La ambulancia se detuvo frente a la casa. El sonido del motor se apagó lentamente. En cuanto abrieron la puerta trasera, los enfermeros descendieron con rapidez, sin perder el ritmo. Uno de ellos se adelantó a abrir la entrada. El otro preparó la camilla. —Despacito, Tiziano —indicó uno, con tono firme pero paciente—. Ya estamos en casa. Tiziano no respondió. Solo apretó los labios. Estaba de mal humor. Lo notaban todos. Lo sentía el aire. Desde que lo acomodaron en la camilla hasta el momento exacto en que cruzaron la puerta, no había soltado ni una sola palabra. —Cuidado con la pierna —advirtió Saskia. —No lo digas como si todavía la tuviera —murmuró Tiziano con sarcasmo. Sienna apretó la mandíbula. Ginebra bajó la cabeza. Nadie sabía muy bien cómo hablarle. No hoy. No así. Zeus fu

