El silencio dentro del auto era espeso, casi sofocante. Solo se oía el rugido del motor mientras Amelie apretaba con fuerza el volante. Tenía los nudillos blancos y la mandíbula tensa. El ambiente, cargado de una tensión invisible, estalló cuando recordó las palabras que Tiziano le había dicho momentos antes. —¿Así que se verán mañana? —preguntó de pronto, sin mirarlo, con una voz seca. Tiziano giró apenas la cabeza. No respondió. No tenía por qué justificarse. Amelie soltó una risa amarga. —Qué rápido haces planes. Vaya... todo un romántico —escupió, sarcástica. Tiziano frunció el ceño. —Amelie, no empieces… —¿No empiece qué? ¿A decir lo que pienso? ¿A mostrar algo de emoción después de esperar diez años a un idiota que vuelve y le organiza una segunda cita a una desconocida que sol

