( Caminando al infierno ). " Kenyerly Andrade"
Emergencia, emergencia, doctor Rivera a pabellón.
La voz resonó por los altavoces del hospital, pero yo estaba demasiado débil para reaccionar. El dolor me envolvía, imposible de ignorar. Luchaba por abrir los ojos, pero estaban tan hinchados que me resultaba imposible. El escozor en mi cuerpo, esa sensación extraña en mi zona más íntima, me recordaba lo sucedido. Lo que había pasado el día anterior.
Un día antes...
—Hola, hermosa mujer.
La voz me sorprendió, un tono suave y familiar. Al levantar la vista, vi a Amílcar sonriéndome con una expresión que mostraba una mezcla de entusiasmo y algo más. Había sido meses de intentos por llamar mi atención, y aunque nunca me había mostrado interesada, algo en su insistencia me había hecho responder.
—Hola, Amílcar.
Le devolví el saludo de manera un poco distante, sin saber muy bien qué esperar de esta conversación.
—¿Solo "hola"? —preguntó, fingiendo sorpresa—. Vamos, dime algo más. Algo como... "Hola, Amílcar, gracias por invitarme a la fiesta de fin de año escolar. Espero que esta vez sí aceptes la invitación. Prometo que te divertirás."
Su entusiasmo me hizo reír levemente. No había sido muy amable con él en el pasado, y sus palabras parecían un intento sincero por cambiar eso.
—¿Dónde será? Este fin de semana es el Día de los Muertos —respondí, refiriéndome a la tradición que mi madre siempre había respetado en casa. Era una fecha especial en mi país, Venezuela.
—Será en el rancho de los Jiménez. Mi amigo Juan está organizando todo, y sus padres prestaron el lugar. Muchas de tus compañeras de clase irán, entre ellas Ivonne y su hermano.
Recordé a Ivonne, una compañera de ciencias, alguien con quien nunca había tenido mucho contacto. Me sentí algo incómoda. A mis dieciséis años, aún me sentía como una extraña en medio de la multitud de jóvenes que me rodeaban. Las chicas de mi escuela se maquillaban como modelos de televisión, mientras que yo había sido criada de una manera más conservadora, por una madre que siempre insistió en que no debía mostrarme demasiado, que debía ser discreta.
Mi madre, tan hermosa como el amanecer de un día gris, me había enseñado a no ser vulgar ni llamar la atención. Y aunque lo intentaba, mi cuerpo de alguna manera decía lo contrario. Mis curvas eran tan evidentes que, como solía decir mi hermano gemelo, eran mi "maldición". Hoy, parecía que esa maldición había comenzado a desatarse de manera irreversible.
Aceptar ir a esa fiesta fue un error. Lo sabía, pero ya era tarde para arrepentirme.
—¿Ivonne? Sí, la conozco, vive cerca de la doce...
Mi error fue responder de manera un poco brusca. Ella me miró un segundo, pero continuó como si no hubiera notado nada.
—Sí, ella. Yo pasaré por ellos a eso de las ocho, luego pasaré por ti. Puedes llevar a alguien si quieres, no hay problema. Tienes que hacer amigos, ¿no? Llevas casi cuatro años aquí y solo te ves con tu hermano. Es un poco raro.
Me dio vergüenza. Tenía razón. Llevaba cuatro años viviendo con mi hermano y mi tía Jenny, tras la muerte de mi madre por cáncer de mama. La vida me había cambiado de forma abrupta. Mi padre, perdido en el alcohol, ya no estaba presente. Vivíamos con mi tía, quien nos había acogido con generosidad. Pero la soledad aún me acompañaba, y me costaba hacer amigos. Mi hermano, Darío, y William, mi primo, me apoyaban, pero aún así, me sentía desconectada.
A pesar de todo, esa noche decidí ir. Tal vez fuera el momento de empezar a abrirme más al mundo.
—Entonces, a las ocho y media. Gracias por invitarme, no te arrepentirás —me dijo, sonriendo.
Mintió. Pero yo no lo supe hasta más tarde.
A las ocho y media, o tal vez unos minutos después, me encontraba ya en el auto, rodeada por tres personas que, lamentablemente, no deduje con claridad quiénes eran hasta mucho después. Solo sabía que me sentía fuera de lugar.
—Hola, pensé que Amílcar mentía, pero aquí estás. Soy Ivonne, estudiamos juntas.
Me ofreció la mano, y la acepté con una sonrisa tímida.
—Sí, te recuerdo. Hola —respondí.
Al llegar al rancho, me sentí abrumada por la multitud. Adolescentes, y algunos no tan jóvenes, se mezclaban, y aunque el aire estaba cargado de alcohol y humo de cigarrillos, por un momento me sentí un poco más cómoda. Nunca había salido sin la supervisión constante de mi hermano. Pero algo en mí me decía que debía disfrutar de esa oportunidad.
Amílcar me invitó a bailar, y aunque no solía hacerlo, acepté. La música me envolvía, y por un momento, todo parecía más fácil.
Bailamos por un rato. Él me tomó de la mano, me acercó y me dio un beso, pero el sabor a licor en sus labios me hizo alejarme rápidamente.
—No hagas eso, por favor.
—Lo siento, es que eres tan bonita —me dijo con una sonrisa boba.
—Gracias, pero... no lo hagas. Apenas nos conocemos.
—Te prometo que nos conoceremos más —respondió mientras me ofrecía su vaso.
—No tomo alcohol. Me mataría mi tía. ¿Podrías regalarme un refresco o agua? —le pedí educadamente.
—Ok, espera aquí. Ya vuelvo.
Se fue rápidamente, y en cuanto regresó, me tendió el vaso. Lo tomé con rapidez, casi sin pensar en lo que estaba bebiendo.
Poco después, el mundo comenzó a girar. Mi cuerpo se sintió pesado, como si estuviera flotando. El mareo me golpeó de repente.
—Me siento mal —dije con voz temblorosa, poniendo una mano sobre mi pecho.
Él me miró preocupado.
—Tranquila, te llevaré a casa. Solo trata de caminar —me dijo mientras me ayudaba a mantenerme en pie.
Pero ya no podía caminar. El mareo era demasiado intenso. Lo siguiente que recuerdo es ser llevada al coche. Mi cabeza daba vueltas, mi corazón latía rápido, y todo a mi alrededor se volvió difuso.
Sentí cómo el motor del auto rugía y pensé en casa, en mi cama, en cómo todo esto pronto pasaría. Pero no estaba preparada para lo que iba a suceder.
El coche se detuvo. Intenté abrir los ojos, pero era como si no pudiera. La oscuridad me rodeó por completo. Oí voces, puertas abriéndose y cerrándose.
—¡Muévanse, rápido!
—Deja el apuro. Lo bueno se hace esperar.
Sentí manos recorriendo mi cuerpo. Caricias no deseadas. Intenté luchar, gritar, moverme, pero mi cuerpo no respondía. Estaba atrapada en una pesadilla, y el miedo comenzó a invadir cada rincón de mi ser. Pensé que estaba soñando, pero algo en mi interior me decía que no lo era.
—Qué hermosa. ¿Será virgen?
—Ojalá. No hay nada mejor que romper un envoltorio nuevo.
Las risas llenaron el aire, y con cada sonido, mi mente se desvanecía más y más en la oscuridad.