CAPÍTULO 9

1422 Words
—¿Cómo te fue en tu entrevista de trabajo? —preguntó Marcos cuando se encontró con Mari a la salida de dicha entrevista, pero la joven, lejos de estar emocionada, tal como Marcos lo hubiera esperado, solo suspiró y presionó sus labios uno contra el otro. —No creo que me den el trabajo —respondió desganada la joven mujer, y entonces suspiró de nuevo. —¿Y eso? —preguntó Marcos, trastabillando un poco—. Yo creo que tu trabajo es muy bueno. —También creo que mi trabajo es muy bueno —aseguró la joven escritora—, pero, no lo sé, llamémosle una corazonada. Cuando ella explicó todo yo sentí que no estaba hecha para el trabajo, además, incluso ella dijo que trabajar a la distancia sería complicado, y no puedo quedarme en Monterrey para siempre. —¿Cómo que sería complicado trabajar a la distancia? —preguntó el joven, de verdad muy confundido—. Casi todo nuestro trabajo es así, incluso tenemos pequeñas sucursales en diversos puntos del país para aumentar nuestra accesibilidad, pero no tenemos a nuestros escritores veinticuatro siete en las oficinas, ni siquiera los molestamos por teléfono tanto tiempo. María infló los cachetes y abrió enormes los ojos mientras respiraba en serio profundo, entonces asintió al dejar salir el aire y relajar su rostro hasta que volvió a la normalidad. Serían imaginaciones suyas, pero la amable chica que la atendió en ningún momento le dio buena espina; de hecho, en algún punto de todo, casi leyó en el rostro de esa mujer que solo estaba complaciendo un capricho del jefe, pero que no estaba para nada de acuerdo en que ella se sumara a sus filas, por eso tantas trabas y excusas surgieron durante toda la conversación. —No lo sé, Marcos —repitió la joven—, de verdad es mi intuición, así que no podría explicarlo mucho. Por cierto, ella me dijo que eras el jefe, así que te agradezco un montón el intento. —Es que esto no era un intento —soltó Marcos casi molesto, te dije que era una entrevista de trabajo, pero mi intención era que comenzaras algún proyecto el día de hoy. —Bueno, pues no creo que tus intenciones le hayan quedado claras a la mujer que me atendió —dijo María, sincerándose al fin con ese hombre. —Hablemos con ella, déjame averiguar dónde está y... —Está bien, Marcos —interrumpió María lo que fuera que él quisiera decir, y que intuyó le dolería mucho tener que escuchar—. Dejémoslo así, si te digo la verdad, estoy muy cansada. Anoche no dormí mucho y esta mañana ha sido algo agotadora emocionalmente. Solo quiero irme a casa. Marcos suspiró, estaba plenamente consciente de que Gabriela tenía mucha más experiencia en el área, pero las letras de esa chica le habían conmovido mucho, y su intención era compartirlas con más personas, para que muchos pudieran sentir lo hermoso que era leer. —No lo descartes aún —pidió el joven rindiéndose a convencerla justo en ese momento, pues no parecía que la chica fuera a ceder aun si seguía presionándola, así que lo dejaría hasta ahí, al menos por ese momento—, por ahora, cambiemos de aires. Ven a comer conmigo. —Yo..., en realidad no tengo mucha hambre —declaró María, que tenía más ganas de tirarse de algún puente que de tener que sonreírle una hora a ese joven que seguía contrariado por lo escuchado. A María le quedaban claras las buenas intensiones de ese hombre, pero la verdad no quería tener que trabajar con alguien obligada a trabajar con ella, eso debía ser horrible para las dos, y no quería tener que soportar algo así. —Pero..., de verdad no te quiero dejar ir así —explicó Marcos—. Tu rostro grita que estás con el corazón roto justo ahora. Esas palabras fueron un fuerte golpe para la chica que tenía buen rato intentando ocultar lo mal que se sentía por haber perdido otro sueño fugaz. Mari apretó los labios, sintiendo cómo comenzaban a temblar, y un par de lágrimas se escurrieron por su rostro mientras su nariz se contraía y le dificultaba respirar. La chica negó con la cabeza y parpadeó furiosamente. Intentando tranquilizarse, incluso levantó la vista al cielo y se obligó a respirar profundo. —Lo lamento —se disculpó la morena—, la verdad es que no me siento nada bien, así que será mejor que me vaya a casa sola; igual no sería buena compañía en este momento. —No quiero que me hagas compañía, quiero acompañarte justo porque no te sientes bien. Y, si es sobre el trabajo lo que te está lastimando, déjame arreglarlo, te juro que voy a solucionarlo —prometió Marcos y María negó con la cabeza. —No es el trabajo —declaró la joven—, esto fue la gota que derramó el vaso, pero, la verdad, ni siquiera debería tener tanta importancia, es decir, este tipo de cosas maravillosas no son cosas que suelan ocurrirme a mí. No tengo esa clase de suerte. Aunque intentaba, y seguía constantemente limpiando su rostro, las lágrimas no dejaban de correr. Y, tal como había dicho ella, era por todo, María estaba cargando con demasiada desilusión en el alma como para poderse tranquilizar antes de desahogarse un poco. —De verdad no puedo dejarte sola —aseguro Marcos, atrapando uno de los brazos de la chica—, así que acompáñame un rato, puedo escucharte, si quieres, o solo estar ahí para que no te sientas sola. No conoces a nadie por acá, ¿cierto? Un nudo en la garganta de la chica no le permitió hablar, por eso no le pudo decir que solo quería estar sola, qué sola estaría bien, que, en realidad, no le gustaba que la vieran llorar, porque eso la hacía sentir muy patética y le hería un poco el ego. —¡Eres un tonto! —gritó de pronto una vocecita, y unos pasitos apresurados llegaron hasta ellos, llevando consigo la mirada de muchos—. Tonto, no hagas llorar a Mari. La exigencia de Mateo llegó acompañada de un puntapié al joven que, a los ojos del niño, parecía culpable de las lágrimas de esa chica. —Yo no le hice nada —aseguró Marcos, soltando al fin el brazo de la chica—, espera, ¿la conoces? —Sí la conozco —respondió Mateo, acercándose a la chica para abrazarse a sus piernas—, ¿qué te hizo ese tonto de Marcos?, ¿quieres que le pegue? Le diré a mi abuelito que le pegue también. Mari no pudo evitar sonreír. Cuando los conoció, una parte de su cabeza, la más loca, había creído por un momento que ellos podrían ser parientes, pero lo descartó casi de inmediato; es decir, había demasiadas personas con el mismo apellido que no guardaban relación alguna, y eso era lo más normal. Sin embargo, ahí estaba el chiquillo que había cuidado días atrás intentando defenderla de alguien que no tenía la culpa de nada de lo que a ella le ocurría. —Querida, ¿te encuentras bien? —cuestionó el hombre mayor que, a paso lento, se acercaba a los tres que hacían alboroto en la entrada de la editorial. —Sí, estoy bien —respondió la chica—, no se preocupe, es solo que estoy loca y cargo con algunas cosas que se desbordaron en el lugar y tiempo menos indicados. Me disculpo por el espectáculo. —Me alegra que estés bien —dijo el señor Mateo—, y me alegra también volverte a encontrar. —¡Vamos a ir a comer hamburguesas! —soltó de pronto Mateo, el niño—, ¿quieres venir con nosotros? Hoy aprendí en el colegio que cuando tienes la panza llena tu corazón se pone contento. Tras las palabras del chiquillo todos hicieron silencio por medio segundo, luego de eso se rieron bastante fuerte todos, y fue esa risa la que logró que el pesar del alma de la chica saliera despavorido, corriendo de nuevo a ocultarse en lo más profundo de su corazón. —Supongo que un poco de compañía no me hará mal en este momento —resopló la joven, aceptando la mano del niño que se tendía frente a ella. —Y eso que no querías ir a comer conmigo —susurró Marcos al oído de la chica, incomodándola demasiado.
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