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A la mañana siguiente, el suave ruido de la lluvia en el tejado despertó a Hana. Con un bostezo, se estiró y giró hacia el lado de la cama donde había dejado al pequeño lobo la noche anterior. Pero, en lugar de encontrar al cachorro n***o acurrucado, se sorprendió al ver a un niño pequeño, de aproximadamente ocho años, recostado en el mismo lugar. El niño tenía el cabello desordenado y ojos grandes, llenos de curiosidad y algo de miedo. Hana se quedó paralizada, con la mente llena de preguntas.
El niño la miró con asombro, y antes de que pudiera procesar lo que estaba viendo, el niño comenzó a transformarse de nuevo en el lobo. Los huesos y el cuerpo del niño se alargaron y cambiaron, y el cabello se convirtió en un pelaje n***o brillante. Hana observó, estupefacta, cómo el pequeño lobo emergía nuevamente de la figura humana. La transformación fue rápida pero clara, y Hana sintió un torbellino de emociones: sorpresa, confusión, y una creciente inquietud.
Sin perder tiempo, Hana se levantó de la cama y comenzó a vestirse con rapidez. Sabía que debía seguir con su rutina diaria, pero ahora había un nuevo problema en su mente. Reunió sus utensilios: su hacha, el saco para la leña y la manta que solía utilizar. Mientras se preparaba, no podía dejar de preguntarse qué significaba todo esto: ¿cómo podía el lobo transformarse en un niño, y qué implicaba eso para su vida?
Con el pequeño lobo en sus brazos, Hana salió de la casa y se dirigió a la montaña. La lluvia seguía cayendo con fuerza, empapando el suelo y dificultando el ascenso. Los senderos estaban resbaladizos, y el viento arrastraba hojas y ramas caídas. Hana se movía con determinación a pesar de las adversas condiciones climáticas. Subió por la empinada ladera, el barro salpicando sus botas mientras avanzaba con cuidado.
Al llegar al arbusto donde había encontrado al lobo la noche anterior, lo colocó nuevamente en el mismo lugar. El pequeño lobo, al ser dejado de nuevo en ese entorno, comenzó a emitir gritos agudos y angustiosos. Hana, sintiendo una mezcla de culpa y determinación, decidió ignorar los lamentos del cachorro y centrarse en su tarea. Sacó su hacha y comenzó a cortar la leña con rapidez. Cada golpe resonaba en el bosque, y la lluvia seguía cayendo sin piedad.
A pesar del mal tiempo, Hana trabajó con esfuerzo, recogiendo la leña y cargándola en su saco. La tarea era ardua, pero era parte de su rutina diaria, y no podía permitirse fallar. Mientras trabajaba, su mente seguía dando vueltas al pequeño lobo y al niño que había visto. No podía entender completamente lo que había ocurrido, pero sabía que debía centrarse en completar su trabajo.
Finalmente, con el saco lleno de leña, Hana descendió hacia el pueblo. La lluvia había disminuido a un llovizna ligera, pero el suelo seguía mojado y resbaladizo. Al llegar al mercado, los aldeanos la saludaron con miradas curiosas mientras ella vendía la leña. El precio no era alto, pero era suficiente para cubrir las necesidades básicas. Con las monedas que recibió, fue a comprar víveres: pan, verduras, y otros productos esenciales para la casa.
La tarde pasó rápidamente, y a medida que se acercaba la noche, el cielo se cubría de nubes oscuras. Hana no podía sacarse de la cabeza el pequeño lobo y su dolorosa separación. La tormenta que se había desatado parecía un mal presagio, y la culpa la atormentaba. Recordaba claramente cómo le había prometido que sería su nueva familia, y se sentía mal por haberlo abandonado.
Decidida a enmendar su error, Hana se preparó para buscar al lobo. A pesar de la lluvia y la oscuridad, tomó una pequeña lámpara de aceite, que emitía una luz tenue pero constante. La lluvia había comenzado a caer con más intensidad, y el viento aullaba entre los árboles mientras Hana subía nuevamente a la montaña. El sendero estaba cubierto de barro y agua, haciendo que cada paso fuera un desafío.
La lámpara proyectaba sombras danzantes en el paisaje, y la oscuridad hacía que el camino pareciera interminable. A pesar de las dificultades, Hana avanzó con determinación, guiada por el pensamiento del pequeño lobo que había dejado atrás. Al llegar al arbusto, vio al lobo acurrucado en el mismo lugar, empapado y temblando. Su pequeño cuerpo estaba visiblemente afectado por el frío y la tormenta.
Con el corazón apesadumbrado, Hana se acercó al lobo y lo tomó en brazos, tratando de calentarle con su propio cuerpo. El lobo, al reconocerla, dejó de llorar y se acurrucó contra su pecho, buscando el calor que le ofrecía Hana. La lluvia seguía cayendo, y el viento soplaba con fuerza, pero Hana se apresuró a llevar al lobo de vuelta a la seguridad de su hogar.
De vuelta en casa, Hana secó al lobo con una manta y lo envolvió con cuidado. La lluvia había cesado, pero la noche seguía oscura y fría. Colocó al cachorro en la cama y se sentó a su lado, sintiéndose aliviada de tenerlo de vuelta. Miró al lobo con ternura y le preguntó con un susurro:
—¿Puedo saber si puedes volver a transformarte en humano?
El lobo, aún temblando, solo la miró con sus ojos brillantes, sin ofrecer respuesta. Hana, con un suspiro, decidió darle un nombre al pequeño lobo. Sentía que era importante establecer una conexión más profunda con él.
—A partir de ahora, te llamaré Bastian —dijo con suavidad—. Y tú serás como un hijo para mí.
El lobo movió la cola lentamente, como si entendiera el significado de sus palabras. Hana se sintió aliviada al ver que el pequeño lobo parecía aceptar el nombre y la promesa que le había hecho. Se acomodó junto a Bastian en la cama, envuelta en cobijas cálidas. El calor del hogar y la cercanía de su nuevo compañero ofrecían un refugio reconfortante.
La noche transcurrió en calma, con el sonido del viento y la lluvia afuera convirtiéndose en un murmullo lejano. Hana y Bastian se acurrucaron en la cama, ambos en busca de consuelo y compañía. A pesar de las sorpresas y desafíos que había enfrentado, Hana sintió una profunda satisfacción al saber que había encontrado a alguien con quien compartir su vida.
El pequeño Bastian se acomodó cerca de Hana, y la tormenta afuera se desvaneció en la distancia. Mientras se sumían en un sueño reparador, ambos sabían que habían encontrado algo invaluable en medio de sus solitarias existencias: el uno al otro. La promesa de una nueva familia y el compromiso de cuidarse mutuamente les ofrecían esperanza y calidez en un mundo incierto.
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