Capítulo sesenta y dos:No eres viudo, sigues casado

1803 Words

El caballo de Silas avanzaba a galope furioso, devorando los kilómetros como si el propio jinete intentara dejar atrás la muerte, el dolor y el peso de una culpa que lo desgarraba por dentro. La noche era cerrada, los árboles a cada lado del camino susurraban como testigos implacables, y el aire helado le cortaba la piel. No llevaba abrigo ni maleta. Nada. Solo el rostro pálido, los labios partidos y los ojos hundidos de quien ya no tenía a dónde ir. Cuando por fin divisó las rejas de hierro de la finca, sus manos temblaban tanto que apenas pudo sostener las riendas. Las columnas de piedra que marcaban la entrada se alzaban como centinelas de otro mundo. Al cruzarlas, el camino de grava crujió bajo los cascos del animal. Las farolas de gas iluminaban tenuemente los jardines simétricos,

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