Prefacio
La bala atravesó mi abdomen provocando un latigazo de dolor que hizo eco en cada parte de mi ser, mientras el sufrimiento se apoderaba de mí, me cuestioné la razón por la que cubrí el cuerpo de mi prometido con el mío. Y es que fue más un reflejo que algo que pensé coherentemente.
Ese cabrón no lo merecía.
Román Arreola era uno de los generales más respetados del ejército de Meza, un hombre atractivo, imponente, frío y seductor que con una sola mirada podía congelarte. Su mera presencia cautivaba a cualquiera, su caminar poderoso y erguido podían asustar a cualquiera. Pues cada vez que él aparecía, los criminales sabían que su hora había llegado.
Y aún así, de no haber sido por mí, él seguramente estaría muerto o luchando ferviente por su vida. Había sido una estupidez gigante el lanzarme de lleno para evitar que la maldita bala que me desangraba, lo matara a él, sobre todo después de que el hijo de puta me confesó su amorío de mínimo cuatro meses con esa mujer. Román me describió con detalle cada uno de sus encuentros, susurró a mi oído sus vivencias sexuales sin censura mientras mi corazón se hacía añicos hasta casi desaparecer.
Todo eso después de que yo lo enfrentara y le exigiera que rompiéramos el compromiso. Porque yo no iba a continuar con una farsa solo para guardar las apariencias. Lo amaba, incluso estando moribunda sabía que lo amaba porque hasta el día anterior yo pensaba que éramos una pareja digna de ser envidiada.
Y por mucho que se intente, no se puede dejar de amar a alguien en cinco minutos, al menos eso no funcionaba conmigo… Aunque deseé con toda mi alma ser capaz de ello.
Esa fue la razón, claro, un reflejo o instinto por salvar a alguien a quien amo, pero que nunca me amó. De haber tenido al menos cinco segundos para meditarlo, posiblemente no lo habría hecho. Y ahora iba a morir mientras él viviría feliz disfrutando del sexo salvaje al lado de Sabina Lara, la mujer con la que me engañó, una teniente responsable y disciplinada. Según las palabras textuales de Román: “Una diosa del sexo”.
Mi prometido se alzaba sobre mí, su mirada analítica observando la herida de la que la sangre manaba a borbotones. Yo quería que me viera, que al menos posara su mirada sobre la mía en un intento desesperado de ver algo que no fuera enojo o irritación en ella, tal vez una pizca de cariño. En su lugar, solo se arremangó la camisa y con su saco ejerció presión sobre la herida en un vano intento por detener la hemorragia.
Lo único que logró fue ocasionar más dolor, uno que se esparció sin piedad por cada fibra nerviosa de mi débil y moribundo ser. Quise gritar, pero ni siquiera tuve fuerzas para ello.
Supuse que un verdadero amante, alguien que te quería más que a su propia vida y que te convertía en una de sus mayores prioridades si no era que en su mayor prioridad, estaría en pánico en ese momento, pero no el ecuánime y orgulloso general Arreola; terror de las mafias y justiciero de los inocentes. Se veía tan caliente que de verdad quise irme de este mundo con su imagen como último pensamiento. Podría imaginar que todo terminó bien, que jamás me engañó, que Sabina Lara no existió y que nuestra vida pudo haber sido hermosa.
Engañarme en mis últimos minutos de vida no sonaba tan mal, después de todo.
Escuché una detonación… No, fueron dos. El barullo seguía activo, posiblemente dos bandos enfrentándose entre sí.
Seguramente se trataba de la emergente organización denominada “La Baraja”. Nadie conocía la identidad del líder, se trataba de un secreto bien enterrado al que muy pocos tenían acceso. Román se encontraba más tenso los últimos meses debido a ellos, se estaba obsesionando tanto, que comenzaba a preocuparme. Ingenua yo que creía que su distancia era por el trabajo y no por la existencia de una amante.
Fui tan tonta, era de esperarse que una simple bailarina de ballet que se lesionó cuando al fin debutaría en la compañía de ballet más importante del país como yo, sería reemplazada rápidamente. Desde el momento en que Sabina y Román se vieron, el destino debió sellarse.
Y no podía evitar pensar en todas las veces en que él se acostó junto a mí en nuestra cama después de habérsela follado. Después de haberla embestido poderosamente mientras ella gritaba de placer y le pedía más y más. Después de que él hubiese probado ávidamente su centro para que ella lo montara salvajemente después.
Los rumores decían que cuando estás por morir, ves tu vida pasar delante de ti como una película, pero en mi caso no es así, pues mi mente traicionera no podía dejar de imaginar la polla de mi prometido penetrando una y otra vez a la perfecta y escultural agente Lara. Y es tan injusto porque quería morir en paz, pero las imágenes no desaparecían.
Ni siquiera pude preguntarle el porqué de sus acciones, sabía la respuesta, pero quería escucharla de sus labios. No pude reprocharle que yo sí lo amé desde el primer puto momento en que coincidimos.
Todas las preguntas, todas las ofensas y todos los gritos murieron en mi boca en el momento en que la primera detonación sonó. Cuando me di cuenta de que teníamos a seis personas apuntando de lleno a Román quien estaba de espaldas, lo primero que hice fue intentar lanzarnos bajo uno de los automóviles. Pero todo sucedió tan rápido, no pudo apartarse, no pude apartarme, me convertí en la diferencia entre la vida y la muerte.
Sus manos seguían intentando detener una hemorragia insostenible, el dolor desaparecía poco a poco, fue suplantado por una inmensa calma y un frío gélido que se colaba por mis poros y se arremolinaba en cada órgano de mi cuerpo.
Estaba llorando, lo único cálido en mí eran las gruesas lágrimas que caían por mis mejillas. Me gustaría decir que eran de dolor físico, tal vez algunas podrían serlo, pero la mayoría provenían de la tristeza y de la ponzoñosa punzada de la traición, la cual dio su estocada mortal mucho antes de que la bala me golpeara.
Intenté imaginarme parada sobre un escenario, todas las luces enfocándome, realzándome. Yo era el centro del espectáculo, la protagonista de una historia, por primera vez me voltearían a ver. Me imaginé una música angelical, alegre, sensible y entonces comencé a bailar, giraba, mis suaves y gráciles movimientos envolvían a todos y los sometían a un ambiente tan emocionante como hermoso.
La gente me admiraba, el público extasiado aplaudía para celebrar mi talento, algo había removido en su interior debido a mi bella presentación y en medio de todos… Él.
No, no él. Román tomó su decisión, él nunca fue fanático de mis bailes, del ballet. Incluso hoy que me acompañó a mi primera función después de la lesión, solo lo hizo porque sus compañeros de trabajo quisieron venir. Y dentro de esos compañeros… Sabina.
Jamás creí que pudiera estar follando en uno de los camerinos en lugar de verme bailar. Ni siquiera entendía cómo lograron entrar ahí.
Había pasado una eternidad desde que era la única propietaria de sus besos, desde que su lengua solo me hacía llegar al clímax a mí. Desde que bebía de mis labios su nombre y desde que cada toque me encendía solo a mí.
—Respira, Odele —su voz, tan grave y firme, me obligaba a obedecer—. No cierres los putos ojos.
Los párpados me pesaban como plomo, estaba tan cansada que solo pensaba en hundirme en las tinieblas y dejarme llevar. Junto la fuerza necesaria para enfocar la mirada y me encuentro con la suya, ahora sí me está viendo. La esperanza de encontrar algún retazo de amor se apaga como el viento a una vela, ya ni siquiera clamo por afecto, solo quisiera ver ahí una pizca de preocupación. Pero sus ojos son unas duras dagas que casi me reprochan el haberme permitido herir. Como si lo hubiese hecho por gusto y no para salvarlo.
Cabrón de mierda
Sabina Lara, la envidia de mujeres y codicia de los hombres, apareció en mi visión. Su cabello castaño caoba perfectamente peinado y sus labios rojos carnosos me hicieron enfadar. Si no hubiese estado ahogándome con mi propia sangre, pude haberle soltarle una sarta de improperios a la hija de puta quien aun sabiendo que Román estaba comprometido, no dudó en seducirlo. O aceptar sus seducciones. Lo que sea que haya pasado.
Sentí el momento exacto en que Román alejó sus manos de mi cuerpo. Imponente, vi desde el duro suelo como Sabina le gritó algo en el oído y este asintió, firme. La mirada indiferente de Román dolió como los mil demonios, fue jalea hirviendo cayendo en mis entrañas, un cuchillo desgarrando inclemente todo a su paso.
No debí sorprenderme de que la preferiría a ella antes que a mí.
Román se puso de pie, alejándose de mí, se dio la media vuelta para seguir a Sabina a través del caos. La agente tenía un arma que sabrá la chingada de donde sacó. Ambos se largan sin mirar atrás.
En ese momento agradecí a cualquier ser superior o fuerza de la naturaleza que quisiera escucharme, pues algo bueno de mi inminente muerte era que no tendría que lidiar con nada más, pues después de una humillación como tal, no sabría cómo seguir adelante.
Era consciente del tiroteo, de los gritos desesperados y asustados de la gente civil y de los pasos que se movían de un lado a otro, corriendo. Las órdenes se evaporaban en el aire, en algún momento el enfrentamiento debía terminar.
No lo dudaba, eso debía ser obra de “La baraja”. Ni siquiera me enteré de qué se suponía que hacían, de cuál era su objetivo. Ojalá se declarasen la guerra y se odiaran entre todos.
Ojalá que se arrancaran la polla entre todos.
Mientras lo último de mi sangre abandonaba mi cuerpo y el frío anestesiaba los últimos retazos del dolor, miré fijamente al cielo. Esa vez las lágrimas no aparecieron, pero imaginariamente dejé salir en forma de lágrimas todo en mi interior.
Lloré por el amor perdido, por mis sueños frustrados, por la inocente chica que alguna vez soñó con ser feliz y disfrutar de la vida. Por aquella que confió y fue traicionada.
Al dar mi último suspiro, solo sentí alivio.
* * Ahora sí agárrense, que en octubre se actualiza esto y viene con todo, saludos, AdeT * * .