La primera lección que casi me mata

1606 Words
El amanecer no existía en el Nivel Inferior. Solo había un cambio de guardia y el sonido metálico de las bandejas de comida podrida. Alejandro no había dormido ni un minuto. Los tres frascos de June estaban vacíos a sus pies, aplastados contra el suelo de piedra. El dolor de las costillas era un latido constante, pero ya no lo doblaba; era como si su propio cuerpo hubiera decidido que el dolor era solo un recordatorio de que seguía vivo. El anillo brillaba débilmente en su dedo, como una promesa que aún no podía cumplir del todo. Zoltar habló desde las cadenas, voz ronca pero firme como acero forjado en el infierno: «Hoy empieza de verdad, muchacho. La Respiración del Vacío. Si fallas… te mueres antes del mediodía. Si tienes éxito… empiezas a ser algo más que carne para los gusanos de este lugar.» Alejandro se levantó lentamente. Los once reclusos lo miraban con una mezcla de miedo reverencial y respeto puro. Rata de Acero ni siquiera levantó la vista; su rodilla hinchada parecía una sandía negra y supurante, y sabía que cualquier movimiento en falso podía ser el último. «¿Cómo empezamos?» Zoltar sonrió sin dientes, los ojos brillando con una locura que solo los que han sobrevivido veintidós años en ese agujero pueden tener. «Primero… vas a dejar de respirar. Y no durante minutos. Durante horas.» 06:00 – Respiración del Vacío Zoltar le ordenó sentarse en posición de loto en el centro exacto de la celda, justo encima del charco de agua sucia, sangre seca y orines que nunca se limpiaba. «Cierra los ojos. Siente el aire entrando por la nariz… y olvídalo de una puta vez. El Dragón de Jade no respira con pulmones de mortal. Respira con los meridianos. Con la voluntad. Con el odio que llevas dentro.» Alejandro obedeció. Los primeros diez minutos solo sintió frío y aburrimiento. Después, pánico puro. Sus pulmones ardían como si los llenaran de carbones al rojo vivo. El pecho le dolía tanto que creía que iba a estallar. «¡No abras la boca, maldita sea!», gritó Zoltar cuando Alejandro empezó a jadear como un perro. «¡El aire es veneno aquí abajo! ¡Busca el hilo verde del anillo! ¡Está dentro de ti, joder, búscalo o muere!» Alejandro apretó los dientes hasta que sangraron. Buscó con la mente, desesperado. Y lo encontró. Un hilo delgado, casi invisible, de éter verde que nacía en el anillo y serpenteaba por su brazo izquierdo hasta el corazón. Lo siguió con la mente. Lo abrazó como si fuera su única salvación. Y dejó de necesitar aire por completo. Sus pulmones se vaciaron hasta el fondo. El pecho dejó de subir y bajar. Pero seguía vivo. Los reclusos retrocedieron horrorizados, algunos se santiguaron. Rata de Acero se orinó encima sin poder evitarlo. Zoltar asintió lentamente, los ojos llenos de lágrimas que no derramaba desde hacía décadas. «Veinte minutos sin respirar. Récord absoluto de la celda. Ni siquiera yo llegué a diecinta en mi primer día. Ahora viene lo divertido… y lo que te romperá o te hará inmortal.» 08:00 – El castigo de Korr Las puertas se abrieron de golpe. Veinte guardias entraron en formación perfecta, armaduras negras resonando como tambores de guerra. Korr iba al frente, la cabeza vendada, los ojos inyectados en sangre y una lanza de éter n***o que brillaba con runas de muerte. «¡El cachorro que me humilló anoche! ¡Hoy lo arrastramos muerto por todo Eclor para que sirva de ejemplo!» Los reclusos se apartaron como ratas asustadas. Korr cargó con una velocidad que no debería tener un hombre con la cabeza rota. Alejandro no se movió del sitio. Ni siquiera abrió los ojos. Cuando la lanza estaba a un palmo de su pecho… simplemente dejó de necesitar aire otra vez. El tiempo pareció ralentizarse hasta casi detenerse. Usó el Paso de la Serpiente que Zoltar le había descrito en susurros la noche anterior: mover el peso sin mover los pies, deslizarse como sombra líquida. Se desplazó medio metro a la izquierda como si fuera humo. La lanza atravesó el aire vacío y se clavó en la pared con un estruendo que hizo temblar la celda. Alejandro abrió los ojos. Y por primera vez usó el Susurro del Dragón completo. Tres palabras directamente al meridiano del corazón de Korr: «Para. Ahora.» Korr se congeló en el sitio, los músculos rígidos, los ojos desorbitados. Tres segundos exactos. Fue suficiente. Alejandro le quitó la lanza de un tirón brutal, la giró en el aire y la clavó en el muslo del capitán hasta el hueso. No mortal. Solo dolorosamente incapacitante. Korr cayó gritando, la sangre salpicando el suelo como lluvia roja. Los otros diecinueve guardias dudaron, armas en alto. Alejandro habló con voz calma que cortó el aire como una espada: «Decidle a quien os pague… que la próxima vez que vengan veinte, tendrán que venir cien. Y aun así no será suficiente.» Los guardias retrocedieron paso a paso y cerraron la puerta tras de sí, dejando a Korr retorciéndose en el suelo. Silencio absoluto. Zoltar soltó una carcajada que parecía un trueno en una cueva. «¡Meridiano del Dragón de Jade: 4% abierto! ¡Y ni siquiera ha pasado un día completo, carajo!» 12:00 – La carta de June Un guardia nuevo, joven y nervioso, casi adolescente, se acercó temblando a la reja. «Prisionero Alejandro… tienes correo. Y… y órdenes de no tocarlo.» Metió un sobre pequeño por la ranura junto con una flor seca de loto plateado que olía a esperanza. Dentro había una nota escrita con letra elegante y una caligrafía que temblaba ligeramente de emoción: «Estoy moviendo cielo y tierra. Lord Harlan está en deuda contigo desde la guerra fronteriza del año pasado. Pronto sabrá que estás vivo y que te tendieron una trampa. Ya hablé con su mayordomo. Aguanta, por favor. Cada noche rezo por ti. – J.» Alejandro apretó la flor contra el pecho hasta que se le clavaron las espinas secas. El aroma era exactamente igual que el cabello de June cuando se inclinó sobre él la noche anterior. Rata de Acero habló desde su rincón, voz temblorosa y rota: «Esa sanadora… es más peligrosa que tú, novato. Y más loca.» Alejandro sonrió, los ojos brillando por primera vez con algo que no era odio. «Esa es exactamente la razón por la que voy a salir de aquí.» 15:00 – Superficie: la furia de Darius Mansión Vexar. Darius estrelló la mesa entera contra la pared cuando leyó el informe detallado. «¡VEINTE GUARDIAS! ¡Y el bastardo sigue vivo, respirando y humillando a mis hombres!» Su asistente, Silas, habló con cuidado, casi susurrando: «Joven amo… hay rumores que corren como fuego por Lirion. Dicen que el prisionero lleva un artefacto prohibido. Y la sanadora June… está hablando con gente muy peligrosa. Incluso con Lord Harlan y con algunos mercaderes de Celestial Holdings.» Darius se quedó helado, la copa temblando en su mano. «Harlan… ese viejo borracho que mi padre nunca pudo comprar… y Celestial Holdings… ¿esa zorra de June se atrevió?» Se giró hacia la ventana, ojos entrecerrados como cuchillas. «Silas. Activa el plan B ahora mismo. Quiero que Alejandro muera esta misma semana. Y quiero que June lo vea morir lentamente.» Silas tragó saliva, pálido. «¿Cómo, joven amo? Ya fallamos con los guardias…» Darius sonrió con frialdad pura. «Envenenaremos la comida de toda la celda. Cianuro de éter n***o, dosis letal para doce hombres. Matará a todos… y nadie podrá culparnos directamente. Diremos que fue un accidente de cocina.» 23:00 – La cena mortal Las bandejas llegaron como siempre. Sopa agria, pan duro y un olor extraño que Zoltar reconoció al instante. «Cianuro de éter n***o. Nos matarán a todos para llegar a ti. Es el veneno más caro del mercado negro.» Alejandro miró la bandeja. Luego miró a los once hombres que ahora lo veían como su líder, como su única esperanza. «No vais a morir por mí. Ni uno solo.» Tomó las doce bandejas, las apiló delante de él y empezó a comer. Una tras otra, cucharada tras cucharada. Los reclusos gritaron horrorizados, algunos intentaron detenerlo. «¡Estás loco, nos vas a matar a todos igual!» Zoltar intentó detenerlo con las cadenas. «¡Te matará en minutos, idiota! ¡No hay antídoto para esa dosis!» Alejandro siguió comiendo, impasible. Cuando terminó la última cucharada, se sentó en el centro con las piernas cruzadas. Y activó la Respiración del Vacío al máximo nivel que había alcanzado. El veneno entró en su sangre como fuego líquido. Ardió por cada vena, cada arteria, cada célula. Pero el hilo verde del Dragón de Jade lo atrapó. Lo quemó. Lo convirtió en éter puro. Cinco minutos después… Alejandro abrió los ojos. Vivo. Y más fuerte que nunca. «Meridiano del Dragón de Jade: 7% abierto.» «Resistencia a venenos +100%» «Regeneración celular acelerada activada» Los reclusos lo miraron como a un dios encarnado. Zoltar lloró por primera vez en veintidós años, lágrimas cayendo por sus mejillas arrugadas. «El Dragón… el verdadero Dragón ha despertado. Y acaba de declarar la guerra.» Medianoche – El mensaje final Un guardia aterrorizado abrió la puerta de golpe. «¡El director quiere verte! ¡Ahora mismo! ¡Y viene con dos guardias imperiales!» Alejandro se levantó, limpiándose la boca. Zoltar susurró, los ojos brillando: «Es la hora, muchacho. Alguien movió ficha gorda. Y creo que sé quién. Ve. Y recuerda: el Dragón nunca se arrodilla.» Alejandro apretó el anillo. Tres meses se habían convertido en tres días. Y el juego… acababa de empezar de verdad.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD