Entraron a la casa y todo olía a hogar. A lugar seguro. En la cocina, entre todos, empezaron a preparar una cena. Tiziano picaba cebolla, Saskia revolvía una salsa, Sienna se encargaba del arroz y Zeus se tiró al suelo como parte del equipo.
—Oye, ¿pasame el limón? —dijo Saskia.
Tiziano lo tomó, lo partió y lo apretó justo encima de los ojos de ambas.
—¡Ay! ¡Estúpido! ¡Mis ojos! —gritó Sienna, tambaleando.
—¡¿Qué te pasa, idiota?! —soltó Saskia, frotándose.
Tiziano reía como si estuviera en un festival.
—Era para aclararlos… los tenían muy oscuros de tanta maldad.
Ambas lo golpearon con cucharas de madera. El caos, la risa, el alboroto. Todo estaba bien por un instante. Todo se sentía en equilibrio.
Hasta que se escuchó el timbre.
El silencio fue automático. Zeus se puso de pie.
Saskia abrió la puerta… y ahí estaba ella.
Amelie.
Vestida con un pantalón blanco, un suéter beige, el cabello suelto y una mirada difícil de descifrar.
—Hola.
Tiziano la miró desde el otro lado de la cocina. Su sonrisa se borró. Sus ojos se endurecieron. Bajó el cuchillo, limpió las manos en el delantal y caminó hacia la puerta.
—Amelie —dijo él.
—Tiziano —respondió ella, más suave de lo que quería.
Se quedaron mirando. Un segundo que duró demasiado. Él se inclinó, le dio un beso rápido en la mejilla. Como un militar saludando a una autoridad que no quiere ver.
Y sin decir más, se giró, acarició a Zeus y subió las escaleras sin mirar atrás.
Amelie entró con pasos lentos. Miró a las mellizas, que intentaban no tragar saliva al mismo tiempo.
—¿Entonces… se quedará algún tiempo? —preguntó con tono casual.
—Sí… por fin nos dedicará su tiempo.
—¿Y ya tiene perfil en una app de citas?
Saskia y Sienna se congelaron.
—¿Quién te…? —empezó Sienna.
—¿Cómo lo supiste? —soltó Saskia al mismo tiempo.
Amelie alzó una ceja.
—No estoy ciega… alguien me lo mostró. ¿Por qué pusieron el tamaño de su…?
—¡Fue broma! —saltaron las dos.
—¡Una broma que se fue de las manos! —añadió Sienna.
—¿Qué otra opción teníamos? ¡Estaba desesperado!
Amelie bajó la mirada. Intentó sonreír, pero la expresión no le salió completa.
—Entiendo —murmuró.
Y en sus ojos, por un instante, se dibujó la sombra de algo más. Celos. O arrepentimiento. Quizás ambas.
Las mellizas se miraron. Había tensión en el aire. De esas que se sienten en la piel.
—¿Quieres cenar con nosotras? —preguntó Saskia, intentando aliviar el momento.
—No. No quiero incomodar —dijo Amelie, aunque sus ojos seguían clavados en la escalera por donde había subido Tiziano.
—No incomodas… a menos que vengas con otra mala noticia —bromeó Sienna, aunque su voz no tenía fuerza.
Amelie no respondió. Solo acarició el lomo de Zeus, que no la siguió esta vez cuando se fue.
El ambiente se quedó en pausa.
Arriba, Tiziano miraba la pequeña foto en su cartera.
Y abajo, Amelie salía por la misma puerta por donde había entrado, con el corazón más pesado de lo que esperaba.
Horas más tarde, Sienna y Saskia planeaban una salida:
—¡A la calle! Necesitas ropa decente —dijeron al unísono, arrastrando a su hermano como si fuera un maniquí sin voluntad.
—¿Es en serio? ¡Estoy bien con lo que tengo! —protestó Tiziano.
—¡Te vestías mejor en Afganistán! —replicó Saskia.
—¡Hasta los talibanes tendrían más variedad de outfit! —remató Sienna.
Entre risas, empujones y bromas, llegaron al centro comercial. Era sábado y había gente por todos lados. En el escaparate de una tienda de ropa masculina, se reflejaron como equipo.
—Ropa nueva. Estilo nuevo. Mujer nueva —canturreó Sienna.
—Y que no sea una lunática esta vez —añadió Saskia.
Tiziano solo gruñó.
Entraron y se sumergieron en la sección de camisas. Saskia revisaba texturas, Sienna buscaba tallas y él se sentó en un sofá con cara de mártir. Hasta que…
—¿Es ese…? —murmuró Saskia.
—¡Oh, mierda! —Sienna casi dejó caer una pila de pantalones.
A unos metros, en una tienda contigua, estaba el prometido de Amelie. Alto, buen porte, sonrisa encantadora… y una mujer colgada de su brazo. Reían mientras veían ropa interior femenina. Ella le mostraba un brasier rojo y él asentía con una sonrisa torcida. Muy torcida.
Las mellizas se miraron.
—Debe ser su hermana —susurró Saskia.
—Sí, claro, porque todas las hermanas se prueban lencería delante de sus hermanos —ironizó Sienna.
—Tal vez… son compras normales —intentó Saskia.
—Normales, mis nalgas —bufó Sienna, cruzándose de brazos.
—¡Silencio! No podemos llamar la atención —dijo Saskia, jalándola del brazo—. ¡Concéntrate! Estamos aquí por ropa para Tizi.
Tiziano, desde el sofá, alzó una ceja.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me miran así?
—Nada —respondieron las dos al unísono.
—No lo mires más —susurró Sienna.
—No hagas escándalo —contestó Saskia.
—¡Estás haciendo escándalo tú!
—¡Shhh!
Las dos se escondieron detrás de un perchero.
—Bien. Elegimos una camisa blanca, azul marino y una con rayas —dijo Saskia.
—Y un pantalón slim fit n***o. Que le marque bien el… ya sabes —agregó Sienna guiñando un ojo.
—¿Ya acabaron? —resopló Tiziano.
—No. Falta que te pruebes esta chaqueta de cuero —dijo Saskia, poniéndosela en los hombros.
—Y estas zapatillas deportivas. Nada de botas de guerra esta vez.
—Y un perfume que te vamos a rociar hasta las pestañas.
Tiziano alzó las manos.
—Me están usando como muñeco Ken.
—Muñeco Rambo Ken. ¡Y lo vas a agradecer! —se burló Sienna.
—Vamos, hermano, tienes otra cita en puerta. Esta vez la elegiremos nosotras, tu le atinaste a una lunatica.
—Voy a matarlas.
—Bueno, pero después de la cita —dijeron ambas entre risas.
Y mientras elegían los últimos accesorios, Saskia volvió a mirar hacia la tienda donde estaba el prometido de Amelie… pero ya no estaba.
Solo quedaba un brasier rojo colgado de una percha.
Ella apretó los labios.
Algo no cuadraba.
Pero por ahora, tenían una misión: hacer que su hermano olvidara a Amelie. Aunque el corazón les decía que eso no iba a ser tan fácil como combinar un outfit.
—Si esta cita también sale mal… —dijo Tiziano, parándose frente a sus hermanas con los brazos cruzados—.Se van al diablo sus ideas de buscarme pareja. ¿Entendido?
Sienna puso cara de ofendida.
—Ay, por favor, no puede ser peor que la rubia que te mordisqueó.
—¡Ni me lo recuerdes! —gruñó él señalando la pequeña marca morada—. ¡Creyó que era su presa!
—Bueno, es que tú también te veías comestible… —murmuró Saskia con una risa contenida.
—Prometan. Si esta falla, se acaba esta operación.
—¡Lo juramos! —alzaron la mano derecha como scouts.
—Promesa de hermanas dementes —dijo Sienna solemne.
—Si esta falla… nos retiramos con honor —agregó Saskia.
—Con deshonor, más bien —rezongó Tiziano—. ¿Y quién es esta maravilla, eh?
Sienna sacó el celular.
—Exmarine. Cuerpo de infarto. Se llama Ginebra.
—Ginebra… suena peligroso.
—Lo es —dijo Saskia mirando el perfil—. Mira: “Apasionada, intensa, posesiva y divorciada. No apta para débiles”.
Tiziano arqueó una ceja.
—¿Pose… qué?
—¡Pose-si-va! —repitió Sienna con entusiasmo—. ¡Igual que tú, pero en mujer! ¡Por fin alguien que hable tu idioma!
—Dice aquí que hizo entrenamiento en supervivencia extrema y que en su tiempo libre limpia armas, también es terapeuta.
—¿Y eso es sexy? —preguntó Tiziano, cada vez más nervioso.
—¡Obvio! ¡Eso grita mujer con carácter! —Saskia parecía convencida.
—También grita peligro de amputación de extremidades si no respondes el mensaje a tiempo —refunfuñó él.
—Bah, relájate. Ginebra tiene potencial. Además, tiene tatuajes, músculos y esa mirada de: te parto el corazón o la cama.
—¡Perfecta para ti! —dijeron al unísono las mellizas, dándole una palmada en la espalda.
—A esto le llaman amor… y yo que pensé que era tortura —masculló Tiziano mientras se dirigía al espejo para ver su atuendo.
—Estás perfecto. Pareces actor de película de acción.
—Un actor a punto de ser devorado por su coprotagonista —rezongó él.
—Tranquilo, soldado —dijo Sienna, empujándolo hacia la puerta—. Si sobreviste a Siria, puedes sobrevivir a Ginebra.
—¿Y si no?
—Entonces te enterramos con honores militares y una nota que diga: “Murió como vivió… caliente y terco”.
Las carcajadas estallaron mientras Tiziano salía por la puerta, mentalizándose para lo que, probablemente, sería otra aventura fallida.
Pero una parte de él no podía evitar mirar el celular cada tanto… por si Amelie escribía.
Aunque sabía que no lo haría.