Bernadette cerró la puerta del salón con dignidad. No necesitó mirar atrás. Había dicho todo lo necesario. Ahora le tocaba cumplir el otro papel que la vida le había regalado y que ella aceptaba con mucho amor: el de hermana, protectora, y —en ausencia de cualquier figura masculina— guardiana del destino de Claire. Atravesó los corredores de mármol del château con paso firme, subiendo la escalera central entre tapices y espejos antiguos que devolvían una imagen serena… pero tensa. Cada escalón la acercaba a la habitación donde Claire era preparada como nunca antes. No para una boda, no aún, sino para una promesa. La puerta estaba entreabierta. Dentro, resonaban risas nerviosas, suaves instrucciones, y el sonido de perfumes siendo rociados, peines deslizándose y joyeros abiertos. Bernadet

