.
—Mala elección— dice Julián, con una calma espantosa —el juego ha terminado— agrega recogiendo el candelabro del suelo. No hay sangre, pero el terror se respira en el aire. Richard no ha sido disparado, sino golpeado con el arma, pero el mensaje es claro: Julián es profesional y está armado.
—Sofía— ahora es a ella a quien se dirige —Toma a tu madre, ahora volvemos al salón; ya cena terminó y el encierro ha comenzado. Y hasta que ese diario aparezca, nadie duerme.
La chica se acerca a su progenitora, que solloza histéricamente; mientras la ayuda a bajar, Sofía mira a Julián, que permanece en silencio, sosteniendo el candelabro y el arma.
La joven no siente miedo de él, aunque sí por lo que puede pasar con su familia; pero, la presencia de esa pistola en la mano del intruso no la aleja; la atrae aún más y ni siquiera se detiene a preguntar qué anda mal con ella, a pesar de saber que él está dispuesto a todo y ella está en medio...
El pasillo del segundo piso se convierte en una escena de humillación silenciosa, del orgulloso CEO Vane, cojeando y magullado, es forzado por su verdugo a entrar en el despacho principal, una sala forrada en roble que Richard utiliza como refugio.
—Entra y cierra la puerta por dentro— le dice empujándolo hacia el interior de la habitación —no intentes llamar a seguridad, tu tendrás el teléfono, pero yo tengo los cables— argumenta sacando una cuerda fina de su bolsillo y la asegura alrededor de los picaportes, sellando la entrada con un nudo marinero. Esto es un gesto de control, no de fuerza bruta.
Luego, se gira hacia Eleanor, ella está pálida, temblando, pero su dignidad comienza a regresar, afilada por la rabia.
—Mamá, por favor —susurra Sofía.
—Tú también, Eleanor, al dormitorio principal— él no le da opción.
—No voy a dormir en la misma habitación que tú—sisea la madre.
—Yo no dormiré, Eleanor, pero tú sí, y dormirás sola. —Julián sonríe fríamente —en tu hermosa cama de seda, mientras piensas en el vida que le quitaste a tu hija, y en la vida que estás a punto de perder.
Eleanor es escoltada escaleras arriba, hasta el ala de los dormitorios principales y Sofía se queda sola, de pie en la oscuridad del pasillo, escuchando el eco de los pasos de su madre y Julián, hasta que la puerta principal se cierra con un chasquido.
De regreso al salón, la única luz sigue siendo la del candelabro, que ahora está colocado sobre una mesa baja de centro, justo entre los dos sofás.
Él no se sienta en el sofá, se sienta en el suelo, cruzando las piernas, como si estuviera a punto de contar una historia, frente a una fogata. Mira a Sofía, que lo sigue observando desde la penumbra.
—Siéntate, Sofía que el show no ha terminado.
Ella se sienta lentamente, manteniendo una distancia. En este momento no hay padres que vigilen, ahora es únicamente ella y el hombre que acaba de asaltar su vida, dónde la tensión en el aire es casi visible.
—No te he atado— dice Julián, señalando la puerta principal —puedes correr.
—La carretera está cubierta de nieve, las líneas están cortadas y la policía tardaría horas en llegar— ella lo desafía —¿Y si saliera, qué harías? ¿Dispararme por la espalda?
—No, yo no mato a gente que no es culpable— él se inclina hacia la luz de la vela y la llama se refleja en sus ojos oscuros —Yo no te mataría, Sofía; pero se leer muy bien a las personas y sé que, yo soy la única razón por la que te sientes viva ahora mismo.
La audacia de la frase la golpea, ella se siente expuesta ante él. Es verdad que la cena fue un tormento, pero esta confrontación, esta violencia, se siente más real y estimulante que diez años de cenas navideñas falsas...