Capítulo 3

1591 Words
Eso fue todo. Su cuerpo estaba de nuevo en plena forma, había recuperado el control. Bueno, casi. La necesidad de ver porno para excitarse era fuerte, pero el Dr. Gorman le había recordado que el porno podía ser una fantasía demasiado escapista. Era mejor visualizarlo por su cuenta; era menos probable que entrara en pánico en la cama con una mujer real. Sin embargo, el porno no era el problema, sino la ubicación. Estaba en casa de un desconocido con una erección brutal. Técnicamente, podía masturbarse en el pasillo sin problema, pero que la casa ahora fuera suya no significaba que fuera su hogar. Definitivamente no se sentía seguro. Mike cerró la computadora y subió a la habitación. Allí podría ocuparse de sus necesidades. No era muy diferente a una habitación de hotel, o a un apartamento nuevo, en realidad. Cuanto más se repetía estas cosas, más ganas tenía de correrse. Al entrar, echó un vistazo a la cama y se estremeció. A veces, las camas eran igual de malas, y hoy no era la excepción. —¿Por qué estoy tan jodidamente dañado?—, gritó a las paredes. No tenían respuesta. En cambio, entró furioso al baño y abrió el grifo del lavabo, salpicándose la cara con agua fría. Mirándose en el espejo, vio las gotas frías caer por sus mejillas, y sus ojos se posaron repentinamente en la enorme bañera. Las paredes contorneadas del baño impedían que nadie en la bañera viera nada más que el baño. Recordando lo bien que había encajado antes y viendo lo aislado que estaba, supo que funcionaría. Al abrir el agua, observó cómo el lavabo se llenaba rápidamente. Obviamente, su tía abuela había encontrado la manera de manipular la presión del agua. Beth le había contado que habían pagado a un servicio de limpieza para que lo limpiara todo, lo que significaba que ya había toallas limpias colgadas cerca de la bañera. Se desnudó en el dormitorio y dejó la ropa en la cómoda cercana. Al entrar al baño, se vio desnudo en el espejo. Su cuerpo era delgado (en realidad, no comía mucho) y estaba marcado por enormes cicatrices en el lado derecho. Le recorrían desde el muslo hasta la axila, cruzándose caóticamente. Eran un recordatorio del accidente fatal que se llevó a su madre, una última marca que ella debía dejar. Una amiga le había dicho que lo hacían parecer un tipo duro, pero no estaba seguro de que lo dijera solo para que se sintiera mejor. Mike hojeó la lista de reproducción en su teléfono y encontró una que le gustó. El agua estaba en su punto justo, y se metió con cuidado en la bañera. Toda la superficie interior tenía una textura que le impedía resbalarse. Cerca de allí, un paño empapado en agua caliente se lo puso sobre los ojos y la frente. Inundando el mundo con agua y música, dejó que sus manos exploraran. Una mano se deslizó por la cabeza de su pene mientras la otra tiraba suavemente de la piel debajo. Dejó que ambas manos se deslizaran por el eje con suficiente espacio entre ellas. Una exnovia le había dicho una vez (al terminar) que un pene como el suyo era un desperdicio, porque ninguna chica lo usaba jamás. —Joder—, murmuró Mike para sí mismo. Solo se animaba a hacerlo una vez cada pocas semanas, lo que significaba que siempre estaba extra sensible. Pasó el pulgar suavemente por la cabeza, estremeciéndose ante la repentina intrusión de placer. Imaginó a la repartidora, recorriendo con los dedos sus esbeltas caderas, oyéndola gemir mientras se inclinaba para succionarle el cuello. Mentalmente, deslizó las manos por debajo de su camisa para jugar con sus pezones, observándola deslizarse a lo largo de su cuerpo para tomarlo en su boca. La mente era un poco complicada. Mike dejó que su cerebro rebobinara. Esta vez, ella tenía prisa, pero necesitaba desesperadamente que la follaran. Le bajó los pantalones y la tomó con fuerza por detrás, su coño empapado apretándole con fuerza la polla. Su mente daba vueltas a ambas posibilidades, permitiéndose el lujo de ambas fantasías. Agarrándose la base del pene, apretó con fuerza. Sintió que la presión crecía lentamente en su interior, y sus fantasías se apoderaron de él al sentir una boca cálida envolviéndolo, succionándolo con fuerza. Sorprendido, Mike abrió los ojos y vio a una mujer bajo la superficie del agua, con las manos aferradas a sus caderas mientras su cabeza se balanceaba lentamente sobre su pene. Su cabello era azul claro, del color de los zafiros, y parecía un fantasma; la luz de la habitación la atravesaba. Confundido, sacó una mano del agua y se pellizcó la mejilla. ¡Uf! ¡Eso sí que dolió! Se agarró al borde de la bañera con una mano y forcejeó para soltarse. La mujer bajo el agua meneaba la cabeza frenéticamente, con la lengua enredándose en la cabeza de su pene mientras lo empujaba más hacia el fondo de su garganta. Jadeando, Mike intentó apartarse de ella, de ese extraño espectro, pero ella le apretó el trasero con las manos y le metió la polla hasta el fondo. Ya había estado demasiado cerca del límite. Gimiendo, su polla soltó chorro tras chorro de semen, llenándole la garganta y bajando hasta su estómago. Él dejó de forcejear, y la lucha lo abandonó cuando su cuerpo se solidificó. Ella continuó chupando, y él se mareó al relajarse, mientras la lengua de ella rodaba con avidez por la punta de su pene. —¿Qué... cojones?— La mujer bajo el agua estaba ocupada acariciándole los testículos. La agarró del pelo y la sacó del agua. Ella emergió con la boca abierta, mientras el agua y el semen le goteaban por la barbilla. Tenía finas hendiduras a los lados del cuello, hendiduras que se cerraban y desaparecían en el aire. —Más—, dijo con voz áspera, con los ojos verdes desenfocados. —Necesito más—. Ya empezaba a desvanecerse; el grifo que tenía detrás se hacía visible a través de su cuerpo. —Por favor—. La miró fijamente, sin saber qué tipo de derrame cerebral padecía. Podía ver la línea blanca de semen justo dentro de su garganta, deslizándose hacia su estómago con cada trago. Sus ojos finalmente se fijaron en él, su cuerpo volviendo a la realidad. Jugueteó con su m*****o flácido con los dedos. —Por favor—, suplicó, acercando la cara al agua. —Lo necesito. —No entiendo. ¿Quién eres? —preguntó, tocándole la piel fría—. ¿Qué eres? —Luego—, susurró ella, rozando el agua con los dedos. El líquido cobró vida, apretando su cuerpo rítmicamente, subiendo y bajando por sus piernas. Se arremolinaba alrededor de su pene, tirando de él como mil manitas, masajeándolo para que volviera a entrar la sangre. Con los ojos de ella fijos en él, sintió uno de sus dedos deslizarse sin esfuerzo por su ano. Se puso inmediatamente duro como una roca. —Llévame —jadeó, arrastrándolo más adentro de la bañera y envolviéndolo con sus largas piernas alrededor de su cintura—. Termina el hechizo. —¿Qué hechizo?—, jadeó, al encontrar los labios de ella con los suyos. Su lengua le partió los labios y su pene se deslizó dentro de ella, su cuerpo latiendo al ritmo de su propio corazón. —¡Mierda!—, gimió él, apartando su boca de la de ella. Ella lo cabalgó frenéticamente, con todo su cuerpo parpadeando mientras presionaba sus caderas contra las de él. El agua salpicó el borde de la bañera, empapando el frío mármol mientras ella gritaba, con la cara y los pechos enrojecidos mientras seguía frotando su coño contra él. —Yo-yo...—, tartamudeó, con los testículos contrayéndose. Ella apretó su coño contra él, con fuerza, mientras él volvía a correrse. El agua de la bañera explotó hacia arriba, las luces de arriba parpadearon mientras la electricidad de la casa subía. La habitación quedó a oscuras y él sintió que perdía el conocimiento. - Mike abrió los ojos. Seguía en la bañera, con el trapo sobre la cara. Se lo quitó, se incorporó y salpicó agua por el borde. —¿Qué demonios?— Mirando alrededor de la habitación, no vio ni rastro de la misteriosa mujer. El agua del baño aún estaba tibia. ¿Se habría quedado dormido? Salió del agua y miró la bañera con una mezcla de alivio y arrepentimiento. Debió de ser un sueño, pensó, mirándose en el espejo. Un sueño de infarto. Suspirando, salió de la bañera y pisó la alfombra de felpa. Una misteriosa mujer lo había dejado inconsciente. Soltó una carcajada, frotándose la nuca. Nunca había tenido sueños eróticos y no recordaba la última vez que había tenido un sueño húmedo. Al mirar atrás en la bañera, esperaba ver una gigantesca gota de semen flotando en el agua. Qué extraño. Revolvió el agua con las manos. Podría haber jurado que se había corrido. Un sueño no podía fingir esa sensación... ¿verdad? Se acarició la polla suavemente, y efectivamente, estuvo a la altura de las circunstancias. —Solo un sueño—, murmuró, arrastrándose de vuelta a la bañera. Todavía estaba caliente, y no había forma de que volviera a tener una erección tan fuerte después de correrse dos veces. Mejor aprovechar, pensó, tumbado en la bañera. Se masajeó suavemente, tirando de la base de los testículos, imaginando a la chica de sus sueños.
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