El reloj marcaba las seis en punto cuando Jason Romano abrió la puerta de la habitación del hospital.
—¿Cómo está mi hermosa novia? —dijo con una sonrisa amplia, la voz era cálida, casi melosa.
Amelie lo miró en silencio. Su rostro estaba pálido, pero no por la fiebre, sino por la incomodidad.
—Hola, Jason —respondió con un intento de cortesía. La sonrisa se le quedó a medias.
Romano se acercó con pasos elegantes. Llevaba un traje n***o impecable, como si acabara de salir de una reunión importante.
El reloj de oro en su muñeca brillaba más que sus intenciones.
—Te ves mejor —comentó, inclinándose ligeramente para besarle la frente. Ella apartó la mirada.
—Si me siento un poco menos adolorida, eso es todo —dijo, con voz baja.
Jason la observó un segundo más. Ladeó la cabeza y se se
