Aquí tienes una versión más larga del capítulo, con conversaciones entre Hana y Bastian, así como detalles sobre sus juegos en la montaña:
---
Con el paso de los días, la vida de Hana y Bastian se fue adaptando a una nueva rutina que se iba llenando de pequeños momentos de alegría y aprendizaje. El vínculo entre ellos se fortaleció cada día más, transformando su relación en una conexión profunda y significativa. Hana había encontrado en Bastian no solo a un compañero de vida, sino a un hijo adoptivo, y para Bastian, Hana se había convertido en la madre que nunca había conocido.
Cada mañana, Hana y Bastian comenzaban el día juntos. Hana solía despertarse antes para preparar el desayuno, y Bastian, ya despierto, se unía a ella en la cocina.
—Buenos días, mamá —decía Bastian con una sonrisa, mientras se estiraba y se acercaba a la mesa.
—Buenos días, Bastian —respondía Hana, mientras revolvía una olla de sopa que había preparado para el desayuno—. ¿Listo para un nuevo día?
—Sí, mamá. ¿Qué haremos hoy? —preguntaba Bastian, con una mirada expectante.
—Primero, vamos a recoger leña en la montaña. Necesitamos suficiente para mantener la casa cálida —explicaba Hana mientras servía la sopa en dos tazones.
Después de desayunar, se preparaban para la tarea del día. Hana tomaba su hacha y su saco, mientras Bastian llevaba una pequeña bolsa para recoger la leña más pequeña. A menudo, mientras subían la montaña, se entretenían con juegos para hacer la tarea más divertida. Hana inventó un juego llamado “El Desafío de la Leña”, donde cada uno tenía que encontrar la pieza de leña más grande en un tiempo determinado.
—¿Estás listo para el desafío de hoy? —preguntaba Hana, mientras ajustaba su hacha en el hombro.
—¡Sí, mamá! —respondía Bastian, entusiasmado—. ¡Te voy a ganar esta vez!
—Veremos, veremos —sonreía Hana—. Listo, en tres, dos, uno... ¡Ya!
Ambos corrían en direcciones opuestas, buscando entre los arbustos y los árboles caídos. A menudo, se reían cuando uno de ellos tropezaba con una rama o se ensuciaba con barro. El aire fresco y la risa compartida hacían que el esfuerzo valiera la pena.
Una vez recogida la leña, se sentaban juntos a descansar y a disfrutar de la naturaleza que los rodeaba. Durante estos momentos, Hana le contaba a Bastian historias sobre su propia infancia, y él escuchaba con atención.
—¿Sabes, Bastian? Cuando era pequeña, solía jugar en un campo cerca de mi casa. Había flores y mariposas por todas partes —decía Hana con nostalgia—. Me encantaba correr entre ellas.
—¡Me encantaría ver eso! —exclamaba Bastian, con los ojos brillando de emoción—. ¿Podemos ir a ese campo algún día?
—Tal vez —sonreía Hana—. Pero por ahora, tenemos que regresar a casa y preparar la leña para el invierno.
El tiempo pasaba rápido cuando estaban juntos. Aunque las tareas eran arduas, el compañerismo y el cariño que compartían hacían que todo pareciera más ligero. Hana también dedicaba tiempo a enseñar a Bastian otras habilidades importantes. En las noches, después de cenar, se sentaban cerca de la chimenea, donde Hana le enseñaba a leer y escribir.
—Hoy vamos a aprender sobre las letras del abecedario —decía Hana, mostrando un libro antiguo—. ¿Puedes decirme qué letra es esta?
—Es la "A" —contestaba Bastian con entusiasmo—. ¿Y qué palabra empieza con "A"?
—“Amor” empieza con "A" —respondía Hana, acariciando su cabello—. ¿Y qué tal "árbol"?
—¡Sí, lo entiendo! —decía Bastian, con una sonrisa orgullosa—. ¿Y qué más podemos aprender?
Hana lo miraba con ternura, admirando su curiosidad y su rápido aprendizaje. La relación entre ellos se volvía cada vez más sólida, y el cariño que Hana sentía por Bastian crecía con cada día que pasaba.
Sin embargo, a medida que pasaban los meses, Hana notó que Bastian estaba creciendo más rápido de lo normal. Aunque al principio pensó que podía ser una ilusión, se dio cuenta de que en vez de un niño de ocho años, Bastian parecía tener alrededor de doce. Sus rasgos se volvían más definidos, y su cuerpo más robusto.
Un día, mientras estaban en casa, Hana lo miró con una mezcla de asombro y preocupación.
—Bastian, ¿te has dado cuenta de que estás creciendo muy rápido? —preguntó Hana, mientras ayudaba a Bastian a recoger los platos después de la cena.
—Sí, mamá. Me siento diferente, como si estuviera cambiando —respondió Bastian, con un toque de curiosidad en su voz—. ¿Es normal?
—No estoy segura, pero lo que importa es que estés bien —dijo Hana, abrazándolo con cariño—. Lo que más me importa es que sigas siendo feliz y saludable.
Bastian asintió, con una sonrisa cálida. A pesar de los cambios físicos, el afecto entre ellos no hizo más que crecer. Bastian continuaba mostrándose cariñoso con Hana, llamándola "mamá" con naturalidad y demostrando un afecto sincero. Hana, a su vez, sentía que Bastian había llenado el vacío en su vida, y para ella, él era el regalo más preciado que podría haber recibido.
Las noches se convirtieron en un tiempo especial para ellos, donde compartían historias y sueños. Hana sentía que Bastian había llegado a su vida para darle un propósito renovado y una alegría inesperada. Aunque su pasado había sido doloroso y solitario, la presencia de Bastian trajo luz y esperanza a su existencia.
Cada día era una nueva oportunidad para fortalecer su vínculo y disfrutar de los pequeños momentos juntos. Hana y Bastian continuaron construyendo su vida en el bosque, enfrentando las adversidades con valentía y esperanza. En su hogar lleno de amor y risas, ambos encontraron una familia en el otro, creando un futuro lleno de promesas y sueños compartidos.