El ramo de rosas blancas, atado con un lazo de satén, iba en su mano izquierda, mientras la caja de dulces de almendra, envuelta en papel de seda, crujía bajo su brazo derecho. La noche anterior, con su furia desatada, la cachetada de Bernadette, la puerta cerrada, ardía en su memoria como un recuerdo del que no entendía cómo sucedió. Sabía que las cosas se habían salido de control, que su comportamiento, su miedo a perder el control, lo habían llevado demasiado lejos. Muy lejos. Pero la cena había tomado un rumbo que él no sintió venir y pronto todo se convirtió en un caos. El mármol pulido del suelo reflejaba su figura, un hombre que cargaba una fachada de nobleza y un corazón lleno de culpa. Al pasar por el salón, vio a Camille, hundida en un sofá de terciopelo deslucido, un libro

