La subasta donde Lirion aprendió a temer

1583 Words
Día 1 después de la liberación – Mansión Celestial Holdings, ala este Alejandro se miró en el espejo de cuerpo entero por primera vez en años y no se reconoció. La túnica negra era de seda de dragón marino, tan fina que parecía líquida; los bordados verdes parecían moverse solos, como si pequeñas serpientes de jade nadaran bajo la tela. El cabello, cortado y peinado por los mejores estilistas de Lirion, caía perfecto. Los ojos… ya no eran los de un prisionero hambriento. Eran los de alguien que había comido cianuro de éter y había escupido fuego vivo. June entró sin llamar, llevando una bandeja de plata con té de loto estelar y pastas de miel de abeja lunar. Se quedó parada en la puerta, la bandeja temblando ligeramente. «Dioses del cielo… pareces un príncipe imperial.» Él sonrió de medio lado, todavía incómodo con su propia imagen. «Me siento como un impostor con ropa demasiado cara.» Ella dejó la bandeja en la mesa de mármol y se acercó despacio, como si tuviera miedo de romperlo con un abrazo demasiado fuerte. «Nunca fuiste impostor, Alejandro. Solo estabas encadenado.» Sus dedos rozaron la cicatriz fresca de su mejilla izquierda, la que Korr le había dejado con la porra. Alejandro tomó su mano y la mantuvo ahí, sintiendo el calor de su piel contra la herida ya curada. «June… gracias por no rendirte conmigo.» Ella negó con la cabeza, los ojos verdes brillando con lágrimas que se negaban a caer. «No me des las gracias. Si te hubiera perdido… habría quemado esta ciudad entera, piedra por piedra, hasta encontrarte o morir intentándolo.» Sus rostros estaban a centímetros. Él podía oler las hierbas medicinales que siempre llevaba encima, mezcladas con el aroma dulce de su piel. Sus respiraciones se sincronizaron sin querer. Y entonces la puerta se abrió de golpe. Elara Thorne entró como si la mansión le perteneciera (y técnicamente sí lo hacía), vestida con un vestido rojo sangre que dejaba la espalda al descubierto y diamantes negros en el cuello. «Si vais a besaros, hacedlo rápido. Tenemos una subasta que ganar, un imperio que destrozar y un bastardo que hacer llorar en público.» June se puso roja hasta las orejas y retrocedió un paso. Alejandro soltó una carcajada que resonó en toda la habitación. 09:30 – Preparativos de guerra Sala de estrategia, planta baja. Una mesa de cristal de visión mostraba en tiempo real todos los movimientos de Darius: vendiendo joyas familiares, pidiendo préstamos a usureros, suplicando a antiguos aliados que ya lo habían abandonado. Elara señaló con una uña pintada de n***o. «Hoy no solo le quitamos sus bienes. Le quitamos su nombre. Su orgullo. Su futuro.» Lord Harlan, ya con tres copas encima aunque eran las nueve y media, levantó el puño. «¡Y yo estaré en primera fila para verlo llorar!» June, sentada al lado de Alejandro, apretó su mano por debajo de la mesa. «¿Estás nervioso?» Él negó con la cabeza. «Estoy hambriento.» Elara sonrió como una loba. «Perfecto. Porque hoy vas a comerte Lirion entero.» 10:00 – El Gran Salón de Subastas Imperial El salón más grande jamás construido. Cinco mil asientos de terciopelo rojo. Todos ocupados por lo más granado (y lo más podrido) de la nobleza. En el palco principal, elevado como un trono: Elara Thorne, vestida de rojo sangre y oro puro, joyas que valían reinos enteros. Alejandro, a su derecha, con la expresión de alguien que está a punto de comerse el mundo y escupir los huesos. June, a su izquierda, con un vestido verde esmeralda que Elara le había obligado a ponerse y que la hacía parecer una diosa del bosque. Lord Harlan, detrás, ya con la cuarta copa, riendo como un niño. En el palco contrario, solo y rodeado de asientos vacíos: Darius Vexar. Pálido. Temblando. Sin aliados. Sin amigos. Sin nada. El subastador, un anciano legendario llamado Maestro Luan, golpeó el martillo de éter con tanta fuerza que retumbó en todo el salón. «¡Lote número uno! ¡La mansión principal del Clan Vexar, valorada en ochenta millones de lumen de oro puro!» Silencio absoluto. Ni un susurro. Nadie levantó la pala. Darius se puso rojo, luego violeta, luego blanco. Maestro Luan carraspeó. «¿Alguna puja? ¿Alguien?» Elara levantó su pala dorada con calma imperial. «Un lumen.» La sala estalló en risas, aplausos y gritos de júbilo. Darius se levantó gritando, la voz rota: «¡Esto es un robo! ¡Un ultraje! ¡Un insulto al reino entero!» Elara sonrió con dulzura mortal, voz que llegó a cada rincón gracias a los cristales de visión. «Es la ley, querido Darius. Cuando una casa noble se declara en bancarrota por deudas impagables… cualquiera puede pujar. Incluso una sanadora de pueblo y un ex-prisionero.» El martillo cayó como un trueno. «¡Adjudicado por un lumen a Celestial Holdings!» Darius intentó saltar del palco. Cuatro guardias imperiales lo detuvieron en el aire y lo devolvieron al asiento como a un muñeco roto. Lote tras lote. Tierras ancestrales. Minas de cristal de éter. Esclavos liberados en el acto con documentos firmados por Elara personalmente. Barcos de guerra. Palacios. Todo vendido por un lumen. Cuando llegó el último lote… «¡El anillo de sello del Clan Vexar! ¡Símbolo de su linaje durante ochocientos años!» Darius lloraba abiertamente, mocos y lágrimas mezclándose. Elara levantó la pala otra vez, sin prisa. «Un lumen.» Martillazo final. Darius se derrumbó en su asiento, convertido en nada. 14:00 – El cara slap público que rompió Lirion Plaza Imperial, escenario levantado en menos de una noche. Cien mil personas apretadas como sardinas. Cristales de visión retransmitiendo a todo el reino y más allá. Darius fue arrastrado al centro con los mismos grilletes de supresión que había usado Alejandro. Encadenado de pies y manos. Descalzo. Con una túnica de preso. Elara habló al cristal principal, voz fría como el invierno: «Hoy, ante todo Lirion, Darius Vexar confiesa públicamente haber asesinado a su propio padre, Lord Cassian Vexar, y haber culpado a un inocente para encubrir su crimen.» Darius negó con la cabeza, llorando como niño. Los guardias le rompieron dos dedos de la mano derecha. Confesó. Todo. El veneno comprado en el mercado n***o. La daga puesta en la mano de Alejandro mientras dormía drogado. El sirviente comprado. Los intentos de asesinato en la cárcel. El cianuro en la comida. La plaza rugió como un animal herido. Elara miró a Alejandro, que estaba a su lado en el escenario. «Tu turno, Dragón.» Alejandro bajó los tres escalones lentamente. Cada paso resonaba en el silencio absoluto. Se paró frente a Darius, que apenas podía mantener la cabeza alta. «¿Te acuerdas de lo que me dijiste en el juicio, Darius?» Su voz llegó a cada rincón gracias a los cristales. «“Disfruta del Pozo, perrito.” ¿Te acuerdas?» Darius levantó la vista, ojos llenos de odio puro. Alejandro sonrió con todos los dientes. «Pues yo disfruté. Mucho. Y tú… tú vas a disfrutar lo que queda de tu miserable vida en el Nivel Inferior. Cada día. Cada noche. Hasta que te pudras.» Y le dio una bofetada tan brutal que la cabeza de Darius giró noventa grados. El sonido fue como un latigazo. La plaza estalló en vítores que hicieron temblar los edificios. 20:00 – La terraza privada Mansión Celestial Holdings, terraza con vistas a todo Lirion iluminado. Solo ellos tres: Alejandro, June y Elara. Copas de vino de luna que brillaba azul en la oscuridad. Elara habló por primera vez sin máscara, sin juegos: «Has ganado, Alejandro. Eres rico. Libre. Temido. Y Lirion nunca olvidará este día.» Él levantó su copa. «Gracias a vosotras. Sin June estaría muerto. Sin ti estaría en la calle.» June estaba callada, mirando las estrellas como si buscara respuestas. Elara se levantó con gracia felina. «Os dejo solos. Tengo negocios que atender… y una apuesta que cobrar.» Salió sin más. Silencio absoluto. June habló por fin, voz temblorosa como hoja al viento: «Cuando estabas en la cárcel… cada noche soñaba que morías. Y cada mañana me despertaba llorando, con tu nombre en los labios.» Alejandro se acercó despacio. «Ya no estoy en la cárcel.» Ella lo miró, ojos llenos de lágrimas que brillaban como esmeraldas. «Lo sé. Pero tengo miedo de que todo esto sea un sueño… y de despertar otra vez sola en mi choza, sin ti.» Él tomó su rostro con ambas manos, con una ternura que nadie en Lirion creería posible del hombre que acababa de humillar a un clan entero. «No es un sueño, June.» Y la besó. Lento. Profundo. Como si llevaran años, vidas enteras, esperando ese preciso instante. Cuando se separaron, June lloraba y reía al mismo tiempo. «Te quiero, Alejandro. Desde el primer día que te vi encadenado en ese carro. Desde antes de saber tu nombre.» Él sonrió contra sus labios, voz ronca: «Y yo te quiero desde que me curaste en el infierno con manos temblorosas y ojos que no mentían.» Segundo beso. Más intenso. Más desesperado. Manos enredadas en cabello plateado y n***o. Cuerpos pegados como si quisieran fundirse. Y en la distancia, desde una ventana alta de la mansión… Elara Thorne los observó con una sonrisa extraña, casi melancólica. «El Dragón de Jade ya tiene su primera reina… y yo acabo de ganar la apuesta más grande de mi vida.» Pero en sus ojos dorados brilló algo más. Algo que ni ella misma quería admitir todavía.
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