Se despertaron con pereza, volviendo a sentir sus pieles desnudas tocarse con suavidad, recordándoles la maravillosa noche que acababan de compartir. Sonrieron como pequeños, felices por haber podido unir sus almas una vez más, por dejar atrás toda la porquería que los asfixiaba.
Bajaron con tranquilidad a la cocina mientras sus manos entrelazadas los seguía manteniendo con aquella unión física que no querían dejar.
La mujer de la limpieza los esperó al final de la escalera, con dos sobres en sus regordetas manos, mientras miraba un tanto intrigada al enorme hombre que acompañaba a su patrona. Profesional, como era, no comentó nada y solo se dispuso a entregar los sobres e indicar que el desayuno estaba listo en el enorme comedor.
Cristina tomó las cartas y leyó aquellos nombres pulcra
