Capítulo ciento ocho:El deseo del esposo

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El calor de la fiebre en la piel de Bernadette había menguado, pero el cansancio seguía anclado en sus huesos. Por primera vez desde que habían llegado, Silas entró con una bandeja distinta: sobre ella, papel, un tintero y una pluma. —Hoy quiero que escribas —dijo, colocándolo todo sobre la mesilla cercana a la ventana—. Si tienes fuerzas, claro. Ella lo miró un instante, calculando la intención de aquel gesto. Luego asintió apenas. Silas la ayudó a sentarse y, una vez que estuvo bien acomodada, empujó el tintero hacia ella. Bernadette tomó la pluma con manos temblorosas. Con trazos firmes, escribió: Sí. Sin la fiebre me siento mejor. Él leyó la frase y asintió con una leve sonrisa. —Eso es bueno. La observó unos segundos más, y luego comentó con un matiz extraño en la voz: —Es… rar

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