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APARENTE INOCENCIA

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Blurb

Dicen que la línea que separa el amor y el odio es tan delgada, que cuando la cruzas no te das cuenta y entonces ya es demasiado tarde para rectificar. Dichos sentimientos tan contradictorios son un rasgo innato de la naturaleza humana, los cuales se intensifican de manera exponencial cuando los responsables son madre e hija.

Nadia es una hermosa adolescente de ojos azul hielo de origen ruso con grandes problemas de conducta y brotes psicóticos que le conducirán a una batalla sin cuartel contra su madre adoptiva; mientras que el detective de homicidios Allen Walker, deberá profundizar en el pasado de Nadia para conseguir esclarecer la oleada de asesinatos que suceden alrededor de la bella y siniestra joven.

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LA EDAD DE LA INOCENCIA
Aquellos hermosos ojos azul hielo provocaban una estremecedora mirada en la que se reflejaba sin reparos una mezcla de crueldad e inteligencia a partes iguales. Conseguían atraparte profundamente en su potente encanto, como si te sintieras preso de un hechizo de imposible cura, con lo que se debía de realizar verdaderos esfuerzos para lograr desviar la tuya propia aunque fuera durante un par de segundos. Lo cierto era que cuando sus interlocutores hablaban cara a cara con aquella bella y astuta niña de tan solo doce años, a todos les ocurría lo mismo, independientemente de su edad o de su sexo. Caían embaucados bajo el imán del gélido azul, ocasionando que tuvieran que esforzarse con empeño y lograr concentrarse en el trascendental diálogo. El detective Allen Walker era un hombre de constitución recia cuya edad prácticamente había alcanzado la cincuentena, aunque aparentaba ser al menos diez años más joven gracias al ejercicio físico que realizaba regularmente y también a la suerte de conservar prácticamente intacto todo el pelo de tonalidad castaña en su cabeza. Exceptuando en el ámbito laboral donde a veces se encontraba con casos complicados de solucionar envueltos en ambientes de considerable peligro, su vida personal era bastante inocua y monótona. Desde que se divorció cinco años atrás después de casi veinte años de matrimonio carente de hijos, su rutina cotidiana se limitaba a descansar en el pequeño apartamento alquilado ubicado en el centro de la ciudad. A veces salía por la noche con amigos a tomar unas cervezas o unas copas, pues a pesar de estar marcado por un carácter algo introvertido, Allen Walker era hombre de buena cultura y de mejor conversación. El policía observaba a través del cristal de la sala de interrogatorios, la cual tan solo estaba equipada con una mesa de acero acompañada de dos sillas fabricadas con el mismo material. En una de ellas se sentaba Nadia, la dueña absoluta de aquella calculadora y viva mirada, mientras que la otra era ocupada por la joven agente del FBI Grace Collins, quien intentaba con ahínco que el interrogatorio no se le escapara de las manos. El nerviosismo de la colega era más que evidente, pues viendo cómo se iba desarrollando la conversación, quedaba claro que quien llevaba el dominio de la situación era la cría. Grace trataba por todos los medios de no mostrar su intranquilidad y procuraba inútilmente de disimularlo desviando momentáneamente la mirada mientras se tocaba con la mano izquierda su n***o pelo cortado a media melena. Nadia, cuyo nombre curiosamente significaba en ucraniano “esperanza”, la miraba atentamente con cara de curiosidad y satisfacción, siendo plenamente consciente de que hasta ese momento ella era quien dominaba la situación. ─ ¿Sabes que tu hermana Helen sigue en coma y se puede morir en cualquier momento? ─preguntó Grace comprobando si la muchacha reaccionaba de alguna manera determinada que pudiera desembocar en alguna pista relevante o por si de manera casual evidenciara un mínimo síntoma de fragilidad. ─ Hermanastra ─se limitó Nadia a contestar de manera escueta sin mostrar un ápice de afecto o compasión. ─ Bueno ─añadió la agente del FBI cada vez más incómoda─. Igualmente es un m*****o de tu familia. Imagino que de algún modo te afectará. La adolescente rusa se quedó en silencio y no dijo nada al respecto. Su compañera, entonces decidió cambiar radicalmente de táctica y pasar al ataque. ─ ¿Cómo puede ser que tu hermana, digo hermanastra, se cayera de esa manera por las escaleras de la entrada de casa? ─ Se resbaló. ─ ¿Tú viste cómo se resbaló? ─ Claro. Yo estaba detrás de ella cuando ocurrió. ─ Algunos testigos declararon que vieron cómo la empujaste ─sentenció Grace pretendiendo apretar las tuercas a la sospechosa. ─ Mienten ─interrumpió Nadia de forma tajante y bastante molesta─. Era de noche y es imposible que vieran alguna cosa. Se resbaló porque en los escalones había un gran charco de aceite. ─ Ya ─gesticuló su compañera entretanto se inclinaba sobre la mesa para poder ver a la cría más de cerca y ya de paso intentar intimidarla─ ¿Y cómo llegó ese aceite allí? ─ No lo sé ─contestó Nadia de manera tranquila exhibiendo una cara totalmente ambigua, la cual formaba una sólida muralla inexpugnable carente de fisuras entre ella y sus verdaderos sentimientos. ─ Tu madre, que está en vuestra casa bajo los efectos de potentes calmantes, asegura que tú has intentado matarla varias veces. ─ Eso es absurdo ─sentenció rotundamente la joven de ojos azul hielo─. Quiero a mi madre. Allen Walker continuaba observando todo el interrogatorio desde la otra habitación a través del cristal espejo con signos de preocupación, pues sabiendo que no tenían nada contra aquella chica, su sexto sentido de detective de homicidios le decía que era plenamente culpable. En ese mismo instante irrumpió en la sala de interrogatorios el abogado de Nadia. Un tipo corpulento de casi sesenta años de edad completamente calvo. Iba vestido con un traje color ocre acompañado de camisa blanca y corbata roja. Al verle, sin perder un segundo el detective Walker salió de la sala contigua y entró directamente en la de interrogatorios. ─ No digas nada ─ordenó rápidamente a la chica para acto seguido señalar con el dedo índice al investigador. ─ Agente Allen Walker ─dijo─. Soltarla ahora mismo. No tenéis nada contra ella. ─ Eso no está del todo claro ─trató de defenderse el policía─. Ella se encontraba detrás de la hermana cuando cayó por las escaleras de la entrada de su casa, con lo cual como mínimo debemos investigarlo. ─ ¡Y una mierda! ─exclamó el abogado sin miramientos─. Sabes perfectamente que con esas pruebas tan débiles, un juez os meterá un buen rapapolvo. ─ Lo estamos averiguando. No podemos dejarla libre sin más hasta que no estemos completamente seguros de que ella no ha estado directamente involucrada. ─ ¿Y qué quieres hacer mientras tanto? ─preguntó el abogado incrédulo─ ¿Encerrar a una niña de tan solo doce años en un calabozo durante un tiempo indeterminado? ¡No me puedo creer lo que me estás diciendo! ─sentenció haciendo aspavientos con ambos brazos. Grace Collins contemplaba toda la escena en silencio, sin saber qué decir ni qué pensar. La tensión que había sufrido antes en el careo con la chica, había provocado un incremento importante en su sudoración; y aunque el chaleco oscuro con las letras impresas de “FBI” amarillas tapaba toda su blanca camisa, a través de las mangas se podía distinguir sin ambigüedades los efectos de la transpiración. ─ ¿Vas a mandarla a casa? ─preguntó Allen Walker ya en tono más tranquilo pero a la vez inquieto, siendo consciente de lo que podía significar eso. ─ Claro ─afirmó perplejo el abogado─ ¿Dónde va a ir? No pretenderás enviarla a un deprimente centro social de esos. ─ Pero su madre está en estado de shock y bajo fuerte medicación ─añadió tratando de gastar una última bala con la intención de convencer al abogado. ─ Por supuesto que está en estado de shock. Su hija se encuentra en coma y a lo mejor no sale de esta ¿Cómo coño va a estar sino es en estado de shock? Además, le vendrá bien como terapia la compañía de su otra hija. Al acabar dicha frase, agarró de manera suave el brazo de Nadia. Realizando un gesto para que la muchacha se levantara, dijo. ─ Venga cariño. Vuelves a casa. Grace Collins y el agente Walker se quedaron parados sin decir absolutamente nada, pues era evidente que aquel letrado tenía toda la razón del mundo y por tanto la sartén por el mango. El abogado y su joven cliente salieron de la sala de interrogatorios sin tan siquiera despedirse, pero justo cuando Nadia se disponía a cruzar el umbral de la puerta, giró la cabeza y nos dedicó una sonrisa incluso más inquietante que aquella escalofriante mirada de ojos azul transparente.

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