11- Ballet

2772 Words
NERO —Este es un desperdicio de tiempo— Miro a Chase en el espejo. Está de pie detrás de mí, observándome mientras me equivoco al atarme la pajarita. —¿En serio, ¿el ballet? — continua. —¿Qué paso con hacer los negocios de la manera correcta? McComark da un pase con un par de nuestros chicos, tal vez le enviemos un mensaje a su esposa. Puedes apostar que votara como queremos. Nada de viajes estúpidos con tu mejor esmoquin. Vamos, hombre, esto está por debajo de ti— Chase frunce el ceño. Se que me respalda, pero está perdiendo la paciencia con esto de McComark. A mí tampoco me encanta, pero tengo la vista puesta en el premio mayor. La recompensa. Y estoy decidido a hacer lo que sea necesario para conseguirla. —No— respondo. —Lo que es estúpido es amenazar a un político importante. ¿Quieres que el FBI este merodeando de nuevo? Eso no salió bien la última vez, ¿verdad? — El ceño de Chase se profundiza. La última vez que el FBI fue tras la organización Morelli, mi padre terminó en prisión, donde todavía está sentado hasta el día de hoy. Nos llevó años reconstruirlo, y no tengo prisa por volver a meterme con los federales. —Aún así, no me gusta este plan— se queja. —Esa perra no debería andar ahí como una mujer libre. No podemos confiar en ella— —¿Crees que no lo sé? — lo desafío, con viejas traiciones aún cortándome las entrañas. Ella es parte de la razón por la que mi padre ha estado ausente la mitad de mi vida. No confiaría en ella ni un ápice. Pero podemos usarla. Chase sonríe con suficiencia. —¿Ah, ¿sí? ¿Aprendió algún truco en Las Vegas? — Aprieto la mandíbula y tengo que controlar mi temperamento. Incluso pensando en los otros hombres que pudieron haber puesto una mano sobre Lia en los últimos diez años me calienta la sangre de furia. Demonios, le rompí todos los huesos de la mano a ese punk callejero solo por atreverse a tocarla. No sé qué le haría a cualquier hombre que lo hubiera intentado más. Pero no necesito que Chase sepa lo loco que me sigue volviendo loco esa mujer. Se supone que soy intocable. El jefe. Me obligo a soltar una risa casual. —No es asunto tuyo— digo con un gran gruñido. —Pero digamos que no tengo ninguna queja— Chase se ríe, relajándose. Bastardo con suerte. He estado tenso desde el momento en que vi a Lia Nichols, el tipo de dolorosa tensión que solo hay una manera de aliviar. Y maldita sea, lo he intentado. Mi polla esta casi en carne viva por la forma en que me he estado masturbando, día y noche. Solo su olor es suficiente para darme hambre; la forma en que se pasa la lengua por los labios cuando esta nerviosa. Cuando ella me desea. Quería ponerla en su lugar, mostrarle quien manda ahora, pero mierda, es un infierno estar en el mismo apartamento que ella, sabiendo que está al final del pasillo. Casi la he tirado al suelo y saciar mi hambre con su coño resbaladizo cientos de veces. Dárselo duro y profundo, hasta que grite mi nombre; mostrarle de que se alejó. Justo a quién traicionó. Renuncio a la pajarita y la tiro al suelo. Mierda. Es a esa traición a lo que tengo que aferrarme. Chase tiene razón, no puedo confiar en ella. Ya hizo estallar esta organización hace diez años, conspirando con su padre para traicionarme, cegándome con su acto inocente, mientras me tomaba por tonto. Y no volveré a ser su tonto. Oigo el clic de los tacones en el suelo, y luego Lia llega a la sala. Me giro para mirarla, y maldita sea, sino sigue siendo la cosa más hermosa que he visto en mi vida. Una princesa envuelta en satén rosa, aferrándose a cada curva deliciosa. El tipo de cuerpo por lo que los hombres van a la guerra. El tipo de rostro que les hace creer en Dios. Mierda, una vez más me pregunto por qué no hice que Chase dejara su cuerpo en una tumba poco profunda en Las Vegas, junto con el cabrón que se estaba propasando con ella. Deuda pagada. Cuentas saldadas. Fin del asunto. Pero supe en el fondo, en el momento en que volví a verla, que nunca podría dejar que le hicieran daño. Ni por mí, ni por nadie más. Solo espero que cumpla su parte de este retorcido trato y luego se vaya de mi vida otra vez. —¿Dónde está tu collar? — pregunto mientras mis ojos se fijan en su largo y desnudo cuello. —No puedo usar lo mismo para un evento social dos noches seguidas— dice ella con una mueca de desprecio. —¿O tal vez piensas que puedes escaparte esta vez sin el rastreador? — respondo. —No voy a volver a hacer eso— dice. Y tiene el descaro de sonar casi insultada. —¿Esperas que te crea? — gruño. —No espero nada de ti— Su mirada fulminante añade un matiz de ira al deseo que siento, y quiero atravesar una pared con el puño. Esta alianza no va a funcionar si no puedo recomponerme. Pero cuando me mira así…Saca a relucir la bestia que llevo dentro. Como si fuera superior. Intocable. Y ambos sabemos que eso es una tontería. La he tocado. Conozco sus gemidos de placer y el sabor de su dulce miel. No puede quitármelo, por mucho que me desprecie ahora. Agarro mi chaqueta y señalo con la cabeza hacia la puerta. —No olvides lo que te dije, princesa. Vuelve a huir…— —No lo haré— me interrumpe. —Tenemos un acuerdo— Resoplo. —Y tú eres una mujer de honor, ¿no? No juegues estos juegos conmigo. Lo estás olvidando. Conozco todas tus mentiras— Salgo, sabiendo que me seguirá. Es lo suficientemente inteligente como para saber que está en la cuerda floja conmigo, al menos. El coche me espera abajo, y me subo, intentando ignorarla mientras se acomoda en el asiento trasero junto a mí, jugueteando con su cabello y arreglándose la falda. La falda que anhelo subirle por la cintura. El cabello de seda oscura que quiero anudarlo alrededor de mi puño mientras la monto, con fuerza, hasta que se rompa. Aprieto los puños y miro por la ventana, consciente de cada maldito movimiento de su ágil cuerpo. ¿Cómo podría olvidar que, que cuando ella está cerca, no hay nada más en el mundo? Odio que capte mi atención tan completamente. Es como cuando éramos más jóvenes. La desee durante años cuando estábamos creciendo, obsesionado hasta el punto de la ansiedad. Me ofrecía como voluntario para llevarle documentos importantes a su padre en Long Island, solo para verla con ese uniforme de chica de escuela católica, pasando el rato en la cocina después de la escuela. No es que pudiera hacer más que mirar. Ella estaba fuera de los límites, fuera de mi alcance. Demonios, era demasiado joven, tan inocente como cualquiera en su torre de marfil, mimada y protegida de gente como yo. Hasta que dejó de serlo. Hasta que la sorprendí mirándome con calor en sus ojos, un rubor en esas bonitas mejillas. Hasta el día que cumplió dieciséis años, y no me quedaron excusas para no robarme un pedacito de cielo. —No quiero que se repita la gala otra vez— Su voz me devuelve al presente cuando llegamos al teatro. Lia me mira con frialdad y desdén. —Tienes que esforzarte, ¿Y si no puedes? Entonces quédate callado y déjame hablar— —Por mi está bien— le respondo bruscamente. La superioridad de sus ojos debería aliviar mi erección, pero mierda, sino me hace desearla más. —Ya era hora de que te ganaras el sustento— Se sonroja, enfadada. —Soy yo la que se ha enterado de lo de esta noche— responde. —¿Qué quieres, una medalla? — Salgo del coche y subo los escalones de la entrada, haciéndola apresurarse para seguirme el ritmo. Así es como tengo que mantener esto: nunca dejar que olvide ni por un momento quien es el jefe. Es su vida la que está en mis manos, y necesita recordarlo. Pero por supuesto, Lia siempre exigía tener el sartén por el mango. —¿Te mataría sonreír? — murmura mientras entramos en el vestíbulo abarrotado. —No todo el mundo puede ponerse una mascara y ser una persona diferente— respondo. —Pero siempre se te dió bien mentir, ¿verdad? — Veo un destello de dolor en su rostro, pero rápidamente se suaviza con esa sonrisa perfecta de nuevo. —Deberías estar agradecido, mis mentiras te darán lo que quieres— Lo que quiero es a esta mujer de rodillas con sus labios alrededor de mi polla. Suplicando por otro centímetro. Tragándose hasta la última gota. —Cuidado, princesa— gruño, acercándome. Sus ojos se abren de par en par e inhala. Temerosa. Bien. —Tu eres la que debería estar agradecida de que permita que tu corazón siga latiendo otra noche. O tal vez debería llamar a mis chicos y pedirles que visiten a tu hermano…— —¡No! — Exclama Lia. —Por favor. Yo…lo siento— consigue decir, incluso con el odio brillando en sus ojos. —Me portaré bien— Maldita sea. Lo que no daría por verla comportarse en una habitación oscura y vacía. O tal vez ni siquiera esperaría eso. mierda, podríamos montar un espectáculo aquí mismo que estos ricos imbéciles nunca olvidarían. Su vestido arremangado en su cintura, sus gritos de placer resonando para que todos los oyeran. Contrólate, maldita sea. Bloqueo la visión y me alejo a grandes zancadas hacia el edificio. El vestíbulo del teatro es grande y está lleno de gente. Todavía no han abierto las puertas del auditorio, así que todo el mundo está dando vueltas en este espacio. Miro a mi alrededor. Hay arte caro en las paredes y mármol bajo nuestros pies. Tengo mucho dinero y puedo permitirme cosas bonitas. Pero nunca poder entender esta decadencia. Es tan exagerada. Siempre me siento fuera de lugar en un evento como este, como si todos pudieran ver que mi dinero viene empapado de sangre. Lia es una historia diferente. Se mete directamente en el personaje, lo que demuestra mi punto sobre lo buena que es mentir. Es una señora que almuerza, camina y saluda a personas que no ha visto en diez años como si fueran amigos cercanos. Las mentiras sobre donde ha estado las dice de forma tan convincente que incluso yo casi las creo. La desprecio en este momento. También estoy impresionado. La sigo, tratando de mantener la vista en el objetivo, aunque todavía no veo a McComark por ningún lado, pero veo a alguien más. Un hombre que no encaja del todo en esta multitud, merodeando en la parte de atrás con un traje barato y corbata. Me está mirando. Me doy la vuelta. Federales, tal vez, o un hombre de una organización rival. Estoy acostumbrado a la atención y, normalmente, no lo pensaría dos veces, pero también puedo sentir su mirada sobre Lia, y de alguna manera eso me hace querer estrangularlo con su corbata barata. Ella está fuera de los límites. —Es hora de tomar asiento— dice Lia alegremente, terminando de charlar con una pareja mayor sobre opera. —Que agradable ponernos al día, ¿Cariño? — me dice, pestañando. —Claro, princesa— Finjo una sonrisa y la sigo por el lujoso pasillo que conduce al auditorio. Me importa un comino el ballet, pero al menos será un respiro de toda esta falsa mierda social. —Bueno, ¿Qué tenemos aquí? — Un presumido acento ingles anuncia una nueva llegada. Es Emiliano Wilder, un asaltante corporativo, con aspecto de pertenecer aquí, con una morena cara del brazo. —¿Nero Morelli, en el ballet? Ahora sí que lo he visto todo— sonríe. Su mirada firme. —Wilder— digo secamente. —¿Sigues en la ciudad? Me sorprende. Considerando— —¿Considerando que? — pregunta la morena, despistada. —Wilder perdió una gran adquisición— digo, —Compañía de joyería Rosberg. Abandonó el trato. Pero esa no era la única condición, ¿verdad? — Sostengo su mirada y las sonrisa de estúpido de Emiliano flaquea. Yo fui quién lo hizo renunciar a la adquisición. Yo y mi Colt.85. —Me voy a Londres mañana— dice con odio ardiendo en sus ojos. Los hombres como el odian perder. Pero a los hombres como yo les importa una mierda. —Bien— respondo. —No te extrañaran— Tomo el brazo de Lia y sigo caminando. —¿Qué fue eso? — susurra en mi oído tan pronto como estamos fuera del alcance del oído. —Nada. Solo un conocido de negocios— —Wow. Amistoso— La fulmino con la mirada. —¿Qué esperabas, princesa? No soy vendedor de Biblias. Ya sabes a que me dedico— Ella retrocede, y me siento aliviado y herido a la vez. Si, puede que le guste pensar que es mucho mejor que yo, pero ahora ambos formamos parte del mismo imperio podrido. Encontramos nuestros asientos con la ayuda de un acomodador y nos acomodamos. Me estoy impacientando, sabiendo que el espectáculo está a punto de comenzar y aún no hemos visto a McComark. Él es la razón por la que vinimos. —¿Puedes quedarte quieto? — susurra Lia, su vestido de satén rozando mi muslo. Está pegada a mí, y su aroma es tan molesta que quiero salir corriendo. —¿Te avergüenza que te vean en público conmigo? — pregunto, ya sabiendo la respuesta. Por suerte, una pareja que se apiña en los asientos junto a nosotros me salva de su respuesta. —¡Nero! — el rostro de la mujer se ilumina de sorpresa, pero no se burla como todos los demás en el edificio. Se inclina para besarme la mejilla y noto que Lia se tensa a mi lado. ¿Celos? —Jessa— la saludo, antes de saludar a su esposo mientras me sigue. Trace Rosberg. Mi medio hermano. Técnicamente, al menos. No lo considero familia. Después de todo, hace poco descubrimos que compartimos padre, gracias a una antigua aventura. Si a eso le sumamos el hecho de que lo estaba chantajeando, no tienes exactamente la receta para una feliz reunión familiar. —Que linda coincidencia— dice Jessa cálidamente, mientras toman asiento. —Me he estado preguntando como estás— —No me puedo quejar— respondo. Jessa es quién negocio la paz entre nosotros, y tengo mucho respeto por su lealtad y agallas. —¿Cómo estuvo la luna de miel? — —Fue increíble— Se acerca y toma la mano de Trace, dándole un apretón alegre. —Estábamos en una isla privada, sin nadie alrededor. Que felicidad— mira con curiosidad a Lia, y yo hago una breve presentación. —¿Qué te trae al ballet? — pregunta Jessa. —Negocios— Jessa sonríe. debería haberlo adivinado. —Quiero pasar un momento con un viejo amigo mío— continúo, recorriendo el auditorio con la mirada. —Ian McComark. ¿ya lo has visto? — Trace parece divertido. —Te lo perdiste. Él y su esposa tuvieron que ausentarse por algo importante— Mierda. Las luces se apagan antes de que pueda responder y el público comienza a callarse. Lia se mueve a mi lado, su brazo presionando el mío. Su aroma persiste, embriagadora, y en la oscuridad, puedo ver el subir y bajar de su pecho en ese vestido, moldeando sus pechos. Es una maldita tortura. Atado con este esmoquin, muy fuera de mi zona de confort. Atrapado sentado junto a la mujer que me atormenta cada vez que respira. Toda esta noche es un error. Me pongo de pie de un salto. —¿A dónde vas? — pregunta Lia, tirando de mi manga. A la mierda con esta mierda. La libero. —Voy por una copa— salgo cuando empieza la música y no miro atrás. Porque incluso mirar a Lia ahora mismo es una tentación que no quiero afrontar. Juré que no volvería a ser su tonto, pero maldita sea si no quiero sacarla directamente de este mundo elegante y llevarla de vuelta a mi cama.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD