Ella yacía en la cama de dosel, el camisón de lino arrugado, los rizos rubios desparramados sobre la almohada, las mejillas empapadas de lágrimas. Su rostro, pálido y tenso, reflejaba no una enfermedad del cuerpo, sino un terror que la consumía: miedo de que Camille, testigo de su aventura con Silas en el jardín, hablara; vergüenza de enfrentar su mirada; pánico puro ante la posibilidad de que Lucien, su esposo, descubriera la verdad. Silas le había asegurado que todo estaba bajo control, pero si el secreto estaba en manos de otro… ya no podía estar tranquila. ¿Cómo podría estarlo? Fue atrapada en pleno acto en medio del jardín… aquello podría hundirla si se sabía lo que estaba pasando. Hasta el momento, su esposo había dado ciertas libertades a Amélie, aquellas que incluían una buen

