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La coleccionista de corazones perdidos. (SCR2).

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Blurb

Tras el regreso de Marinette, Tom Dupain decide huir de la ciudad para alejar a su hija de las malas lenguas y de aquellos que la habían mantenido cautiva durante angustiosos días. Cada puerta, cada ventana y cada habitación están selladas y custodiadas por un guardia. Las órdenes estaban claras: Nadie volvería a tocar a su hija.

Si embargo, la llegada de una carta y una propuesta de matrimonio por parte del rey de París obligan a cambiar los rumbos y a forzar un regreso para entregar a la joven al hombre del que tanto tiempo había huido.

Mientras tanto, en el centro de la ciudad, las patrullas de guardias se han intensificado y la recompensa por la captura del bandido Chat Noir. Aquel que consiguiese su cabeza se regocijaría de lujos y riquezas.

Para Chat Noir burlar al rey a sus soldados es un juego de n***s. O al menos eso creía hasta que Marinette Dupain- Cheng llega a París a revivir un pasado que creía sellado para siempre. La atracción que sentía por ella sigue presente, más a aún ahora que esa mujer que tanto deseaba era algo completamente prohibido e inalcanzable, pues una reina no puede mantener ningún tipo de relación con el criminal más buscado de la ciudad.

Por otra parte una misteriosa bailarina asiática llega a Miraculous pidiendo desesperada un escondite donde ocultarse de un peligro que la acecha. Su nombre es Kagami Tusurugi, una joven que además de sus pasos magistrales, maneja un arte de lucha y combate completamente nuevo para los ojos de Chat Noir y que revolucionará todo cuanto creía saber.

La ladrona que robó su corazón ha regresado después de un año de anonimato.

¿Estará dispuesto Adrien a dejar de lado la promesa que hizo para recuperar a Marinette? ¿O se dejará embrujar por los encantos de la misteriosa bailarina que ha llegado a Miraculous?

¿Qué hará Marinette ahora que su boda con el rey está más cerca que nunca?

¿Estará dispuesto Chat Noir a verla en manos de Jouvet? ¿O luchará por ella?

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Prólogo (Parte 1)
Adrien  Eché un ligero vistazo a mis espaldas y contemplé como al menos cinco decenas de guardias me pisaban los talones. El resto de Miraculous se había dispersado por las calles para despistar estos cabrones que servían a la corona.   La situación se me había salido de las manos. Me había arriesgado mucho, metiéndome en el núcleo de la ciudad, concretamente al castillo. Mucho más arriesgado llevando conmigo al resto que no hacía otra cosa que ser unos incompetentes.    Maldije internamente, recordando el momento en el que les sugerí acompañarme. Colarme yo solo hubiese sido pan comido, es más, nadie se hubiese percatado de mi presencia.   Escuché el sonido de los disparos detrás de mí.   Estaban atacando a matar, si es que aquello era considerado disparar, porque las balas se incrustaban en todas partes menos en mi cabeza.   El viento al ras del suelo arrastraba las hojas caídas de los árboles, arremolinándolas alrededor de mis pies. Un rayo de luna era mi único foco de visión y los pequeños callejones de los barrios ricachones mi único escondite.   Giré la esquina bruscamente y me metí en la primera avenida que me permitió distraerlos.   Huir no era mi estilo. De hecho, lo detestaba, pero lo único que necesitaba en esos momentos era encontrar al resto y ver que cojones estaban haciendo. No podía permitir que ninguno cayese, ni mucho menos que fuesen capturados por la corona. Porque de ser así, los torturarían hasta conseguir información sobre mí y mi paradero.   Mis ojos se clavaron al frente, topándose de lleno con un grupo de guardias que venían por delante. Me detuve violentamente y mis oponentes también lo hicieron.Saqué con cautela una pequeña katana como único arma que tenía. Mis dos pistoletes se habían ido a la mierda por culpa de un gilipollas que me había jodido todo el puto plan. No perdieron el tiempo y pronto se abalanzaron hacia mi sacando sus armas a relucir. Todos ellos me atacaron a la vez, superándome en número, pero no en táctica. No me costó apenas escavar sus movimientos y protegerme de sus ataques. Es más, comenzaba a ser divertido. Sin embargo, defenderse de ellos sin poder siquiera tocarlos ni herirlos era otra cosa.    Desde hacía algún tiempo decidimos controlar aquello. Al menos no matar por placer y solo si la situación lo requería. Aunque la segunda opción comenzaba a rondar por mi cabeza. Aquellos idiotas estaban comenzando a cabrearme y la idea de degollar a uno estaba tentándome.    A los pocos segundos, los soldados que me seguían por detrás llegaron, arrinconándome entre todos ellos en un círculo conformado por más de veinte hombres.   «Joder»     Escruté todo mi alrededor con la mirada  analizando a cada uno de ellos.   Comenzaron a acercarse  poco a poco, algunos levantando sus largas escopetas mientras apuntaban hacia mí con todas sus alertas activadas. Su intención no era matarme, de haber sido así, cualquiera de ellos me hubiese metido un tiro entre las cejas.   Levanté mi brazo haciéndoles una señal  que los confundió y con sutilidad, metí la katana en la funda de mi cinturón. Enfrentarme a ellos con ella no me serviría, en una situación como aquello, vencer a veinte hombres requería otros métodos. Les desafié con la mirada, incitándolos a dar el primer paso.   Me temían. Lo demostraban en sus ojos y la posición tensas de sus cuerpos.   El grito de guerra de unos de ellos fue la señal que indicó la llegada del primer ataque. Un hombre que se posicionaba a mis espaldas se abalanzó hacia mí. Instintivamente me giré con avidez y le golpeé con el puño cerrado provocando su caída.  El resto de soldados no tardó en seguir las instrucciones de su compañero y se echaron sobre mí a la vez. Uno de ellos procuró golpearme con su escopeta, la esquivé con facilidad y con apenas un golpe lo desarme y de una patada lo dejé en el suelo. Sentí la presencia de otro a mis espaldas, me giré sobre mí mismo apartándome, pronto volvió a enfrentarme mientras sacaban una espada.   Imité su movimiento y saqué yo la mía, claramente más pequeña que la suya. El fue quien dio el primer paso y al instante yo frené el ataque con mi katana, la hice girar hábilmente y en apenas dos segundos el tipo se quedó completamente desarmado. Sus ojos se abrieron como platos y me miraron atemorizados. Sonreí de lado, levanté mi espada y se la lancé para que la cogiera. El hombre la alcanzó y se quedó mirándola  con un atisbo de extrañeza en su rostro. Empuñó mi arma con un poco de desconfianza y se dirigió a mí.   Le saludé con mi mano y justo cuando me volvía a atacar le golpeé con el puño cerrado en la mejilla. Le arrebaté de nuevo la katana y me giré para enfrentarme al resto. En ese momento uno de los soldados más corpulentos me tomó desprevenido y me agarró con fuerza, levantándome incluso del suelo.   «Idiota, tenías que haberme cogido los brazos también»    Le golpeé varias veces dejándolo completamente cao, le di por última vez, quitándole las ganas de volver a tocarme. Mis pies volvieron a tocar el suelo y enseguida pude seguir con los demás. Me agaché esquivando el puñetazo de uno y cuando éste perdió el equilibrio lo agarré, situándolo delante de mí para utilizarlo como escudo justo en el momento  en el que un soldado se disponía a golpearme. Mi escudo humano quedó atontado por el golpe de su compañero, lo liberé de un empujón, tirándolo a la piedra del suelo.    —¡Muchachos, pero si es uno solo!—gritó alguien por detrás.   Una sonrisa de satisfacción se adueñó de mi cara.    Dos más volvieron a atacarme con sus espadas, los contraataqué y me giré sobre mí mismo golpeándolos con mi antebrazo. No debió de afectarles mucho, porque pudieron agarrarme de ambos brazos, inmovilizándome levemente.    Di un saltó hacia atrás, dando una perfecta voltereta y los dos perdieron el equilibrio cuando sus brazos se enredaron. Sus frentes chocaron una con la otra y tal fue el impacto que cayeron hacia atrás. Solo quedaba uno, uno más y habría conseguido batir un record.    El sonido de un disparo rompió el silencio de la noche. Una bala se incrustó en mi espalda haciendo un ruido seco al atravesar mi piel.    Rápidamente me giré hacia el cabrón que me había disparo y le lancé mi katana. El filo de esta se clavó perfectamente en su pecho, atravesándolo con gran maestría.   Solté un pequeño gemido de dolor y mis rodillas flaquearon haciéndome caer al suelo.  Maldita sea, habían venido más refuerzos para ayudar a los incompetentes que no había conseguido ni hacerme un arañazo.   Levanté la cabeza y vi como Nino corría por los tejados de los grandes caserones de la élite.    «A buenas horas, amigo»   Maldije internamente.   Nino saltó con gran agilidad situándose a mis espaldas.    —¿Te echo una mano?—inquirió ocupándose de uno de ellos.    —¿Dónde coño estabas?—recriminé intentando incorporarme.    —Teníamos que dividirnos si queríamos despistarlos—explicó mientras se defendía.—Pero ya veo que no ha servido de mucho.    —¡¿Despistarlos?!—gruñí molesto.—¡¡Todos estos cabrones han venido a por mí!!   —Recuerda que la persona que está en busca y captura eres tú—Nino golpeó a un tipo que se echaba sobre mí.    Mierda, si no fuese por ese hijo de puta les partiría la cara a todos.    El dolor comenzó a extenderse por toda mi espalda y mi camisa se tiñó de la sangre escarlata de mi herida.    —Han cogido a Claude—soltó Nino enseguida.—Lo hicieron cuando intentaba huir por la quebrada.   —No me jodas—maldije perdiendo la paciencia. Se acabó el actuar con piedad—Ahora si que los mato... ahora si que los mato.   Me puse en pie a duras penas dispuesto a unirme de nuevo a la pelea.    —No hay tiempo para tomarse la venganza, tenemos que largarnos si no queremos que nos ocurra lo mismo—aseguró Nino y justo en ese momento un soldado se le echó encima, tirándolo al suelo mientras que le arrimaba el filo de sus espada al cuello.   Luchar con una herida de bala era la gilipollez más grande que había hecho en mi vida. Pero merecía la pena si acaba con todos estos desgraciados. Agarré de la chaqueta al hombre que estaba sobre Nino, hice que me mirase de frente y solté:    —Atacar por la espalda, es de cobardes—lo golpeé con la cabeza, sintiendo un terrible pinchazo en la herida, esbocé una mueca de dolor mientras me llevaba una mano a mi espalda.    Esta se manchó de sangre que comenzó a gotear por el suelo empedrado de la calle. Inmediatamente caí de rodillas. Los brazos de Nino me levantaron al instante  incitándome a caminar por un callejón opuesto al resto de guardias.    —¡No, j***r, no!—exclamé cabreado.—¡¿Qué cojones estás haciendo?!   —¿Piensas continuar con ese bala en la espalda?—inquirió Nino girando la primera esquina que pillamos.—Es una locura.   —No podemos irnos sin Claude—articulé con dificultad, mis párpados comenzaron a pesarme y pronto supe que no duraría mucho tiempo consciente.    —Ya pensaremos en algo para solucionarlos—aseguró.—Ahora, Nathaniel tiene que sacarte esa bala.  Marinette  Metí la pequeña cuchara en el azucarero llenándola de aquellos finos granos dulces. La vertí cuidadosamente sobre el té y las removí distraidamente.   Mis ojos estaban fijos en el pequeño remolino que ejercía la cuchara sobre aquel líquido rojizo mientras que mi mente se hallaba en todos los sitios posibles menos en la realidad.   Solté un pequeño suspiro de resignación y tomé la pequeña taza entre mis manos. Sentí el calor de té traspasar la porcelana de la taza atizando mi piel con fuerza. Bebí un pequeño sorbo e inmediatamente la solté. Cogí un pañuelo de seda que tenía justo a mi lado y limpie mis labios esperando a que los efectos de la quemadura se disipasen.   Escuché varios golpecitos sobre la puerta.    —Adelante.—deposité el trapo sobre mis piernas y miré hacia la puerta para comprobar quien era la dueña de aquellos golpes.   A los pocos segundos, una de los criadas de la casa apareció con un flamante ramo de tulipanes anaranjados. Tal era el tamaño del ramo que apenas se le veía la cara a la pobre mujer.   —Han traído esto especialmente para usted—explicó y noté como su voz se iba volvieron cada vez más débil hasta ser interrumpida por un fuerte estornudo.   La mayoría de las flores se desparramaron por el suelo e involuntariamente se me escapó una pequeña risotada de la boca.    —¡Oh no!—exclamó la mujer, observando lo que quedaba del ramo con horror—¡Lo lamento tanto! Soy alérgica a las flores, de veras que pedí que fuese otro el que se las trajera pero insistieron en que se las llevase lo antes posible. Creo que el rey no quería que se marchitase un solo pétalo antes de su llegada.   La vi agacharse, arrodillándose para recogerlas todas.    —No te preocupes—dejé el pañuelo sobre la mesa y me levanté para ayudarla.—Son solo flores.    —Los tulipanes valen una fortuna—explicó—Una vez los vi a cincuenta francos en el mercado—sus ojos se posaron en mí.—¡No, señorita, por favor no se levante por mí!    —No digas tonterías, no me voy romper por agacharme a recoger unas flores—bromeé mientras recogía los restos de tulipán que quedaban por el suelo.—¿Ves? Cuatro manos siempre son mejor que dos.   Me levanté caminando hacia el ramo y logré arreglarlo un poco. Aunque, de todas formas pensaba llevárselo al caballo. Normalmente, todas las flores que trae el rey son todo un manjar para él.  —Muchas gracias, señorita. Es usted muy buena—dijo, esbozando una espléndida sonrisa.   La puerta se abrió de golpe. En esta ocasión no hubo golpes que nos avisaran de la entrada de nadie.   —Déjame a solas con mi hija—ordenó mi padre con su típica expresión tensa y su imponente  forma de caminar.   —Sí, señor—la mujer agachó levemente la cabeza haciendo una reverencia en señal de respeto y abandonó la estancia.   El silencio reinó durante varios segundos. Permanecí completamente callada y no me moví de mi posición esperando a que dijese la primera palabra.    —¿Por qué no tocas algo para mí, hija?—dijo señalando el piano.—Tantos asuntos y convenciones me han dejado sin energía.   Se sentó en el sillón en el que había estado yo minutos antes y cogió mi taza de té, dándole un sorbo.    «Adiós a mi té»    —¡Está helado!—se quejó mirando la puerta por la que se había ido la sirvienta.—¿Quién demonios ha preparado esto.    —Ese té, lleva preparado más de diez minutos, papá—expliqué mientras tomaba asiente en el pequeño banco que había enfrente del piano—.Me lo habían preparado para mí y te aseguro que estaba quemando.   Lo escuché quejarse a mis espaldas, sin embargo, terminó bebiéndose la taza entera.   —¿Qué pieza te apetece escuchar?—pregunté mientras acariciaba con suavidad las teclas del piano.    —La que a ti más de apetezca. Hoy no seré muy exquisito—dijo.   Me permití el lujo de pensar durante unos segundos la canción que más reflejase mi estado de ánimo.    «Ya sé»   Comencé a tocar la melodía, dejando fluir la música por el ambiente mientras que mis dedos se movían solos por las teclas del instrumento. La canción era triste y melancólica, pero sin duda era todo una obra de arte compuesta por uno de los mayores músicos de la ciudad.   Era como si las notas musicales pudiesen leer cada parte de tu mente y sacarlo al exterior en una perfecta danza de sonidos.   Me la sabía de memoria, y no era necesario mirar la partitura. Acostumbraba a tocarla casi todos los días, era una forma de aislarme y hacerme sentir mejor a mí misma, como si supiese que su compositor se sentía igual de desgraciado que yo.  Toqué la última nota y un silencio sepulcral volvió a adueñarse de la habitación.    —Un poco triste—dijo mi padre. Escuché sus pasos caminar detrás de mí.—Podrías haber tocado algo más alegre que concuerde con la situación.   —Mi situación no es muy feliz en estos momentos—lo interrumpí girándome levemente para quedar sentada de cara a él.   Papá estaba mirando el ramo de tulipanes, un poco destartalo y con algunas flores sin apenas pétalos.    —¿Este también piensas echárselo a los caballos?—inquirió mirándome duramente.   No le respondí. Sabía que si me atrevía a contradecir mis actos, aquella conversación no acabaría bien.    —Debes saber que el rey prepara todos sus obsequios con mucha dedicación y entrega. Y eso, solo lo hace para complacerte, no para que lo menosprecies—explicó.      Resoplé por lo bajo y me puse en pié.    —No me gusta que estén regalándome flores y joyas a cada momento—repliqué.—Me hace sentir incómoda. No necesito tantos lujos y tampoco quiero joyas que no voy a ponerme.  Mi padre me examinó con la mirada. Seguramente, maquinando sus siguiente palabras.    —Todo eso y mucho más, es lo que necesita una reina, Marinette—dijo, acercándose a mí por detrás. Posó sus dos manos sobre mis hombros y observó mi rostro reflejado en la ventana.—Después de todo lo que ha ocurrido, el rey solo quiere que te sientas mejor, para hacerte olvidar.   Me zafé de su agarré con resignación y caminé por toda la estancia.    —Una pila de regalos no va a hacer que olvide mi cautiverio—aseguré.    «Si Jouvet creía que sus estúpidas flores me harían olvidar a Adrien, estaba muy equivocado»  Escuché a mi padre suspirar.    —Lo se—dijo.—Se que no es algo material lo que haga que pases página—se colocó enfrente de mí y sacó de su bolsillo un sobre perfectamente doblado y sellado con el símbolo de la corona—Ábrelo en tu cuarto.   Observé el pequeño sobre con recelo y lo tomé entre mis manos.    —Pasado mañana cogeremos un tren a París, ya he comprado los billetes—aseguró mi padre.   Mi corazón se aceleró al instante.   «Volver a París...»  Regresar significaría volver al lugar donde ocurrió todo. Donde conocí a Adrien y donde me enamoré de él. Regresar supondría estar más cerca de él y no poder correr a su encuentro.    —En esa carta está la explicación de nuestra partida—mi padre se acercó hacia mí  me dio un suave beso en la mejilla.Sentí su bigote rozar mi piel levemente y su aliento mentolado mezclado con el alcohol—Buenas noches, hija.   Caminó hacia la puerta y salió, dejándome completamente sola.  ○○○ Marinette Me despojé de mi vestido con algo de dificultad, desatando los botones traseros engorrosamente. Normalmente una criada me ayudaba a vestirme y también a desvestirme, pero en esta ocasión solo quería estar sola y ordenar mis pensamientos.   Mis ojos no se despegaban de ese sobre y comencé a quitarme el vestido con más lentitud para alargar los minutos. No quería leerlo, pues de alguna forma ya sabía que había escrito.   El vestido cayó al suelo, desaté mi corset y cogí mi camisón para dormir, después agarré una fina bata de seda y até su cordél alrededor de mi cintura.   Al menos, más cómoda no correría el riesgo de sufrir un ataque que me dejase sin respiración por culpa del corset.   Tomé con recelo la carta y me dejé caer sobre la cama. Examiné el sobre por todas partes deseando que en ella hubiese escrito otro nombre que no fuese el de Jouvet.  Llevé un mechón de cabello azabache detrás de mi oreja y abrí el sobre.   Tal y como imaginaba, lo primero que mis ojos leyeron fue: Por cortesía de su majestad el rey .   Maldije internamente mientras leía una larga lista de elogios y halagos. Rodé los ojos viendo lo surrealista que sonaba todo aquello. Seguramente cualquier mujer se sentiría alagada con algo así, pero yo en cambio lo único que sentía era unas náuseas que no me dejaban ni respirar.   Fue entonces cuando lo leí, reafirmando todas mis sospechas y haciendo realidad una de mis peores pesadillas.   Me gustaría desposarla el mes que viene y anunciar mi compromiso el sábado, el día de Navidad. Espero con ansias su llegada.  Atentamente, el rey.

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