La frase cayó como una piedra en medio del salón. Rafael la sostuvo con la mirada, pero no respondió. Esmeralda sonrió con amargura. Tomó su bolso del respaldo de la silla, lo colocó en su hombro y se giró hacia la puerta sin esperar ninguna reacción. —Bueno, ya arreglé el desastre. Ahora me voy. No miró a nadie. No se despidió. Solo salió con paso firme, sin dejar rastro de emoción en su rostro. Rafael dio un paso, como si fuera a detenerla, pero se quedó quieto. Porque en su mirada ya no había rabia, ni dolor… solo una herida disfrazada de indiferencia. El motor del auto ronroneó suavemente cuando Esmeralda encendió el vehículo. Puso las manos en el volante, pero no arrancó de inmediato. La imagen de Selena Saavedra vino a su mente como un veneno lento: su sonrisa encantadora, la

