ROE
Sus palabras siguieron repitiéndose en mi mente mucho
después de haber salido del trabajo aquel día. Aunque la noche
pasó sin que la bebé dijera ni pío, no podía quitarme de encima
los sentimientos que me había provocado ese hombre. ¿De
verdad era yo la torpe, o él era un capullo?
Parecía que Kinsey estaba igual de cansada que yo.
Después de cenar, se quedó dormida, al igual que yo.
Por la mañana me sentía renovada, y estaba decidida a
pasar un día mejor que el anterior. Había podido terminar mi
propuesta sobre las r************* , e iba a empezar la jornada
distribuyendo proyectos antes de reunirme con Donte por la
tarde.
Era un nuevo día, y estaba emocionada con mi siguiente
trabajo.
Cuando llegué a mi mesa, me di cuenta de que pasaba algo
malo: mi portátil no estaba. Todo lo demás se encontraba
como lo había dejado, pero en lugar del portátil de mi empresa
había una tarjeta de visita blanca y sencilla de Donovan
Trading and Investment. En vez de la información del
empleado, habían escrito a mano, en letra mayúscula y pulcra:
«ERES MÍA».
Me quedé mirando aquellas palabras tratando de entender
su significado.
Lo primero que tenía que hacer era averiguar adónde había
ido a parar mi portátil. Solía llevármelo a casa, pero en esa
ocasión no era el caso, porque sabía que no iba a poder
terminar nada con el día de mierda que había tenido.
Llamé a la puerta de mi jefe y él levantó la mirada.
—Buenos días —me dijo, haciéndome un ademán para quepasara—. Un trabajo genial con esa propuesta.
Su cumplido no aplacó mis nervios en absoluto, que
estaban a flor de piel.
—¿Dónde está mi ordenador?
Se quedó congelado y después se aclaró la garganta.
—Ah, sobre eso… Te han reubicado.
Me quedé perpleja.
—¿Reubicado? ¿Qué quiere decir eso? —exigí.
Él levantó las manos.
—Solo es temporal.
—¿Por qué?
Soltó un suspiro y se frotó la nuca. Me gustaba Matt, era
un buen tipo para el que trabajar, pero había algo que no
cuadraba.
—Porque ayer tuviste un mal día y cabreaste a un
ejecutivo, y toda la oficina se ha enterado. Ya sabes cómo son
los cotilleos.
La rabia en ebullición se convirtió en una piedra en la boca
de mi estómago que con cada segundo que pasaba se hacía
más grande y pesada. El muy cabrón era un ejecutivo. Ya me
lo imaginaba, por su traje caro y su mueca sexy.
Me había comportado mal, pero el tipo no tenía por qué
responder como lo había hecho. Los accidentes suceden, y él
había tocado fibra sensible justo en el momento adecuado. No
me arrepentía ni nada, pero sabía que lo que estaba pasando
era un castigo.
—¿Cómo es posible? ¡Trabajo en marketing!
—Es el presidente de Adquisiciones. La absorción de
Worthington es lo más importante. Necesita ayuda, y ha
decidido que tú serás quien ocupe ese lugar.
—¿Y qué hay de mi propio proyecto Worthington?—Donte se encargará de él, y tú lo ayudarás. Lo he
organizado de manera que puedas seguir trabajando en él
mientras ayudas a Carthwright.
Vaya.
La rabia me reconcomía. Había trabajado tanto para llegar
hasta donde estaba… El prestigio de un proyecto así iba a ser
de gran ayuda para mi carrera, pero, en ese momento, el
crédito que esperaba llevarme yo podía no llegar y afectar a
mis evaluaciones y a mis aumentos de sueldo en los años
venideros.
Todo por un par de gotas de café.
Y después un montón más cuando esa sugerente boca
empezó a insultarme.
—Te está esperando.
Negué con la cabeza.
—No voy a convertirme en la recadera de un gilipollas
como castigo por un accidente.
Se quedó mirándome con una ceja alzada, y yo puse los
ojos en blanco a modo de respuesta.
—Por favor, Roe. Te prometo que es temporal. Todo
volverá a la normalidad en nada.
—No —respondí, todavía meneando la cabeza.
—El problema solo tiene otra solución, y sé que, con tu
situación, no querrás aceptarla.
Había pinchado en hueso. De ninguna manera iba a dejar
mi trabajo. Cuidar a Kinsey había dilapidado gran parte de mis
ahorros el último año. Aunque recibía ayuda del Estado y ella
tenía seguro médico público, que Pete no estuviera ya para
pagar la otra mitad del alquiler se me hacía cuesta arriba.
Eso y que los bebés eran caros.
Igual que la ropa bonita de bebé.
—No puedo creerme que esté pasando esto.—Volverás en nada y podrás unirte a Donte de inmediato.
—Esto no es justo.
—Tú, más que muchos, sabes que la vida raras veces es
justa.
Asentí. Yo me lo había guisado y yo me lo iba a comer,
aunque sin ganas.
Volví a mi mesa y cogí mi bolso. Si necesitaba algo más,
siempre podía volver, pero por el momento iba a ir a reunirme
con el gilipollas que me estaba destrozando la vida.
Solté un suspiro para tratar de calmarme.
Has sido tú quien se ha puesto en esta situación, me
recordé. Solo yo tenía la culpa de mis acciones, pero seguía sin
creerme que ese tipo hubiera llevado las cosas tan lejos.
Podía sentir la tensión en los músculos de mi cara por la
mueca de disgusto que estaba haciendo. La verdad era que
nunca había entrado en esa parte del edificio. No había la
necesidad, lo cual explicaba probablemente que lo hubiera
visto en muy pocas ocasiones. Pero, claro, Donovan Trading
and Investment ocupaba tres plantas, y yo solo había visto dos
porque siempre estaba en mi escritorio.
El portátil estaba colocado sobre la mesa que había justo al
salir de su despacho. Junto a él había dos monitores, uno
conectado al ordenador de su asistente, supuse. Quizá tuviese
más tiempo del que creía si había tenido la previsión de
colocar una segunda estación de trabajo.
Aunque, claro, Matt había dicho que había conseguido que
Carthwright me dejara trabajar también en lo mío. Iba a ir
lenta, pero al menos podía olvidarme de dónde estaba en algún
momento del día.
—Pase —anunció una voz grave y sosegada desde la
puerta que había a mi espalda.
Inspiré y espiré con fuerza antes de darme la vuelta y
entrar, abriendo y cerrando los puños a cada paso que daba.
Pasos que flaquearon cuando mi mirada se cruzó con la suya.Sabía que era guapo, pero al verlo de cerca y echarle el
primer vistazo auténtico me quedé impresionada. Superaba
con creces la versión fantasiosa que me había creado en mi
cabeza. No recordaba que fuera tan atractivo como para
dejarte sin habla. La mirada amenazadora que me estaba
lanzando no hacía más que intensificar el azul de sus ojos y los
ángulos de su cara. Llevaba el pelo, oscuro y muy corto en las
sienes y más largo arriba, peinado hacia atrás a la perfección.
—Señorita Pierce —dijo Carthwright cuando me detuve a
poca distancia del borde de su escritorio.
—Roe —repliqué, cruzándome de brazos y ladeando la
cadera al cambiar el peso de pie, movimiento que no le pasó
desapercibido.
Me miró a los ojos.
—Soy muy consciente de su nombre completo. ¿Sabe
quién soy?
—El trajeado con el que me choqué por accidente y sobre
el que derramé un poco de café.
—¿Algo más?
—Carthwright. —El Gilipolliano. Me reí para mis
adentros.
Él se reclinó en su silla y me estudió con la mirada.
—Soy el presidente de Adquisiciones. ¿Sabe lo que eso
significa?
Suspiré y volví a cambiar el peso de pie, ladeando la otra
cadera. Lo que más odiaba era que me hablasen como si fuese
estúpida.
—Está trabajando en la absorción de Worthington.
—Era un traje caro.
—¿Era? —Arqueé una ceja—. ¿Lo he mancillado y ha
tenido que ponerle fin a su vida?
Sus ojos de «Fóllame» volvieron a taladrarme, pero me dicuenta de que alzaba levemente la comisura de los labios. Esos
labios llenos, hechos para besar.
«¡Contrólate, Roe!».
—Peleona. Sí, puedo trabajar con eso.
¿Peleona?
No estaba segura de a qué estaba jugando, pero nunca me
había irritado nadie con tanta rapidez y facilidad. Sabía muy
bien que no debía fiarme de las primeras impresiones.
También sabía muy bien que no se podía confiar en nadie. ¿Y
Thane Carthwright? Bueno, era evidente que sí que era
«alguien».
Le sacaba más de una cabeza a mi poco más de metro y
medio.
—¿Qué hago aquí? —le pregunté para tratar de redirigir
mis pensamientos a algo que no fuese el dios que tenía delante
de mí.
¿Por qué tenía que ser él?
Hizo caso omiso a mi pregunta y continuó.
—Ahora es mía. Está por debajo de mí, y va a seguir
estándolo hasta que esté satisfecho —dijo con una sonrisita y
en tono relajado y seguro.
Sus palabras, en combinación con la forma en la que me
estaba mirando, encendieron un interruptor que no se había
pulsado en mucho tiempo, y me puse colorada.
El cosquilleo no hizo más que aumentar bajo su escrutinio.
El traje azul oscuro que llevaba puesto resaltaba más sus ojos,
y más con los gemelos de color azul intenso.
Se había afeitado el día anterior, pero ya le asomaba una
fina capa de barba. No afectaba para nada a su atractivo, y de
verdad que necesitaba algo que me distrajera de todo aquello.
¿Qué demonios?
—Ahora soy su jefe. Me escuchará y hará lo que le diga.—No apartó su mirada de la mía, y yo tragué saliva con
dificultad—. Su futuro está en mis manos.
Apreté la mandíbula, enfurecida porque tuviera la última
palabra. Su actitud me fastidiaba, y sabía que iba a tener que
dejar a la afable Roe en la puerta para poder tratar con el
gilipollas que tenía delante de mí.
—¿Dónde está su asistente? —pregunté, tratando de
recuperar la compostura que había perdido. No iba a
pisotearme.
Hizo una mueca con la boca.
—Mi asistente ha decidido que un bebé era más importante
que su trabajo, y ya no está.
Di gracias a Dios por ese jarro de agua fría, porque con
solo una frase me había curado milagrosamente de lo que
fuera que me había provocado.
—¿Está enfurruñado porque está de baja por maternidad?
—le pedí que me aclarara.
—Durante nueve semanas más —refunfuñó.
Estaba teniendo problemas con mi paciencia y con mi
lengua.
—La mujer debe recuperarse y crear un vínculo con su
bebé —aduje, incapaz de reprimir el tono de enfado.
Otra cosa que no le pasó desapercibida a él, y arqueó las
cejas. Él me había llamado peleona, y yo iba a demostrarle
hasta qué punto lo era.
—Podía haberlo dejado en tres semanas, y usted no estaría
de pie delante de mí.
Se me pusieron los ojos como platos cuando sus palabras
dieron justo en el clavo. Solo me había tomado tres semanas
con Kinsey cuando la había recibido al principio, y sabía que
no era suficiente tiempo.
—Guau, y yo que creía que no podía disgustarme más.—No me importa si le gusto o no. Es mía hasta que ella
vuelva, así que haga bien su trabajo.
—¿Y de qué se trata, exactamente?
—En primer lugar, de dejar de mirarme furiosa.
Se me escapó una carcajada abrupta.
—Eso va a ser difícil.
Él entrecerró los ojos, pero no me hizo caso.
—Su trabajo consiste en que el mío vaya bien. Y empezará
respondiendo al teléfono al segundo toque y rellenándome la
taza de café cuando la tenga vacía. En su escritorio hay una
carpeta con toda la información que necesita. Como ya está
familiarizada con la empresa y los programas, aquí no habrá
curva de aprendizaje. Hágalo bien.
El día anterior me había llamado incompetente, y ese me
demostraba que el tiempo no había hecho mejorar su opinión
sobre mí. Supe que daba igual que pasaran veinticuatro horas,
o días o meses: no iba a cambiar. Thane Carthwright era un
completo imbécil.
Un imbécil que creía que era inepta y que no estaba
cualificada para ningún trabajo.
La decisión que yo debía tomar estribaba en si debía dejar
que continuara creyéndolo o si iba a darle una patada en su
maldito culo.
Tal vez consiguiera las dos.
—Sí, señor —dije como un robot, y me giré para
marcharme.
—Ah, y, por cierto, tendrá que ponerse chaqueta.
Me detuve y me di la vuelta de repente.
—¿Por qué?
—Porque el cargo lo requiere.
—¿Significa eso que, si no lo hago, me despedirá y
volveré a mi verdadero trabajo?Apretó la mandíbula y sus labios formaron una fina línea.
—No.
—¿Vas a comprarme usted las chaquetas? —pregunté.
—No.
Le sonreí.
—Entonces, no, no me la pondré.
Volví a darme la vuelta y seguí camino a la puerta.
Suspiré mientras le echaba al escritorio una mirada de
disgusto; me senté y abrí la carpeta.
Desde luego, había llegado al infierno.
El teléfono no tardó mucho en sonar, pero no le presté
demasiada atención. Todavía seguía leyendo los documentos
sumamente aburridos de la carpeta. Daba tantos rodeos que no
me extrañaba que no le duraran las empleadas temporales. Me
estaba costando descifrarlo, y llevaba trabajando años para esa
empresa.
—¡Conteste al teléfono! —gritó Carthwright.
Resoplé de disgusto antes de cogerlo.
—Despacho de Carthwright.
—Ah, hola, ¿está Crystal ahí? —preguntó una voz de
mujer. Parecía un poco mayor, así que tuve la sensación de que
no se trataba de una amante. Seguro que tenía a una docena de
esas escondidas.
—Va a estar ausente durante algún tiempo. ¿Puedo
ayudarla?
—Lo siento, claro; estoy llamando a Thane.
—Espere un momento, por favor.
—¿Quién es? —preguntó Carthwright a mi espalda,
haciendo que pegara un salto.
Le lancé una mirada fulminante.—Una mujer.
—¿Una mujer? —Apretó la mandíbula—. En primer lugar,
tiene que responder al teléfono al segundo toque. En segundo
lugar, tiene que decir «Despacho de Thane Carthwright, ¿en
qué puedo ayudarle?» En tercer lugar, tiene que preguntar
quién está llamando antes de pasármelo.
Le regalé la sonrisa más falsa que pude esgrimir.
—Sí, señor.
Después, puse los ojos en blanco.
Nos fulminamos con la mirada durante más de un minuto
antes de que gruñera algo y se alejara.
El alivio temporal que sentí al ver su actitud no duró
demasiado, porque solo me dio tiempo a pasar unas cuantas
hojas de la carpeta cuando vino a contraatacar.
Hacer fotocopias, café, archivar, organizar su agenda, ir a
por su almuerzo. Era media tarde cuando tuve dos segundos
para entrar en mi portátil y comprobar mi correo electrónico.
El primero hizo que me hirviera la sangre.
«Para: Pierce, Roe
De: Carthwright, Thane
Asunto: Obligaciones
Señorita Pierce:
Puede que mis órdenes no hayan sido claras, así que voy a perder mi
valioso tiempo en escribírselas. Por favor, demuéstreme que es más
competente siguiendo instrucciones que interactuando con sus superiores.
Organizar mi agenda. También incluye los almuerzos a mediodía y los
descansos entre reuniones. Mi día tiene que fluir sin trabas.
Café. Mi taza tiene que estar llena durante todo el día.
Responder al teléfono después de dos toques, y, le recuerdo, debe decir:
“Despacho de Thane Carthwright, ¿en qué puedo ayudarle?”. Después,
averiguar sin falta quién está al otro lado de la línea e informarme para que
yo pueda aceptar o rechazar la llamada.
Traerme el almuerzo. Le enviaré mi pedido por correo, para que pueda
hacerlo y recogerlo después. Espero tener mi comida a mediodía, todos los
días.Cualesquiera otras funciones que pueda necesitar: hacer fotocopias,
archivar, etc.
Si no le queda claro alguno de los puntos o tiene alguna duda, venga a
preguntarme.
Thane Carthwright
Presidente de Adquisiciones
Donovan Trading and Investment».
Con mis superiores, y una mierda.
Quizá fuese mi supervisor temporal, pero no era superior a
mí.
La rabia me reconcomía y, antes de darme cuenta, había
hecho añicos una hoja de la carpeta. Joder.
Debí haber prestado más atención en la sala de descanso,
pero él también debió haberlo hecho. Me había disculpado y,
aun así, seguía castigándome por ello.
El asunto del siguiente correo me hizo sonreír.
«Para: Pierce, Roe
De: Arnold, Donte
Asunto: En los brazos de Hades
Perséfone:
Rezaré por ti.
Sigo aquí, esperando el retorno de la primavera. Esperando el fin de tu
cautiverio.
Ten fuerza.
Donte Arnold
Gestor de Marketing
Donovan Trading and Investment».
No pude evitar reírme, algo que necesitaba con
desesperación. Le respondí de inmediato, agradecida por tener
un momento que no estuviera lleno de animosidad e irritación.
«Para: Arnold, Donte
De: Pierce, RoeAsunto: La oscuridad me envuelve
La oscuridad que me atrapa no tiene fin. Ansío el momento en que pueda
quedar libre de la fría mirada de Hades.
P. D.: Es guapo. Quizá podamos colocarlo en alguno de los materiales
promocionales o en el anuncio.
P. D. 2: Gracias, necesitaba un descanso.
Roe Pierce
Gestora de Marketing
Donovan Trading and Investment».
No pasó ni un momento antes de que apareciera otro
correo en mi pantalla.
«Para: Pierce, Roe
De: Arnold, Donte
Asunto: Re: La oscuridad me envuelve
Para eso estamos.
Donte Arnold
Gestor de Marketing
Donovan Trading and Investment».
—¿Algo divertido? —inquirió una voz a mi espalda.
Tuve que morderme la lengua para no contestar «Tu cara»,
porque era algo infantil, totalmente incierto y, además, yo
estaba muy por encima de eso. Me daba mucha rabia que fuera
así.
¿Mi reacción a su cara? ¿Ese hormigueo entre los muslos
cada vez que me miraba con el ceño fruncido? Me habría
gustado que me divirtiera en vez de ponerme cachonda y
hacerme sentir frustrada.
—¿Qué necesita? —pregunté, incapaz de reprimir el
enfado o ese estúpido hormigueo que él me provocaba.
Su mirada me recorrió el cuerpo y volvió a subir. Estaba
reclinada en la silla, con una pierna cruzada por encima de laotra.
Con semejante escrutinio esperaba más que el desinterés
apático que me mostraron sus ojos. Supongo que no le gustó lo
que vio. Vale, pues bueno.
—Le he enviado un contrato por correo. Necesito que haga
quince copias, las organice y las grape.
—Claro —contesté con una mueca.
No tardé mucho, sobre todo, porque ya sabía cómo
funcionaba la enorme máquina y cómo conectarme a ella. Esa
bestia lo hizo todo, y lo único que tuve que hacer yo fue enviar
el archivo y seleccionar cómo quería que se imprimiese.
¿Lo sabía Crystal? ¿O lo utilizaba como excusa contra ese
capullo arrogante?
Pero, claro, siempre había que tener en cuenta el viejo
consejo: «Nunca dejes que sepan cuánto te cuesta hacerlo,
porque te pedirán que lo hagas en la mitad de tiempo».
Quizá no fuera tan viejo, pero se lo había escuchado decir
a mis amigos que trabajaban de asistentes.
Si todavía podía seguir llamándolos «amigos». Había sido
a mí a quien habían echado del grupo cuando Pete y yo
habíamos roto.
Pude revisar mis correos y leer algo más de la carpeta del
infierno antes de que transcurriera media hora y me dirigiera
hacia la sala que albergaba a la bestia.
—Hola, Sam —saludé al entrar.
Sam era el ayudante de las fotocopias. Era un chico joven,
tal vez de unos veinte años, y tímido, pero parecía encantarle
lo que hacía. Había pillado a varios chicos de la oficina
burlándose de su autismo, y yo me había encargado de darles
su merecido. Algunos gilipollas se sentían bien
menospreciando a los demás para que sus frágiles egos se
encontraran mejor.
—Ah, hola, Roe —respondió, levantándose. Se acercó auna pila de papeles con el ceño fruncido—. ¿Qué estás
haciendo en el despacho de Thane Carthwright?
Suspiré.
—Cumpliendo penitencia.
Se giró a mirarme, con expresión preocupada.
—¿Qué?
Negué con la cabeza.
—Su asistente no está y necesitaba a alguien de dentro de
la empresa. Yo he sido la afortunada.
Él sonrió y asintió.
—Tú eres la mejor. —Me entregó el montón de papeles,
sin haber captado mi sarcasmo—. Terminado.
—Muchísimas gracias —le dije con una sonrisa—. Que
tengas un buen día.
Se despidió con la mano antes de que saliera.
—Adiós, Roe.
Miré mi escritorio con anhelo, solté un gemido y saludé a
algunos de mis compañeros de cubículo durante el camino de
regreso al despacho de Carthwright.
No estaba al teléfono cuando llegué, así que entré
directamente.
—Sus copias —le dije, colocándolas sobre el escritorio.
Casi ni me miró.
—Necesito que las destruya. Había un error. Tendrá que
volver a hacerlo todo con el archivo actualizado que le he
enviado. Después, tiene que recoger mi ropa de la tintorería
que hay abajo.
¿Su ropa? ¿Lo decía en serio?
Espiré con lentitud antes de decir algo que pudiera echar a
perder mi carrera.—Necesito preguntarle una cosa.
—¿Qué? —Seguía sin molestarse en mirarme, lo que me
irritaba todavía más.
—¿Toda esta mierda es porque le derramé café encima? —
inquirí.
Se reclinó en su silla y al fin me miró.
—Si eso fuera todo, no me habría molestado. No soy un
monstruo, pero consigo lo que quiero.
—¿Y qué es lo que quiere? —volví a preguntar, colocando
las manos sobre su escritorio.
Su mirada me recorrió de arriba abajo. Fue un movimiento
sutil, pero me di cuenta y, por desgracia, también lo hizo cada
milímetro de mi piel, que se encendió.
—Enseñarle algo de respeto hacia sus superiores.
—Ah, tengo respeto, pero por usted, poco.
Endureció la mirada.
—Ni siquiera me conoce.
—Me ha demostrado con creces el tipo de hombre que es.
Recogí la pila de papeles inservible de su escritorio y los
lancé al aire. Cayeron volando sobre nosotros y ninguno de los
dos apartó la mirada. Apoyé las manos de nuevo en su
escritorio y me eché hacia él. Él se levantó, copió mi postura,
y nuestras caras quedaron tan solo a unos centímetros de
distancia.
—Ya veo que va a ser divertido —dijo, levantando una
esquina de la boca para hacer una mueca.
—¡Ja! Y yo que pensaba que era listo.
Me golpeó un aroma delicioso al respirar. No habíamos
estado tan cerca desde que le había tirado el café encima.
Especias, con un toque de pomelo y almizcle. Inspiré con más
fuerza y casi gemí de placer. Ostras, cómo olía ese hombre. No
podía ni imaginarme lo que podía ser tenerlo más cerca.El calor que se estaba extendiendo por todo mi cuerpo
acabó con el triunfo y la euforia que sentía. Una mínima
elevación de sus labios, y supe que me había pillado.
Se irguió, y de nuevo fui consciente de la altura que me
sacaba.
Seguro que podría levantarme con facilidad y…
No.
Tenía que acallar aquellos pensamientos. Habían estado
colándose en mi cabeza todos los días, y su colonia no había
hecho más que empeorarlo todo. Lo hacía más tentador.
Pero, claro, estaba tan bueno, y yo llevaba más de un año
sin que me tocara nadie… Así que un polvo por odio me
parecía muy buena idea.
Librarme de toda mi rabia y mi frustración acumuladas, no
tener que pensar, solo sentir. Perder el control durante una hora
y después volver a ser Roe.
Contra la pared. Con una mano apretándome el cuello con
suavidad y con la otra en el culo mientras sus caderas
martilleaban contra mí.
—¿Está escuchándome?
¿Qué?
Parpadeé y volví a centrarme en él.
Puta… mierda.
Me había perdido por completo en una fantasía con el
diablo arrogante y no le había hecho ni caso.
—¿Debería hacerlo? —pregunté, tratando de ocular mi
metedura de pata.
—¿Acaba de quedarse absorta? —inquirió.
—Sí.
No tenía sentido mentir. Estaba segura de que había
quedado claro que mi mente se había ido a otra parte.Frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—¿Está puesta de algo?
Negué con la cabeza. Estaba puesta de lo bueno que
estaba.
Para, Roe. Para antes de que digas o hagas algo de lo que
te arrepentirás.
—Estaba imaginándome una fantasía.
—¿Una fantasía? —Eso lo espabiló, y una sonrisa
diabólica apareció en su cara—. ¿Le importaría compartirla
con la clase?
—Estaban usted y un rollo de cinta americana sobre esa
boca suya.
—¿Estoy desnudo?
—Eso parece.
Un gemido de satisfacción le salió del pecho.
—Entonces, la cuestión más importante en esa fantasía
tuya es si tú también estás desnuda.
El calor me inundó la cara, y parpadeé varias veces. Aparté
la mirada, incapaz de soportar su escrutinio.
—Interesante.
Con una sola palabra, me hizo volver a apretar la
mandíbula y mirarlo de nuevo con furia.
—Que te den. No quiero nada de ti. Quién sabe qué
enfermedades habrás pillado.
Mi conducta era algo infantil, pero me ponía de los nervios
y me había hecho perder la capacidad de pensar, lo que me
había obligado a decir tonterías.
—Ninguna. El mes pasado me hice un chequeo y estoy
totalmente sano. ¿Puedes decir tú lo mismo? —preguntó,
sonriendo, ladino.
La cara se me puso colorada de nuevo y, probablemente,tenía el mismo color que el tomate de la ensalada que había
almorzado. Esa fantasía fea, asquerosa obscena, excitante y
que hacía que se me mojaran las bragas estaba empezando a
despertarse de nuevo solo con imaginarlo desnudo encima de
mí.
¿De dónde demonios venía todo aquello? Solo había
tenido relaciones con condón, pero el saber que estaba limpio
y que yo tomaba la píldora había encendido algo en mi
interior.
—No necesitas saber nada sobre mi salud ni mi vida
sexual, pero no hagas trabajar a tu bonita cabecita: a lo único
que he dado positivo es al odio visceral que siento contra ti.
La única reacción que provoqué con mi comentario
hiriente fue que se mojara los labios con la lengua. Sabía que
me había afectado de una manera que yo ni esperaba ni quería.
—¿Estabas pensando en estar desnuda conmigo?
¿Pensando en mi polla?
—Cerdo arrogante —gruñí antes de darme la vuelta y
largarme de allí.
—Señorita Pierce, ¿no se olvida de algo? —Su tono era
ligero, pero seguía teniendo ese matiz autoritario y petulante.
—Recójalo usted mismo.
De ninguna manera iba a volver a acercarme tanto a él.