Capítulo 1

3226 Words
El olor fétido pegó de lleno en mis fosas nasales, se mezcló con un aroma metálico que podría haberme hecho vomitar de no ser porque en ese momento no tenía fuerzas para hacerlo. Me dejé envolver por la densidad del hedor de forma que mis extremidades respondieran para alejarme de ahí, sin embargo, lo único que logré fue estirar el cuello hacia un lado para alejar mi cabeza lo más posible y deshacerme de la peste. Era de esperarse que no sirviera para nada. Mis párpados pesaban tanto como el plomo, abrirlos es un martirio, pues además del esfuerzo que me provocaba dolor de cabeza, estaba el hecho de que las punzadas eran molestas. Una vez que logré abrir los ojos, me sentí tan cansada, que por poco cerré los ojos de nuevo. Por suerte, mis jadeos desesperados y agitados me ayudaron a sentirme mucho más viva. Porque era eso, estaba viva. Al darme cuenta de ello, me percaté de todo lo que me estaba pasando, pues mi pecho subía y bajaba rápidamente sin seguir un ritmo específico, casi como si hubiese corrido un maratón, me encontraba aspirando grandes y dolorosas bocanadas de aire como si acabara de romper superficie después de haber estado demasiado tiempo bajo el agua, como si hubiese estado a punto de perecer y solo por un milagro había sobrevivido. Viva, viva. Respiraba, me movía, veía, sentía. Eso fue lo peor, que no solo eran sensaciones físicas, si no emocionales que definitivamente prefería olvidar. Para alejar todas las emociones negativas, me centré en controlar tanto mi respiración como mi pulso, solo debía fijar un punto fijo en el cielo oscuro, concentrarme en el sonido del aire siendo exhalado y usar todo mi esfuerzo para volverlo mucho más lento. Ya más tranquila, me dediqué a observar el lugar a mi alrededor, primero las estrellas brillantes en el cielo que titilaban sobre un lienzo uniforme cuyo único adorno verdaderamente llamativo era la luna en cuarto creciente. Era de noche, a juzgar por lo que veía no era tan tarde, pero tampoco era como que acabara de ponerse el sol. Me embargó la pregunta del millón: ¿Qué exactamente estaba haciendo ahí? O mejor aún, ¿Por qué estaba viva? Una vez que mi mirada paseo por más debajo, me di cuenta de que estaba tirada en un basurero, ahí la explicación del olor nauseabundo. Estaba entre dos edificios de muros grises y pintura descarapelada cuyos contenedores de basura estaban a rebozar y algunas moscas zumbaban mientras buscaban algún banquete entre tantas bolsas. Al parecer el camión de basura olvidó pasar por ahí. Un chillido sucedido por unas patas delgadas pegadas a un cuerpo gordo y gris que corrió hacia mi me obligó a levantarme rápidamente sobre mis antebrazos. La rata pasó corriendo a solo unos centímetros de mi brazo, sus chillidos haciendo eco en mis oídos, trepó por una pared y desapareció por una pequeña abertura entre los ladrillos maltratados. Tragué saliva, tenía la boca tan seca que fue difícil y doloroso, mi garganta parecía estar al rojo vivo y de no ser porque habría dolido más, habría soltado un quejido. Mis extremidades hormiguearon sin volverse punzadas dolorosas, más bien eran irritantes y molestas, pero las agradecí porque me recordaron que estaba viva y que al menos las cuatro funcionaban correctamente. Tomé varios respiros para juntar la fuerza y la voluntad de ponerme en pie. Me decía que después del tercer respiro ya lo haría, pero pasaron tres, luego seis y finalmente llegué a treinta. No me di uno más, simplemente me puse de pie con un dolor agudo y punzante que me atravesó duramente el estómago y por poco me hizo caer de nuevo. Logré estabilizarme, para cuando estuve de pie, el dolor había desaparecido. Fue tan efímero como lacerante. Recargué la espalda en una de las paredes, justo en la zona que me pareció menos sucia y me apreté el lugar en dónde sentí nacer el dolor. Me armé de valor para echar un vistazo a mi abdomen y jadeé en sorpresa y terror cuando vi la mancha enorme de sangre que tenía en la blusa maltratada y sucia. Solté un chillido, sentí el pánico comenzar a apoderarse de cada una de mis células, pero pronto el raciocinio entró en juego y me hizo ver que no podía tratarse de algo grave, pues de haberme desangrado, no podría haberme parado, menos aún mantenerme en pie como lo hacía en ese momento. La vista roja me devolvió de golpe a aquella noche, al tiroteo, al ruido de las detonaciones, a los gritos desesperados o los alaridos dictando órdenes. Aún escuchaba vagamente el zumbido de los proyectiles y la voz grave y potente de él. Me devolvió de golpe el dolor de la cuchillada emocional que me hizo darme por vencida, que me mató mucho antes que la bala. Fue un frío y un terror que jamás había sentido, fue esa mirada ecuánime y calculadora que miraba mi herida sin preocuparse realmente por el resultado final. Porque al final, estoy segura de que él habría estado aliviado al saber que se estaba librando de mí. Esa melena color caoba detrás de él casi me hizo levantarme de furia, pero habría sido imposible y sinceramente, no lo valía. Nada de lo que estaba pasando tenía sentido, yo debía estar muerta porque yo morí ese día. No existía fuerza humana alguna que me pudiese salvar, menos se diga de traerme de regreso. Y aún así ahí estaba. Levanté la playera empapada… Bueno, no empapada. Sí estaba llena de sangre, pero era sangre seca, ya ni siquiera hablábamos de horas, si no… Días. Esto llevaba días. Mi sorpresa fue tal al descubrir que la piel de mi abdomen estaba inmaculada, tan lisa como si le hubiesen pasado una lija. Ni siquiera había una cicatriz que indicara que alguna vez hubo una herida. Toqué la zona que debiera estar afectada, pero no hubo dolor, ni relieve, ni signos de maltrato. Eso era muy raro. Sobre todo porque también tenía las manos llenas de sangre, parecía un carnicero, pero yo jamás toqué la herida cuando casi morí, ese fue Román el grandísimo hijo de puta. Y también se trataba de sangre seca. ¿Cómo era eso posible? Una bala me atravesó, hirió piel, músculo, órganos… Drenó la sangre de mi cuerpo, no debería estar entera y menos aún en una pocilga. Si esta fuera otra realidad, pensaría que la fiesta se salió de control y vine a descansar después de una terrible noche de copas. Si mi madre me hubiese encontrado, escucharía sus palabras: . Un latigazo de dolor atravesó mi cabeza, me la sostuve con ambas manos en un intento por mitigar el dolor. La imagen rápida de Román apareció en mi mente: Alto, de piel bronceada, cabello oscuro y ojos color ámbar tan profundos que te harían pensar que sabe todos y cada uno de tus secretos. Admiré su cuerpo escultural capaz de cautivar a cualquiera, sus movimientos tan elegantes y coordinados que hacían a más de una suspirar. Hijo de perra, alguien así de traidor no debería ser tan sexy, debería ser horrible, feo, debería poder ser odiado fácilmente. Y lo odiaba, tenía que hacerlo. Él me hizo pensar que viviría un cuento de hadas, recordé con fervor todas aquellas veces en que nuestros cuerpos se juntaron, en que sus movimientos me hacían gritar de placer y en todas aquellas veces que sus dulces palabras me convencieron de que era la única y mejor aún, especial. Porque supo manipularme con todos mis puntos débiles. Por todos los malditos infiernos que existen, el engaño me dolió como nunca algo, pero no fue nada comparado con el golpe de realidad al darme cuenta de que ambos se veían tan bien juntos. Parecían esas personas que todos ven e inmediatamente se piensa que deben terminar juntos porque sería lo correcto. Estaba mejor con ella que conmigo. Por eso me sentí tan aliviada cuando morí, pues no tendría que soportar vergüenzas ni humillaciones, estaría hundida en un limbo n***o para siempre. Pero no, ni eso me pudo dar la vida. Estaba más que claro que me odiaba. Una lágrima escapó de mi ojo y resbaló por mi mejilla, la limpié con rabia y me dispuse a salir de ese horrible lugar. Ya me había acostumbrado al aroma, pero la visión de otra rata me sacaría de mis casillas. No iba a llorar, ya lo había hecho mucho el día del recital y creí que me quedaría seca, ya les había dado el gusto, ahora era mi turno de darme el gusto de no seguir siendo la prometida hundida en la depresión que haría todo por tener de regreso a quien pensó que sería el amor de su vida. Si yo no morí, ojalá ellos sí lo hicieran. Mis músculos se sentían débiles, mis articulaciones rígidas, cada paso era un tormento, pues aunado a mi cabeza que daba vueltas, estaba el frío que poco a poco iba colándose por mis poros. Logré salir del sucio callejón y me encaminé por las calles poco iluminadas y solitarias, lejos de sentir miedo a ser atacada, me sentía atareada, como si tuviera algo que hacer, pero lo hubiese olvidado. Conforme avanzaban los minutos, mi coordinación mejoraba y mis movimientos se volvían más fluidos. El viento gélido seguía golpeándome sobre todo en la espalda, pero dejó de ser molesto sin que me diera cuenta, al contrario, me empujaba a seguir caminando a pesar de no tener un rumbo fijo. No reconocía de nada ese lugar, nada que ver a las calles que frecuentaba y no me refería a algo de clase social, si no a la ambientación. En algún momento las calles se tornaron más iluminadas y un poco más concurridas, la gente pasaba sin detenerse a verme y quienes lo hacían solo se alejaban sin prestarme mucha atención. Escuché a alguien hablar por teléfono, pero no entendí bien lo que dijo. De pronto me asaltó una realidad que por poco me deja congelada: Tal vez estaba en otro país. Y si eso era real, ¿Cómo pude llegar? Si alguien viera a una moribunda con los intestinos saliéndosele en el vagón no la ignoraría nada más o si vieran a alguien cargando con un cuerpo ensangrentado tampoco lo dejarían pasar tan fácil. De momento no importaba el cómo había llegado, si no el dónde estaba, pues mi prioridad debía ser regresar. Tal vez lo mejor era ir a la estación de policía, pero una duda me asaltaba, pues lo que fuera que había pasado no podía ser nada bueno. Y me veía como sospechosa de asesinato también. Efectivamente, no era mi país. Los letreros estaban en un idioma desconocido. Recorrí las calles hasta que llegué a las afueras de una panadería que despedía un aroma delicioso, mi estómago gruñó en protesta, moría de hambre y no me había dado cuenta. El dueño ya estaba cerrando, pues las repisas estaban vacías y él barría la basura que se acumuló durante el día. Me acerqué a él para intentar pedirle ayuda, pero al verme hizo una cara de asco y se alejó un par de pasos. Me gritó algo inentendible mientras me ahuyentaba con la escoba. En mi vida me sentí tan humillada por un desconocido. Me alejé a paso rápido para evitar que me siguiera para golpearme, al dar la vuelta en la esquina, se me dobló el tobillo y el dolor subió por mi pierna hasta llegar al muslo. Caí de lado y me raspé el brazo con la dura acera. Detestaba eso, en serio lo hacía. Algunas personas me vieron, pero no se acercaron a ayudar, un par de curiosos sí se acercaron, pero fue más por morbo, pues echaban un vistazo y se iban caminando más rápido, como si de pronto me fueran a salir alas y colmillos y me fuera a lanzar hacia ellos. —¡Su puta madre! Pensaba que mi grito ayudaría a desahogarme, pero estaba muy equivocada, lejos de sentirme mejor, ahora me sentía como una perdedora y seguramente me veía como una drogadicta. Ya no intento levantarme, solo me acomodo en el suelo y me abrazo a mí misma para cubrirme del frío que de pronto se vuelve más fuerte. Me debatía entre llorar y no hacerlo. Creía que mi situación lo ameritaba, pero también sabía que no ayudaría en nada. Debía encontrar un teléfono público, aunque no tenía dinero. Podía recorrer las calles de la ciudad en busca de alguna moneda que alguien hubiese tirado y con eso hacer una llamada. Bien, lo iba a hacer, solo necesitaba tres minutos para llorar, después me levantaría, me lo prometí. Apenas me estaba preparando, cuando una luz cegadora y blanca me pegó de lleno en el rostro. Me cubrí con una mano mientras entrecerraba los ojos en un fallido intento de distinguir qué era lo que estaba frente a mí. Era obvio que un coche, pero no sabía qué tipo de coche. La puerta se abrió y alguien se bajó del automóvil, fue imposible distinguir a la persona. ¿Hombre o mujer? ¿Qué podría ser peor? Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, pues no tenía forma alguna de poder escapar, correría un par de metros y sería atrapada. Solo me quería morir, si ahora lo iba a hacer y me dolía más y sufría más, me enojaría. Me preparé al sentirlo más cerca. Lo mordería y escaparía mientras gritaba pidiendo ayuda. Tal vez alguien podría compadecerse de mí. — Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un. Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma, el inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe. Y lo peor era que no servía de nada porque ni siquiera era como que fuéramos muy cercanos. Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, no inglés, para usarlo para nada. Ya tenía tiempo que la antigua Europa fue desalojada, sus habitantes migraron a lo que entonces era Latinoamérica y se mezclaron con los habitantes. Hubo una guerra, muchos muertos, todo feo y de pronto nacimos de nuevo, nos levantamos de las cenizas para convertirnos en un continente próspero, el único, pues los demás no estaban ni la mitad de evolucionados que nosotros. A nadie le importaba, era historia aburrida, lo importante era el hoy. Y para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso. Eso era, debía estar en Etiale, el país más alejado de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés. Y yo no sabía un carajo. —Sorry, I don`t speak… Your f*****g language. —Who are you? What are you doing here? Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Puto infierno, solo quería ir a casa. —¿Sabes? —dije en un hilo de voz—. A la mierda. Solo hablo español, no sé qué mierda dices. —Estás arrestada. Su acento me aceleró el corazón, de todo lo que dijo, solo esa frase me hizo cosquillear ¿Arrestada? ¡Alguien me mató! Debía arrestar a esa persona. Alcé la vista para mirarlo directamente, pero las luces de su automóvil me cegaron. Intenté moverme de lugar para verle la cara al malparido que estaba frente a mí, pero lo único que conseguí fue que soltara un gruñido y me tomara fuertemente del brazo jaloneándome. Intenté soltarme, pero claro que fracasé. Quedé de espaldas a él y se alejó varios pasos, no me atreví a mover ni un solo dedo. —Párate recta, manos donde pueda verlas —sin entender del todo lo que está pasando, cumplí—. Merde ¿A quién mataste? —Me mataron… O algo así —comuniqué en un hilo de voz—. No sé cómo llegué aquí ¿Eres un oficial o algo así? Necesito comunicarme con mi familia. Hice ademán de voltear hacia él, pero inmediatamente me congelé al escuchar el seguro de su arma. Ese tipo definitivamente no estaba jugando. Ni lo había visto y ya me caía mal. Bien, me está apuntando, no pasa nada, solo debo mantener la calma y no hacer movimientos bruscos, no verme sospechosa, por supuesto. Cubierta de sangre ese último punto era difícil de cumplir. De pronto sentí náuseas, mi visión se tornó borrosa y el mundo a mi alrededor giró. Un potente tirón en el estómago me hace trastabillar y caigo de rodillas. — Merde, j'aurais dû rester sur Narcotiques. —¡No entiendo un carajo! ¿Cuál es tu maldito problema? —exclamé exasperada, de pronto sentí que el mundo se había derrumbado—. Si eres un puto policía deberías ayudarme, no quedarte como pendejo. Sentí que me iba a desmayar, pero esa era la peor idea del mundo, no podía permitirme salir de combate ni un solo segundo. El tipo insinuaba que era oficial, pero bien podría ser un enfermo que mataba jovencitas fingiendo que era un policía. De nuevo, y sin una pizca de gentileza, me jaloneó y revisó de pies a cabeza por encima de la ropa. ¿Qué se creía ese cabrón? ¡No tenía ningún derecho para toquetearme así! Sin decirme una sola palabra, me juntó las manos en mi espalda, oí un sonido metálico y después colocó unas esposas en mis muñecas. Oficialmente estaba arrestada. Me metió con cero delicadeza en la parte trasera de su automóvil, no se parecía en nada a una patrulla, pero tampoco era un coche viejo y descuidado. Algo en el sujeto me daba pavor, pero no sabía qué. Quise hacer preguntas, las palabras se arremolinaron en mi garganta, pero al final decidí callarme, más valía no decir algo que me pusiera en peor posición, porque a juzgar lo que estaba pasando ahora, todo se había ido hasta lo más profundo de la cagada. Era Odele Zolá, bailarina de ballet fracasada, a quien le pusieron los cuernos, que murió por una bala, pero revivió y quien ahora estaba arrestada. * Qui es vous? --> ¿Quién eres tú? * Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un --> Nos informaron que mataste a alguien. * Sorry, I don`t speak… Your f*****g language. --> Lo siento. No hablo... Tu maldito idioma. * Who are you? What are you doing here? --> ¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo aquí? * Merde --> Mierda * Merde, j'aurais dû rester sur Narcotiques. --> Mierda, debí quedarme en Narcóticos. ** Hola, soy As de Trébol, autor de esta y otras novelas, dado que esta historia transcurre en varios países (ficticios), se hablan diferentes idiomas y quise agregar algunas frases en los idiomas, si aparece alguno les pondré algunas notas para que sepan. Realmente no son cosas muy importantes, si alguna se me pasa, una disculpa, no es tan relevante para la historia, si lo es, yo les avisaré en las notitas. Espero que disfruten la historia, saludos, AdeT **
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