La carta llegó a sus manos, llevada por una criada con el rostro tenso y las manos frías. La duquesa Honorine de Valmont rompió el papel con la impaciencia de quien intuye malas noticias. Apenas leyó las primeras líneas, el color se le esfumó del rostro. Bernadette. Otra vez Bernadette. Sus dedos temblaron al avanzar por el resto de la carta, sintiendo un peso helado descender por el pecho. Había caído de nuevo en manos de su esposo. Había escrito que no podía moverse sin ser vigilada, que sus intentos de encontrar un abogado estaban frustrados, que necesitaba ayuda… ayuda inmediata. La voz de la joven resonaba en esas líneas como un grito ahogado. —No… no puede ser… —murmuró Honorine, con la vista fija en el papel como si pudiera arrancar de él una respuesta distinta. Giró de pronto

