Mari La sala quedó vacía. Y con ella, como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo, también se disipó la presión en mis hombros. Me quedé sola, y el silencio —que al principio se sentía intimidante, casi hostil— empezó a transformarse en algo parecido a un bálsamo. Finalmente, pude respirar tranquila. Y, por primera vez en todo el día, pensar con claridad. Sobre la mesa estaban las carpetas que el inspector Morales me había lanzado como quien tira sacos de arena en una trinchera. Papeles manchados de café, fotocopias torcidas, imágenes que podrían quitarle el apetito a un caníbal, y notas a bolígrafo escritas como si las hubieran garabateado mientras perseguían a un sospechoso por un callejón. Bienvenidos al glamuroso mundo del departamento de Homicidios. Me recogí el pelo en un

