CORAZONES ROTOS

1329 Words
❧ AILSA ☙ Sentí un nudo en el estómago. No estaba preparada para enfrentar a Alasdair, no esta noche. Pero ahí estaba, con su mirada penetrante y su tono de voz que no admitía evasivas. Traté de mantener la compostura, de no dejar que viera lo nerviosa que estaba. Tomé aire, armándome de valor, y continué caminando hacia él, con el vestido rojo abrazando cada curva de mi cuerpo. Sabía que el brillo de mis tacones resonaba en sus oídos como una advertencia. —No te incumbe, Alasdair —respondí, intentando mantener la compostura. Pero mi voz temblaba ligeramente, y él lo notó. Por supuesto que lo notó. Siempre lo hacía. Él negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro frustrado. Dio un paso hacia mí, bloqueando mi camino hacia el coche que me esperaba más allá de la reja de la mansión. —Ailsa, esto es una locura. ¿A qué lugar te diriges? —Voy a salir, Alasdair —respondí, intentando sonar firme. —¿Con él? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta. Su voz tenía un matiz de dolor que me hizo sentir culpable. Asentí, incapaz de mentirle. Alasdair suspiró, descruzando los brazos y dando un paso hacia mí. Su expresión se suavizó, pero la preocupación seguía ahí, palpable. —Ailsa, solo quiero que te encuentres feliz. Pero no puedo evitar preocuparme por ti —dijo, su voz más suave ahora. —Lo sé, Alasdair. Aun así, necesito hacer esto. Necesito saber si hay algo entre Lachlan y yo —respondí, mi voz temblando ligeramente. Alasdair asintió lentamente, como si estuviera aceptando algo que no podía cambiar. Dio un paso atrás, dándome espacio para pasar. —Solo prométeme que tendrás cuidado —dijo, su voz—, apenas un susurro. —Lo prometo —respondí, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza. Pasé junto a él, sintiendo su mirada en mi espalda mientras me dirigía hacia el coche. Sabía que esta noche podría cambiarlo todo, y aunque el miedo y la incertidumbre seguían presentes, estaba decidida a enfrentar lo que viniera. Algo me dividía por dentro. Era consciente de que él tenía razón, que lo que iba a hacer era una locura, pero también era consciente de que no podía detenerme. No en este momento. —Alasdair, perdóname… —murmuré mientras me subía al auto. Sus palabras eran como dagas, cada una enterrándose más profundamente en mi pecho. Quería llorar, mientras lo miraba a la distancia, quería decirle que no entendía nada, pero también sabía que no estaba equivocado. Lachlan me había rechazado tantas veces que había perdido la cuenta. Pero, aun así, no podía rendirme. No ahora. No resistí, me bajé del auto, no quería dejarlo de esta manera. Me acerqué a él, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos. Lo abracé con fuerza, sintiendo la calidez de su cuerpo junto al mío. Era mi refugio, mi roca, y sabía que estaba tratando de protegerme, como siempre lo había hecho. No obstante, esta vez, necesitaba que me dejara ir. —Por favor, Alasdair… —susurré contra su oído, mi voz quebrándose—. Debo intentarlo. Es mi última oportunidad. No me lo quites. Puede que me rechace de nuevo, pero no importa. ¿Cuántas veces me ha mandado al diablo y, aun así, no pierdo la fe? Y ahora que se me ha dado esta oportunidad, no es justo. Él se tensó bajo mi toque, y pude sentir cómo tragaba grueso, como si estuviera intentando contener algo, tal vez sus palabras, tal vez sus emociones. Me alejé lo suficiente para mirarlo a los ojos, esos ojos marrones, cálidos que siempre me habían reconfortado, y vi el conflicto en ellos. Quería detenerme, pero también quería apoyarme. —Por favor, Alasdair. Ayúdame. Necesito que me ayudes y que me dejes ir —susurré, con las lágrimas corriendo por mis mejillas. No me importaba si me veía vulnerable. Esto era todo o nada. Él apartó la mirada, pasando una mano por su cabello en un gesto frustrado. Dio un paso atrás, poniendo distancia entre nosotros. —¿Sabes lo que me estás pidiendo? —preguntó, su voz apenas un murmullo, pero cargada de emoción. Sus ojos volvieron a encontrarse con los míos, y vi el dolor en ellos. Dolor por mí. Dolor porque sabía que iba a dejarme cometer este error. —Sí. Lo sé. —Mi voz era firme esta vez, aunque mi corazón estaba hecho pedazos. Sabía que le estaba pidiendo algo imposible, pero no podía retroceder. Hubo un largo silencio entre nosotros. El aire frío de la noche nos envolvía; sin embargo, yo apenas lo sentía. Todo lo que podía hacer era mirarlo, esperando, rogando, mientras él luchaba con sus propios pensamientos. Finalmente, Alasdair dejó escapar un suspiro pesado. Sus hombros se relajaron, y pude ver cómo el muro que había levantado se derrumbaba poco a poco. —Te veré mañana —dijo finalmente, su voz suave, pero llena de resignación—. Solo cuídate, Ailsa. Esas palabras fueron todo lo que necesité. Asentí, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. Alasdair siempre había estado ahí para mí, siempre me había apoyado, incluso cuando sabía que estaba equivocada. Y esta vez no fue diferente. Lo observé mientras se alejaba, subiendo a su coche y arrancando el motor. Me quedé allí, en la entrada de la mansión, viendo cómo se alejaba en la oscuridad, llevándose consigo una parte de mi corazón. El sonido del motor alejándose resonó en mis oídos, dejándome con una sensación de vacío. Me quedé allí, inmóvil, tratando de procesar todo lo que había sucedido. Sabía que estaba tomando un riesgo, que estaba apostando todo por una oportunidad con Lachlan, pero no podía evitar sentirme culpable por el dolor que le estaba causando a Alasdair. Me dirigí hacia mi coche que estaba estacionado al final de la entrada, esperando llevarme a mi destino, un destino que parecía el más irreal de todos. Subí al coche y, con la misma energía desbordante que me había caracterizado en los últimos minutos, arranqué el motor. Aceleré, sin pensar, el ruido del motor, resonando como una promesa, como una declaración de guerra contra el mundo entero. Conduje hasta su apartamento; al final quedamos de encontrarnos ahí, aunque hubiese esperado en un lugar más alegre, donde podríamos tomar, bailar, besarnos y todo lo romántico, pero bueno, aunque su apartamento es buen sitio, ah, en este momento siento una mezcla de ansiedad y anticipación. Cada semáforo en rojo me parecía un obstáculo que no quería enfrentar. Pero todo valdría la pena en el momento en que llegara. Todo, por fin, valdría la pena. Lachlan Stewart. El nombre resonaba en mi cabeza mientras conducía, casi como una invocación, un hechizo que sabía que finalmente se iba a cumplir. Esta noche sería mi noche. Lo sabía. Mi mente ya se encontraba viajando por el futuro, imaginando todos los escenarios posibles. Cada pensamiento me hacía más y más impaciente. Estaba dispuesta a todo. A todo por conseguir su atención, su deseo, su pasión. Sabía que esta vez no habría lugar para rechazos, ni excusas. Yo era el fuego que lo consumiría. El coche frenó suavemente frente a su edificio, y mi cuerpo se tensó de inmediato. Era el momento. Me quedé ahí, sentada por un segundo, respirando profundamente, como si intentara calmar la tormenta que rugía dentro de mí. Pero no podía, y no quería. Me bajé del coche con la determinación de una mujer que sabe lo que quiere. El portón del edificio se abrió, y mis tacones marcaron el paso hacia la entrada. Mi cuerpo estaba completamente en control, pero mis pensamientos, esos pensamientos sí que se desbordaban, como un río furioso que no podía contenerse. El ascensor parecía ascender tan lentamente, como si el destino me estuviera poniendo a prueba. Pero ni la espera me detuvo. Cuando las puertas se abrieron, el corazón ya estaba golpeando con fuerza, pidiéndome que avanzara, que no diera un solo paso atrás.
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