Durante un par de minutos hice preguntas que no recibieron respuesta, el grandísimo oficial hijo de puta (o policía o lo que sea), ni siquiera se dignaba a mirarme por el espejo retrovisor. Me di por vencida pasando diez minutos, acepté que no me iba a hacer caso y tampoco iba a tratarme mejor, para él yo era una asesina (quién tenía toda la pinta) y no se daría el lujo de tenerme una pizca de empatía.
Me tragué las palabras baratas que podrían hacerlo pensar de nuevo su forma de tratarme, pues jamás fui partidaria de ello, siempre creí que abusar del poder o de las conexiones era de pésimo gusto y podía hacer que la gente te odiará y a mí no me gustaba caerle mal a la gente. Además, no serviría de gran cosa estando en otro país, tal vez en Meza todo sería distinto, pero como una extranjera tenía las de perder.
Y me rehusaba totalmente si quiera a pronunciar el nombre de Román, el general internacionalmente reconocido. No sabía cuánto tiempo había pasado y a juzgar por el hecho de que me dejó morir a medio tiroteo, dudo que fuera de mucha ayuda. Casi me carcajeo al imaginar su expresión al verme volver de los muertos, apuesto a que ya se ha comprometido con Sabina Lara y no me sorprendería enterarme de que ya tienen fecha para la boda.
Una fecha que nunca pudimos organizar nosotros porque según sus palabras, tenía que centrarse por completo en dar con los cabecillas de “La Baraja” y por mucho que me quisiera, tendríamos que acordar una fecha hasta después. Patrañas, ahora sabía que seguramente solo aplazó la fecha porque no quería casarse realmente conmigo, así que me quedaba la duda, si no me quería, ¿Por qué carajo seguíamos comprometidos?
Sentía el estómago arder, lo cual no era bueno porque no había comido en quién sabía cuánto tiempo, lo único que me faltaba era que me apareciera una úlcera.
Cerré los ojos y me di cinco segundos para alejar de mi mente pensamientos extraños y decadentes, lo primordial era guardar la calma y ver a donde me llevaba el idiota. Un idiota que no era para nada feo. Ahora que lo veía sin que una luz blanca me estuviera cegando pude notar su atractivo. Lo muy atractivo que era. Tenía una mirada azul gélida, lo veía a través del espejo lateral, pues cada vez que cambiaba de carril miraba que no hubiese automóviles estorbando. Era de mandíbula fuerte, tenía un rastro de barba incipiente, su cabello claro ondulado y la nariz recta.
Me sentí orgullosa al darme cuenta de que sin importar su grado de… Hombre atractivo, mi enojo hacia él no decrecía y el ser un hombre casi tan sexy como Román no era justificación para tratarme mal. Yo sabía que no era del todo coherente, pues de haber pensado que yo era mala, una asesina despiadada, habría prendido alguna sirena y habría manejado como alma que lleva al diablo para mantenerme dentro de una cárcel.
Tomó una salida de la autopista y nos adentramos en un camino más angosto, sinuoso y mucho menos conservado. De ese lado había mucho menos automóviles, ya no se hablara de personas, pues el único transeúnte que vi fue un señor que iba en dirección contraria a la nuestra quien cargaba con una pesada mochila.
Ahora sí comenzaba a asustarme, si el tipo se trataba de un asesino, no tenía oportunidad. Eso explicaría el automóvil sin sirena que además no tenía pinta de patrulla, jamás me enseñó su placa que lo identificaría como un oficial del rango que fuera y… Bueno, pocos policías sabían más que su idioma natal, por lo que llevaba conociendo de él, al menos sabía tres.
Un asesino que se escondía tras la máscara de un empresario o un investigador o un maestro… Morí y reviví para volver a morir.
—Si me vas a matar, dímelo ya —exigí lo más segura que pude—. No me mostraste tu placa, así que supongo que no eres un policía.
Al fin se dignó a lanzarme una mirada a través del espejo retrovisor. Fue tan dura y agresiva, que sentí un miedo infinito invadirme. Podría lanzarme del automóvil en movimiento, no íbamos tan rápido, pero con las muñecas esposadas era posible que me diera de lleno en la cara y muriera por cualquier golpe. Prefería eso a ser sometida a las torturas que ese loco tuviera planeadas para mí.
Debí haber gritado más fuerte.
Llegamos a una construcción rectangular, grande y de un piso que estaba a reventar de todo tipo de gente. No parecía un lugar bonito para pasar la noche. Pero al menos estaba concurrido y poco a poco el miedo de terminar en un sótano gritando por mi vida se fue apaciguando.
El tipo ese estacionó afuera de la construcción, abrió su puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían estar en la menta en situaciones específicas… No cuando te arrestaron y por poco temiste por tu vida.
Sin un ápice de gentileza, me tomó del brazo y me sacó del automóvil, mi brazo derecho se retorció de manera dolorosa y me quejé más fuerte de lo que habría sido necesario, el tipo abrió la boca como si fuera a disculparse, pero solo apartó su mirada y cerró la puerta del automóvil con fuerza. Tomando mi hombro con fuerza, me condujo hacia el interior del lugar.
Debía ser una estación de policía, no había de otra, pues había hombres, mujeres, ancianos y… gente que rozaba la adolescencia, aunque seguramente ya eran adultos. Algunos de los presentes estaban desaliñados, otros hedían, unos solo tenían pinta de haber caído ahí por error, vaya, también vi mujeres cuyas vestimentas dejaban mucho ante la visión de cualquiera. No era del tipo que juzgaba por las apariencias, pero sí pensé que eran prostitutas.
Me regañé de inmediato, no fue correcto de mi parte.
Junto a nosotros pasaron dos oficiales que sí traían uniforme, iban empujando entre la masa de gente a un hombre con barba prominente, ropa hecha jirones y una enorme cortada en la ceja; la sangre escurría mientras caía al piso. El tipo emitía una especie de graznidos, parecía querer decir algo, pero sus palabras eran inentendibles, fuera el idioma que fuese.
En un intento de esquivarlo, colisioné con el policía que me llevaba a mí. Soltó un gruñido, pero ni siquiera me miró, solo siguió empujando entre la gente mientras algunos presentes se apartaban para dejarme pasar y me miraban con asco. Debía verme igual de tétrica que el hombre con la ceja sangrando.
—¡Camina!
El policía sonaba irritado, pero de pronto mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie, aunque fue todo lo que quería. Intenté reunir más fuerzas, pero fue inútil, mis reservas habían llegado a su fin.
—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.
El tipo titubeó un segundo antes suspirar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche. No pude evitar sentir algo agradable subir por mi espalda al sentir su piel tocar la mía.
Me llevó hasta una especie de recepción en la cual dos policías uniformados, un hombre y una mujer tomaban notas y tecleaban en sus computadoras, detrás de ellos, otros dos estaban sentados en pequeños escritorios y atendían llamadas mientras anotaban algo en trozos de papel sueltos y revisaban gruesas carpetas. Nadie tenía cara de estar disfrutando su estancia ahí. Al menos todos compartíamos el mismo sentimiento de rechazo.
Eso era tan equivocado, estaba tan mal. No debía estar ahí, la razón por la que estaba en un sucio callejón era un misterio, pero la sangre en mi blusa debía tener una explicación porque no maté a nadie, ¿cierto? Yo no pude matar a nadie porque no era ese tipo de persona. Por eso sentía que Román y yo éramos una buena pareja, pues nos complementábamos; mientras él tenía su faceta agresiva con los criminales, yo era toda gentileza e inocencia.
No una asesina.
—Esto es un error.
Al contrario de la inseguridad y el miedo que sentía, mi voz sonó segura y para nada titubeante, como si supiera exactamente cómo librarme de ese problema. Es lo que decía Román, siempre había que mostrarse seguro y cómo si tuviéramos un as bajo la manga así tuviéramos la certeza de que estábamos jodidos.
>. Debía dejar de pensar en él, carajo.
Debí haberle causado pena, pues cuando me miró, sus ojos azules ya no denotaban desagrado y enojo, si no se veía dudoso y… ¿Culpable? Sí, no debió tratarme tan mal. Eso duró apenas un par de segundos, pues de pronto tensó el cuello y miró a su compañero oficial. Este lo miró suplicante, casi rogándole que no le metiera más trabajo.
—Sospechosa de asesinato —señaló mi ropa—. La sangre no es de ella.
Hijo de puta, se había ganado mi odio.