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Ya en casa, Hana colocó al pequeño lobo sobre la cama con mucho cuidado. Lo envolvió en una pequeña manta que normalmente usaba para secarse después de bañarse. La manta estaba un poco gastada, pero aún era cálida y suave. Mientras observaba al cachorro, se preguntaba qué hacer a continuación. Su corazón se llenaba de una mezcla de ternura y preocupación por el pequeño ser que había traído a su hogar. El lobo, con su pelaje n***o como el carbón y sus ojos de un azul eléctrico que brillaban intensamente, parecía frágil y asustado.
Hana se desnudó lentamente, quitándose la ropa empapada y colgándola cerca del fuego de la chimenea para que se secara. La sala era acogedora, con paredes de madera y un suelo de tablones que crujían ligeramente bajo sus pies. El calor del fuego llenaba el ambiente, y el aroma a madera quemada se mezclaba con el de la tierra húmeda que había traído del bosque.
Decidió añadir un poco más de leña a la chimenea, avivando las llamas y creando una atmósfera cálida y confortable. Mientras el fuego chisporroteaba y la leña crepitaba, Hana se dirigió a la cocina. La pequeña cocina estaba equipada con lo esencial: una estufa de leña, una mesa de madera y estantes llenos de utensilios y provisiones. Colocó una olla sobre la estufa y comenzó a calentar agua para hervir.
Mientras esperaba a que el agua llegara a ebullición, se preparó un lugar en la mesa para ella y el cachorro. Colocó un tazón pequeño con leche caliente para el lobo y preparó una sencilla sopa de verduras para sí misma. La sopa era una mezcla de zanahorias, patatas y cebollas, cocida lentamente hasta que los sabores se mezclaran y se convirtieran en un caldo nutritivo.
Con el agua casi hirviendo, Hana se dirigió al baño con el cachorro en brazos. El baño, aunque pequeño, estaba ordenado y tenía una bañera de porcelana blanca que, aunque sencilla, ofrecía comodidad. Llenó la bañera con agua tibia, asegurándose de que no estuviera demasiado caliente para el pequeño lobo. Mientras el agua se llenaba, se dio cuenta de que el cachorro estaba temblando de frío. Con cuidado, lo envolvió en una toalla grande y lo mantuvo cerca de su cuerpo para calentarlo.
Una vez que la bañera estaba lista, entró cuidadosamente con el cachorro. Se sentó en la bañera, el agua tibia envolviendo sus cuerpos, y comenzó a frotar suavemente el pelaje del lobo. El agua se mezclaba con el calor de sus cuerpos, creando un ambiente cálido y relajante. Hana se tomó su tiempo, asegurándose de que el pequeño lobo estuviera cómodo y a gusto. La combinación del calor del agua y la cercanía de Hana ayudaba a calmar al cachorro, que comenzó a relajarse y a dejar de temblar.
Después de un buen rato, cuando el agua comenzó a enfriarse, Hana salió de la bañera con el lobo en brazos. Ambos estaban envueltos en toallas y se dirigieron de nuevo a la cocina. La sopa ya estaba lista, y el aroma a verduras cocidas llenaba la habitación. Hana sirvió un tazón de sopa caliente para ella y preparó un pequeño tazón de leche para el cachorro.
Mientras comía, observaba al pequeño lobo que se acercaba a la leche. El cachorro bebía lentamente, con una expresión de alivio en su rostro. Hana se sintió feliz al ver cómo el pequeño ser comenzaba a recuperarse y sentirse más cómodo. Con cada sorbo, el lobo parecía ganar más energía y confianza. Hana le habló con dulzura mientras lo acariciaba.
—A partir de ahora, serás parte de mi familia —le dijo, sonriendo con ternura—. No tienes que estar solo más.
El cachorro movió la cola de manera entusiasta, como si comprendiera y aceptara la oferta de Hana. Sus ojos brillaban con una mezcla de gratitud y curiosidad. Hana sintió una conexión especial con el pequeño lobo y se dio cuenta de que, aunque ambos habían pasado por momentos difíciles, ahora se tenían el uno al otro para ofrecer consuelo y compañía.
Con el cachorro ya satisfecho y acurrucado en la cama, Hana se preparó para irse a dormir. Colocó al lobo cerca de ella en la cama, envolviéndolo en una manta cálida. La noche avanzaba tranquila, y el suave crepitar del fuego en la chimenea proporcionaba un fondo relajante. Hana se acomodó bajo las cobijas, y el pequeño lobo, moviendo la cola suavemente, se acurrucó junto a ella.
Se quedó allí, abrazando al cachorro y sintiendo el calor de su cuerpo. La combinación del calor del fuego y el calor del lobo la hizo sentir segura y en paz. Mientras el sueño comenzaba a vencerla, Hana miró al pequeño lobo que estaba ahora parte de su vida y sonrió. La sensación de tener a alguien a quien cuidar y con quien compartir su hogar le llenaba el corazón de una alegría nueva y reconfortante.
Así, la noche transcurrió con ambos acurrucados en la cama, y el sonido de la tormenta que se desataba afuera se convirtió en un simple murmullo lejano. El pequeño lobo y Hana se sumieron en un sueño reparador, sabiendo que habían encontrado algo invaluable en medio de sus solitarias existencias: el uno al otro.