Cap 1
Y así, otro día comenzó igual que los demás. Hola, me presento: mi nombre es Hana, tengo 19 años, soy huérfana y vivo en una pequeña casa en las afueras del bosque. Mi hogar es una modesta construcción de madera con un techo de tejas que, a pesar de su apariencia sencilla, ha sido un refugio cálido para mí. El bosque que rodea mi casa es denso y verde, un lugar de calma y soledad, pero también de inseguridades.
El pueblo cercano me conoce como la chica de la mala suerte. Recuerdo con claridad el fuego que arrasó nuestra casa cuando era pequeña. Mis padres y mi hermano mayor murieron en el incendio. No sé exactamente qué ocurrió, pero las historias que contaban los vecinos hablaban de un fuego que devoró todo a su paso, y yo solo sobreviví porque mi padre me sacó a través de una ventana antes de que las llamas consumieran por completo la casa. Después del incendio, fui enviada al orfanato. Allí, las monjas no hicieron más que recordarme lo que había perdido. Cada día era una constante comparación entre mi dolor y la indiferencia de quienes me rodeaban, con sus murmullos de que debí haber muerto junto con mi familia.
Sacudí la cabeza, tratando de deshacerme de esos recuerdos que solo traían tristeza a mi corazón. Salí de mi pequeña casa y me adentré en el frío aire matutino. El invierno se estaba acercando, y el cambio en la atmósfera era palpable. Las hojas de los árboles crujían bajo mis pies y el cielo se oscurecía con nubes pesadas, presagiando una tormenta inminente.
Si no me apresuraba, el invierno podría resultar más severo de lo que podía soportar. En el pueblo decían que este invierno sería el peor en años, y todos se estaban preparando para lo que parecía ser una temporada excepcionalmente dura. Así que, con determinación, me preparé para enfrentar el desafío.
Mi pequeño negocio de venta de leña me permite obtener algunas monedas para comprar víveres en el pueblo. El proceso de cortar y vender leña no es fácil, pero es lo único que tengo. Mientras avanzaba hacia el bosque, observé cómo el cielo se tornaba aún más gris y nublado. La previsión de una tormenta era inminente; el aire estaba cargado con la promesa de lluvia, y una brisa fría comenzaba a soplar.
Me adentré en el bosque, donde los árboles altos y frondosos creaban un techo natural que oscurecía el suelo. Con mi hacha en mano, comencé a subir por la empinada montaña que conducía al área de la siembra. Cada golpe de hacha en la leña resonaba en el silencio del bosque. La madera crujía y se rompía en pedazos, y pronto los sacos se llenaban con la leña cortada. La tarea era dura y agotadora, pero el pensamiento de que el invierno se aproximaba me mantenía en movimiento.
Cuando ya tenía suficiente leña, decidí regresar al pueblo. Mientras caminaba hacia el sendero, un sonido débil pero persistente llamó mi atención. Era un grito, un lamento que parecía provenir del interior del bosque. Al principio, intenté ignorarlo, pensando que se trataba de algún animal salvaje o el eco de la tormenta que se acercaba. Sin embargo, el sonido se hacía más agudo y angustiado, como si una pequeña criatura estuviera pidiendo ayuda.
El grito de angustia se volvía cada vez más insistente, y no pude evitar sentir una creciente preocupación. Mi corazón latía con fuerza mientras decidía regresar sobre mis pasos y seguir el origen del sonido. Caminé de vuelta entre los árboles, el suelo resbaladizo bajo mis botas y el aire frío cortándome la piel.
Finalmente, entre unos arbustos densos, encontré el origen del lamento. Allí, entre la maleza, yacía un pequeño lobito de pelaje n***o como el carbón, con ojos de un azul eléctrico que brillaban con intensidad. El lobo estaba temblando, su cuerpo delgado y frágil contrastaba con la fuerza y la robustez que uno esperaría en un animal salvaje. Sus ojos, gra