Capítulo 2

1954 Words
Mi corazón parecía un tambor desbocado, latiendo con una fuerza inusual cada vez que las puertas de cristal del elegante restaurante se abrían, anunciando la llegada de algún comensal. La ansiedad me carcomía por dentro. Llevaba ya veinte minutos de espera, un tiempo que se sentía como una eternidad, y la silla de cuero frente a mí permanecía obstinadamente vacía, un claro reflejo de mi soledad en ese momento. Observé detenidamente la copa de agua cristalina, las gotas frías condensándose en su superficie. Luego, desvié la mirada hacia el reloj de pulsera, sus manecillas implacables marcando el paso del tiempo. Veinte minutos exactos. Una punzada de irritación me recorrió el cuerpo. Detesto profundamente la impuntualidad, la considero una falta de respeto y una pérdida de tiempo invaluable. Dejé escapar un suspiro resignado, un lamento silencioso por mis esperanzas frustradas. Apuré el último sorbo de agua, sintiendo el frío líquido deslizarse por mi garganta. Con un movimiento decidido, tomé mi bolso de diseñador, preparándome para poner fin a esa espera inútil. Estaba a punto de levantarme e irme, dispuesta a aceptar otra decepción amorosa, cuando de repente escuché una voz familiar que pronunciaba mi nombre: —¿Olivia? Instintivamente, levanté la mirada, sorprendida por la inesperada aparición. —¿William? —la palabra salió de mis labios sin pensarlo, una exclamación involuntaria. Inmediatamente, me reprendí mentalmente y corregí mi error—: Señor… —No te atrevas a fastidiarme con formalidades. —respondió con una sonrisa pícara, suavizando su rostro. Sin su traje impecable, hecho a medida, parecía mucho más joven, casi relajado y accesible, como un hombre común disfrutando de una noche libre. —Lo siento, no era mi intención ser irrespetuosa. —me disculpé, sintiendo un ligero rubor en mis mejillas. Me levanté de la silla y acomodé mi abrigo de cashmere sobre el brazo, preparándome para una conversación incómoda. —Te ves hermosa, Olivia. Si no reconociera esa pequeña arruga en tu nariz que aparece cuando te molestas, habría pasado de largo sin dudarlo. —me dedicó una media sonrisa burlona, revelando un atisbo de su carácter juguetón. —Búrlate, cabrón… —murmuré apenas audible, sintiendo una punzada de fastidio ante su comentario. Hice un mohín infantil, incapaz de ocultar mi irritación. —¿Ya te vas? ¿Tan rápido te rindes? —preguntó, fingiendo sorpresa. —Sí, ya me iba. ¿Vienes a cenar? —pregunté por mera cortesía, sin albergar ninguna esperanza real. —Sí, yo… —comenzó a decir, pero su respuesta fue abruptamente interrumpida por una aparición deslumbrante que bien podría haber salido directamente de una pasarela de alta costura. Una mujer de cabello rubio platino, peinado en ondas perfectas que enmarcaban su rostro angelical, y un vestido rojo pasión que parecía pintado sobre su cuerpo escultural, se acercó con paso seguro y confiado, irradiando un aura de poder y sensualidad. —¿William? Tengo hambre, estoy muriendo de hambre. ¿Puedes dejar de hacer lo que sea que estás haciendo y venir a cenar de una vez? —su tono de voz era afilado como un dardo envenenado, lanzado con precisión para herir. Él, por su parte, arqueó una ceja con una expresión divertida, como si disfrutara de la escena. —Buenas noches. Que disfruten su cena. —dije con una sonrisa educada y forzada, tratando de mantener la compostura a pesar de la creciente incomodidad. Escapé de la situación lo más rápido posible, antes de que el nudo en mi garganta se hiciera visible y revelara mi vulnerabilidad. Crucé las puertas del restaurante, sintiendo el alivio de escapar de ese ambiente tenso. Respiré profundamente el aire frío y revitalizante de la noche, llenando mis pulmones con su frescura. Pensé, ingenuamente, que esta cita sería diferente a las demás, que tal vez, solo tal vez, esta vez el destino se apiadaría de mí y me pondría en el camino a un buen hombre, un compañero para compartir mi vida. Pero, una vez más, me equivoqué. Treinta años. Cero señales del amor verdadero. Ni siquiera un indicio de una relación prometedora. ¿Y si ese era mi destino final? ¿Estar condenada a la soledad, a envejecer sin compañía, sin el calor de un abrazo sincero? Estiré la mano para pedir un taxi, resignada a regresar a mi apartamento vacío. —¡Olivia! —escuché su voz detrás de mí, llamándome con urgencia. Me giré, preguntándome qué más podría querer. —¿Sí? —Toma mi chófer. Es complicado conseguir un taxi a esta hora por aquí, especialmente en esta zona. —No, no, está bien. Puedo esperar, puedo buscar… —comencé a decir, pero me interrumpió tomando mi mano y apretándola suavemente entre las suyas. Me congelé en el acto, sintiendo una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo. —Creo que no fue una buena noche para ti. —dijo, sabiendo perfectamente a qué se refería, a mi desilusión amorosa, a mi eterna búsqueda de un compañero. —Oh… —asentí, sintiendo un nudo en la garganta. —Todo pasa por algo, ¿no es cierto? —reflexionó, buscando una explicación lógica a lo sucedido. La mujer rubia salió del restaurante, su paciencia evidentemente agotada. —¿William? —lo llamó con impaciencia, su voz resonando en la noche. Solté su mano de inmediato, sintiendo una mezcla de culpa y vergüenza. —¿Y ustedes cómo van a volver a casa? —pregunté, tratando de desviar la atención de la situación incómoda. —Ella vino en su propio auto, no te preocupes por nosotros. Anda, no acepto un “no” por respuesta. —insistió, mostrándose inflexible. —Gracias. —murmuré finalmente, sintiéndome abrumada. Un auto n***o, elegante y blindado, se detuvo frente a nosotros. El chofer, impecable en su traje oscuro, saltó del vehículo y abrió la puerta para mí con una reverencia cortés. William esperó pacientemente hasta que subí al auto. Luego, se acercó y tocó el vidrio de la ventana, indicándome que la bajara. —Por ahí debe estar el hombre que buscas, Olivia. No te rindas, no desistas de encontrar el amor. —dijo con una sonrisa alentadora antes de girarse. La mujer lo esperaba con una expresión molesta, y él le sonrió con esa calma provocadora que parecía tan natural en él. El auto arrancó suavemente, alejándome del restaurante. Miré las luces de la ciudad fundirse entre sí, creando un borrón brillante en la distancia. Escribí rápidamente un mensaje a Natalie, contándole lo ocurrido. “Otra cita fallida”, puse. “Creo que soy oficialmente una causa perdida”. Mis ojos se humedecieron, amenazando con traicionarme. Me apresuré a limpiarme las lágrimas, tratando de mantener la compostura. No iba a llorar frente a un chofer, era demasiado humillante. Respira hondo, Olivia. Controla tus emociones. No ahora. —Señorita Taylor, haré una pequeña parada, no tardaré. —dijo el hombre con voz amable. —Claro. —respondí distraída, sin prestarle mucha atención. Ni siquiera me fijé en el lugar donde se detuvo el auto. Unos minutos después, retomamos el camino y pronto llegamos frente a mi edificio. El chofer bajó rápidamente y abrió la puerta por mí con una sonrisa profesional. —El señor Wallace me pidió que le entregara esto. —dijo, extendiéndome una bolsa de papel. Fruncí el ceño, sintiendo curiosidad. —¿A mí? —Sí. Me envió un mensaje de texto durante el trayecto. Dijo que probablemente lo necesitaría esta noche. Tomé la bolsa, sintiéndome intrigada. —Gracias. No era necesario que se molestara. —Que tenga buena noche, señorita Taylor. —respondió con una leve inclinación antes de marcharse, dejándome sola frente a mi edificio. Entré al edificio, sintiendo la curiosidad apoderarse de mí. Abrí la bolsa de papel y no pude evitar sonreír al descubrir su contenido. Una botella de vino tinto. De los mejores… y de los más caros, un reserva exquisito. —Wallace se ha ganado el cielo. —murmuré para mis adentros, mientras lo guardaba cuidadosamente en el refrigerador. Me puse el pijama, sintiéndome repentinamente cansada y emocionalmente agotada. Me dejé caer en mi sillón “webón”, mi lugar favorito para relajarme y desconectar del mundo exterior, lista para apagar el cerebro y olvidarme de mis problemas. Mi celular sonó, interrumpiendo mi momento de tranquilidad. Era Natalie. —¿Olivia? —preguntó con voz preocupada, notando mi silencio. —Dime. —contesté, tratando de sonar indiferente, pero mi tono de voz seco me delató. —Lo siento, le pregunté a Ray por tu cita, pero aún no ha respondido. —Dile que ya no estoy interesada, que he decidido irme a un convento y dedicar mi vida a la oración. —bromeé con sarcasmo, tratando de aligerar el ambiente. —Oh, Olivia… —Buenas noches, Nat. —¿Quieres que vayamos a tu casa para hacerte compañía? —No, gracias, ya me iré a dormir. Necesito descansar. —Pero es viernes por la noche… —Exacto. Y mi cama me ama, es mi mejor amiga. Nos vemos mañana. —Está bien, que descanses. —colgó el teléfono. Encendí el televisor, pero no había nada interesante que ver. Miré hacia la cocina, sintiendo un impulso repentino. Miré el vino en el refrigerador, su etiqueta roja llamándome. —Solo una copa. —me convencí a mí misma, cediendo a la tentación. Abrí la botella con cuidado y me serví una copa generosa. Un sorbo. Otro. Luego, la copa vacía. El sabor era delicioso, aterciopelado, una caricia para el paladar. Puse música suave y subí el volumen, dejando que las melodías me envolviera. Poco a poco, el cuerpo se me fue aflojando, liberándose de la tensión acumulada. Moví la mesa del centro para crear más espacio y comencé a bailar como loca, sin importarme nada: el cabello revuelto, los pies descalzos, cantando a gritos mis canciones favoritas. Minutos después, estaba sentada en la alfombra peluda, abrazando la botella de vino como si fuera mi mejor amiga. Ya no había copa. Solo yo, el vino y mis lágrimas, una combinación perfecta de alegría y tristeza. —N-no llores, Olivia… eres patéti-ca… —balbuceé con hipo, riendo y llorando a la vez, completamente fuera de control. Mis ojos se clavaron en la laptop sobre la mesa, como si me llamara. —Sé que dije que no lo haría… —susurré, tambaleándome hacia la silla. Encendí el ordenador con manos temblorosas y terminé lo que quedaba de vino en la botella. La pantalla brilló, iluminando mi rostro. "Conoce al amor de tu vida en un clic." Solté una carcajada amarga. —Sí, claro. —dije con ironía, sintiéndome ridícula. Pero, a pesar de mi escepticismo, comencé a registrarme en la página de citas. Pero esta vez decidí divertirme, dejar de ser seria y aburrida. Puse todo lo contrario a lo que realmente me gustaba, creando un perfil falso y extravagante: “Deportes extremos: los adoro, soy una adicta a la adrenalina.” “Montar a caballo: soy una experta jinete, una amazona.” Me reí sola, sintiéndome aliviada de poder reírme de mí misma. Luego llegué a la sección “Romántica”. Mis dedos se detuvieron sobre el teclado, vacilando. ¿Era realmente romántica? Sí. Demasiado. Siempre había sido una romántica empedernida. Fabián solía decírmelo todo el tiempo, me lo repetía sin cesar. Escribí: “Descúbrelo, si te atreves.” Tomé una selfie con el celular, tratando de ocultar mi estado de embriaguez. El cabello castaño cubría la mitad de mi rostro. Puse mi mejor cara intimidante, tratando de proyectar una imagen de mujer fuerte e independiente, y subí la foto al perfil. —Nada puede salir mal, Olivia… —reí entre lágrimas, sin saber lo equivocada que estaba, sin imaginar las consecuencias de mis actos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD