Ginebra se apoyó contra la pared y respiró hondo. Tenía que calmarse. Ese hombre… ese hombre era muy resistente. De carácter férreo, orgulloso, fuerte. Había estado para todos durante años, siempre el que ayudaba, el que resolvía, el que se mantenía en pie. Y ahora, verse en esa situación, herido y vulnerable, dependiendo de otros, debía ser humillante para él. Lo entendía, el rechazo no era personal. Simplemente era dolor. Él estaba lidiando con algo mucho más profundo que su tozudez. En ese momento, la puerta de la habitación se abrió. —¿Qué pasó? —exclamó Saskia con el ceño fruncido. —¡Oímos a Tiziano gritar! —añadió Sienna, entrando detrás de su hermana. Cada una tomó a Ginebra de un brazo. —Vamos, necesitas un café —ordenó Saskia. —Sí, uno cargado. Con triple dosis de pacie

