DIEZ MESES MÁS TARDE…
ROE
—¡Mieeerda! —gruñí al mirar el reloj. Otra vez tarde.
Todavía seguía limpiando la leche de fórmula que me
había vomitado en la camisa cuando salí del ascensor. ¿Por
qué se me había ocurrido ir de blanco ese día? Después de tres
o cuatro horas de sueño intermitente, tenía suerte de poder
estar en pie.
Gracias, cafetera exprés.
Kinsey me había mantenido despierta la mitad de la noche:
le estaban saliendo más dientes, pero, con suerte, iban a ser los
últimos en un tiempo.
Cuando había asumido la tutela de mi sobrina, había sido
un sálvese quien pueda. Ese día estaba siendo horroroso y,
encima, era lunes.
Ya solo podía mejorar, ¿verdad?
Ay, cuántas mentiras me contaba. Me reí solo de pensarlo.
Eran las ocho y cuarto cuando salí del ascensor a toda prisa
y me dirigí a mi escritorio. Eché un vistazo al despacho de
Matt al pasar por delante, pero no estaba.
Joder.
En cuanto llegué a mi cubículo, dejé el bolso en el suelo y
encendí el ordenador.
—Ya veo que llegas tarde otra vez —dijo Matt a mi
espalda.
Di un salto, lancé una maldición y me giré para mirar a mi
jefe.
—Lo siento.Él hizo un ademán con la mano.
—Ya sabes cuál es la rutina.
Asentí y le sonreí.
—¡Hoy mi comida será más corta!
Tenía un acuerdo dada mi situación: siempre que
cumpliera con mis horas diarias, todo iba bien. Sin embargo,
eso me obligaba a tener que trabajar durante el almuerzo
bastante a menudo.
—Puede que después te pida que me traigas el almuerzo a
mí.
Asentí y solté un suspiro de alivio. Quizá el día no fuese
tan malo al final.
Ir a por el almuerzo de Matt no era un castigo, como creían
muchos de la oficina. No me obligaba a trabajar de asistente ni
nada parecido. De hecho, mi jefe era una de las pocas personas
que sabía por qué llegaba tarde tantas veces, aunque, por lo
general, fuesen solo unos minutos.
Al recoger su almuerzo, yo también compraba el mío, pero
lo hacía usando las horas de trabajo, y no mi escaso tiempo
para comer. Era un descanso en el que tenía que trabajar, de
todas formas.
—Gracias.
Le dio unos golpecitos con la mano a la pared de mi
cubículo.
—No te olvides de traer el proyecto de promoción para las
redes hoy.
—Lo tendrás esta tarde.
Llevaba trabajando dos años en el departamento de
marketing de Donovan Trading and Investment. Era una
empresa genial, y la verdad era que me encantaba mi trabajo.
También ayudaba que el propietario fuese amigo mío. Había
conocido a James Donovan y a su mujer, Lizzie, unos años
antes en la sala de urgencias; yo estaba con mi hermana, yellos, con su hija, Bailey.
Habíamos iniciado una conversación que había
desembocado en una gran amistad, una de las pocas que había
sobrevivido a los diez últimos meses.
Nuestra amistad había sido el motivo de que me hubiera
enterado del puesto vacante en el departamento de marketing.
Aunque era la empresa de mi amigo, la única ayuda que había
recibido había sido el enlace para presentar mi currículum.
Lizzie había sido mi ancla durante los primeros meses con
Kinsey, ya que ella tenía en esos momentos un bebé de seis
meses. Le estaba eternamente agradecida por haberme
ayudado a mantenerme cuerda.
Tenía el proyecto al noventa y cinco por ciento, y me pasé
las horas siguientes revisándolo, perfeccionando mis ideas.
Al mediodía recibí un mensaje de Matt con su pedido y
guardé mi trabajo antes de ir a ver a su asistente, January, para
pedirle su tarjeta de crédito.
Cuando entré en el ascensor, di con el dedo en la pared al
calcular mal la distancia.
—¡Ay! —grité.
Me miré el dedo corazón y la uña rota.
Mierda.
Agité la mano, esperando que así el dolor desapareciera
pronto. Hacía casi un año que me había hecho la última
manicura, y lo echaba de menos con desesperación.
Tras llevarle el almuerzo a Matt, volví a mi escritorio con
mi propia comida en la mano.
No perdí el tiempo y me apresuré a engullir el sándwich
cubano, que olía de maravilla, y ya iba por la mitad cuando un
pegote de mostaza rebosó y se me cayó sobre la camisa.
—Joder —musité.
Traté de limpiarlo de inmediato, pero no hice más querestregármelo. Solté un gruñido de exasperación, tiré las
servilletas y volví a coger el sándwich.
Cuando me comí los últimos bocados, fui al baño con la
esperanza de poder quitarme la mancha amarilla de la camisa
blanca. Un poco de agua fría, unas toallitas y dos minutos más
tarde todavía seguía allí.
Eché la cabeza hacia atrás.
—Por Dios Santo. —Se me escapó una risa que era mitad
carcajada mitad sollozo, y resoplé antes de volver a intentarlo.
No iba a salir. Yo lo sabía, la mostaza lo sabía y mi camisa
también lo sabía.
Me rendí y volví a mi mesa. Abrí el último cajón para
sacar mi camisa de recambio y me lo encontré vacío. Gemí y
me di de golpes con la cabeza en el escritorio.
La semana anterior había sucedido un desastre similar,
había usado la de repuesto y, por lo visto, me había olvidado
de llevar otra.
—Genial —murmuré, al tiempo que la aplicación de mi
calendario lanzaba un pitido.
Apareció el recordatorio de un evento, y miré el reloj. Solo
quedaban quince minutos para mi reunión de la una con Matt y
Donte. Por suerte, solo me faltaba volver a leer mi discurso
sobre las r************* .
Limpié el desastre antes de desconectar el portátil, coger el
agua y marcharme al despacho de Matt. En cuanto entré,
Donte me dedicó una sonrisa triste.
—¿Un día difícil?
Solté un quejido.
—Dime que todo será más sencillo en adelante.
Me dio unos golpecitos en el brazo.
—Lo será, ya verás. ¿Le están saliendo los dientes?
Asentí.—Creo que he conseguido dormir dos horas seguidas y dar
unas cuantas cabezadas.
Donte era otra de las pocas personas que sabían lo de
Kinsey. No estaba guardando un secreto en sí, pero solo
interactuaba con unos pocos compañeros del departamento.
No sentía la necesidad de gritar que había tenido un bebé de
repente.
Donte tenía dos niños también, así que lo entendía.
—Lo siento —dijo Matt cuando entró a toda prisa y tomó
asiento—. ¿Qué tal os va el día a todos? —Me miró de arriba
abajo, y después meneó la cabeza al ver la nueva mancha.
—Sí, así de bien —respondí con una risita. Porque, si no
me reía, quizá llorara de agotamiento.
—Duerme esta noche un poco más —me ordenó Matt.
—¿Puedes decírselo a la de diez meses? Porque no parece
estar de acuerdo.
Los dos hombres se rieron.
Matt dio unos golpecitos con los dedos sobre el escritorio.
—Vale. El jefe quiere que creemos algún material para el
anuncio inicial de la adquisición de Worthington Exchange.
Quiere que sus clientes no se preocupen y que se entusiasmen
con los cambios.
—¿Imprimir gráficos? ¿Anuncios? ¿De qué medios
estamos hablando? —pregunté para tratar de hacerme una idea
del alcance y al mismo tiempo para calmar la emoción que
estaba embargándome.
—Todo.
Se me pusieron los ojos como platos.
—Eso es un trabajo enorme.
—Y por eso os lo estoy dando a los dos. Vais a pasarles un
montón de vuestros anteriores proyectos a Liza y a Mateo. Os
centraréis en esto.Donte asintió.
—Suena bien.
Matt volvió a dar golpecitos con los dedos en la mesa.
—Está bien, poneos a ello. Roe me entregará la propuesta
para las r************* y Donte el editorial antes de…
—Mañana por la tarde —respondió Donte.
—Excelente. Ya podéis marcharos —terminó Matt,
ordenando que nos fuéramos con un gesto.
—Deberíamos reservar alguna sala de conferencias esta
semana —dijo Dante en cuanto salimos para volver a nuestros
escritorios.
Yo asentí.
—Sin falta.
Las salas de conferencias siempre parecían llenarse rápido,
e íbamos a necesitar unas cuantas horas al día para poder
hablar de todo sin molestar a la gente que trabajaba a nuestro
alrededor.
—Ahora, a terminar la propuesta para las r************* y a
averiguar qué información necesitaré enviar con los otros
proyectos.
—¿Quieres que le dé un repaso a tu propuesta?
—¿Te importaría? La verdad es que te estaría muy
agradecida. —Volví a conectar mi portátil al enchufe y lo
encendí—. Me he pasado las dos últimas semanas trabajando
en ello, y me vendría muy bien otro par de ojos.
—Sin problemas. Solo es para los anuncios, ¿verdad?
Asentí.
—f*******:. Twitter. i********:. —Entrecerré los ojos para
mirar la pantalla. Algo no andaba bien. Había agrandado la
fuente del titular antes, y estaba más pequeña. Fui hacia abajo,
y también faltaban otras cuantas cosas que había cambiado.
Una oleada de pánico me recorrió el cuerpo, y el estómagose me encogió.
—No. No, no, no. —Abrí los ojos de par en par y me
quedé sin aire. Lo había guardado antes de marcharme. Sabía
que lo había hecho, pero estaba igual que cuando había llegado
esa mañana—. Lo guardé antes del almuerzo, pero ¡han
desaparecido todos los cambios!
—Cálmate —dijo Donte por encima de mi hombro—. Lo
encontraremos.
—De verdad que voy a llorar si ha desaparecido —dije, al
borde de las lágrimas, mientras me echaba hacia atrás para
dejar que se acercara. Ni siquiera podía pensar con claridad, y
estaba muy agradecida de que él tuviera la mente despejada.
Donte se cernió sobre mí y estudió un listado de archivos.
Pasaron unos cuantos minutos antes de que pinchara sobre
uno.
—Creo que lo he encontrado —afirmó.
El archivo se abrió, y yo solté un enorme suspiro cuando vi
una actualización más reciente. Lo revisé y me di cuenta de
que no estaba como lo había dejado antes de almorzar, pero se
parecía más.
—Casi, pero mucho mejor que el anterior.
—Es un archivo enorme. Puede que lo cerraras antes de
que acabaran de guardarse los cambios.
Aquello tenía sentido. Tenía prisa por salir a recoger el
almuerzo.
—Entonces es culpa mía. —Lo miré y le sonreí con
cansancio—. Muchas gracias.
—¿Es muy distinto al que guardaste? —preguntó,
revisando el archivo conmigo.
Yo negué con la cabeza.
—No, pero sigue siendo una molestia, con el día que he
pasado, y me va a retrasar todavía más.—No pasará nada —dijo, antes de erguirse—. Respira
varias veces con fuerza, toma un poco de café y ponte los
auriculares para ahogarlo todo.
—Me parece una idea genial.
Él me sonrió.
—Ya era hora de que me lo reconocieras.
Solté una carcajada e hice un gesto de exasperación.
—Vale, eres un maestro.
—A eso me refería.
—Gracias de nuevo, Donte. De verdad.
—Para eso estamos.
Cuando se alejó, estudié la propuesta con más
profundidad. Por suerte, no había perdido demasiado. Lo único
bueno del día.
Hice unos cuantos cambios y no aparté la mirada de la
pantalla hasta que sentí ganas de bostezar.
Hora del café.
Cuando llegué a la sala de descanso, lloriqueé al ver la
jarra vacía que había sobre la placa. ¿Por qué no había hecho
más la persona que se había tomado la última taza? Éramos
todos adictos al café; tampoco iba a desperdiciarse.
Mientras preparaba otra tanda, se me escapó otro bostezo.
Recé para poder dormir toda la noche.
Me apoyé sobre la encimera de la sala de descanso
mientras veía cómo la jarra se llenaba poco a poco. El olor a
café recién hecho me animó, porque pronto iba a tener una
deliciosa taza en la mano que podía ayudarme a pasar las
siguientes horas.
—¿Estás bien, Roe? —preguntó January.
Solté un suspiro y me giré hacia ella.
—Es el peor lunes del mundo. Por favor, dime quemejorará. Miente si tienes que hacerlo.
—Ay, cariño. —Desvió la mirada hacia mi camisa—.
Mejorará. Quédate aquí. Ahora mismo vuelvo.
Antes de poder preguntarle o de pedirle que fuera a mi
escritorio, ya había desaparecido.
Los párpados se me cayeron durante un segundo, pesados
por la somnolencia vespertina que me sobrevino, aparte del
cansancio que llevaba acumulado. Tras diez meses cuidando a
mi sobrina, que todavía era bebé, debía haber convertido la
falta perpetua de sueño en un arte, pero no. No había manera
de acostumbrarse a funcionar con solo unas pocas horas
interrumpidas de sueño. Tomé aire con fuerza y parpadeé
varias veces para despertarme, al menos durante un momento.
Mientras seguía atontada, la cafetera dejó de gotear y me
serví una taza. Olía divinamente, y saqué del frigorífico un
cartón de una bebida fría preparada de café mocha. Me
encantaba echarle un poco al café para que se enfriara más
rápido y estuviera todavía más rico. Le di un sorbo y se me
escapó un gemido.
Perfecto.
En mi estado de aturdimiento, no me di cuenta de que
había alguien a mi espalda. Al girarme, le di con el codo a un
brazo estirado. El golpe hizo que saltara el café de la taza. El
líquido caliente y oscuro me salpicó la mano y la ropa que
cubría a la persona que estaba detrás de mí.
Los ojos se me pusieron como platos y eché el cuerpo
hacia atrás para no mancharme más. Me escocía la mano por
la quemadura. Por suerte, la bebida de mocha había enfriado
un poco el café.
—Ay, mierda. ¡Lo siento! —El momento de alivio que
estaba teniendo en mi día de mierda se esfumó de repente.
—¡Maldita estúpida incompetente! —chilló él, cogiendo
algunas servilletas de papel.
La boca se me abrió de par en par.—Lo siento mucho —volví a disculparme, con el cerebro
todavía en modo asunción de culpa, incluso aunque las
palabras aún me chirriasen. También podía echarle la culpa, en
parte, a lo bueno que estaba el tipo que se cernía sobre mí.
El hombre que tenía delante, de lengua viperina, era todo
un portento. Ya lo había visto antes por ahí. ¿Quién no se
habría dado cuenta de esa mandíbula perfilada, de esos ojos
azules impresionantes, de ese pelo oscuro o de ese cuerpo
perfecto embutido en un traje que debía de estar hecho a
medida?
Quizá hasta hubiera aparecido en una o dos de mis
fantasías…
El brillo de sus gemelos negros cada vez que movía las
manos captó mi mirada. Me parecieron extraños y vulgares, en
comparación con la personalidad que me estaba creando en mi
cabeza.
—Sentirlo no lo soluciona —me gruñó.
Estaba furioso, y, por algún motivo, me pareció divertido.
Pues claro, Don Demasiado Sexy Para Su Traje tenía mal
carácter. Había sido un accidente. Si hubiera hecho algo tan
sencillo como avisarme de su presencia a mi espalda, aquello
no habría sucedido.
Aparte de su aspecto, solo sabía su nombre, pero nuestro
encuentro me demostró que con eso me bastaba.
—Ha sido un accidente. Si alguien tiene la culpa, eres tú,
por haberte acercado sin decir nada.
Le lanzó una mirada furibunda a la mancha de mi camisa y
resopló.
—Eres incompetente. —Hizo una mueca de desprecio y se
pasó una toallita húmeda por la camisa.
¿Incompetente?
La palabra se repitió en mi mente mientras lo observaba.
Había sido una jornada larga y llena de problemas, y teníacicatrices de guerra en forma de mancha en mi camisa para
demostrarlo.
Me palpitó la vena de la frente, y la rabia que había estado
bullendo bajo toda mi frustración empezó a derramarse.
Era la guinda del pastel para un día de mierda. Una guinda
que no quería. Ya llevaba encima leche de fórmula, mostaza y
café.
Que le dieran por el culo.
Lo miré con los ojos entrecerrados antes de extender el
brazo e inclinar mi taza para dejarle otra mancha oscura en el
traje carísimo y a medida que le sentaba tan bien.
—Ups. —Sonreí, observando cómo el marrón se comía el
blanco de su camisa antes de dirigirme hacia la puerta, donde
estaba January con un quitamanchas en la mano y la
mandíbula desencajada, tras haber presenciado lo que acababa
de ocurrir. —Gracias —le dije al cogerle el quitamanchas,
haciendo caso omiso de la mirada asesina que me estaba
taladrando la nuca.
Quizá mi día no había mejorado, pero yo sí que me sentía
mucho mejor después de aquello.