Silas acababa de cruzar el umbral del Château Deveraux cuando escuchó un grito agudo y familiar. Camille venía corriendo desde el vestíbulo, los rizos alborotados y una carta apretada entre los dedos. —¡Silas! ¡Han escrito! ¡Los D'Artois han enviado una carta! —exclamó, abalanzándose sobre su hermano con un abrazo breve y entusiasta. Él se tensó, el rostro endureciéndose, y arrancó la carta de su mano, los dedos apretándola con fuerza. Sin una palabra, giró hacia el despacho, sus pasos rápidos resonando en el suelo pulido. Camille lo siguió, parloteando, su voz rebotando en las paredes tapizadas. —Dámela —ordenó con voz baja, sin corresponder al entusiasmo de Camille. —Vamos a leerla juntos, ¿quieres? —preguntó Camille, siguiéndolo con paso ligero cuando él comenzó a caminar con determ

