LÍA
De vuelta en el apartamento, el lugar parece vacío, pero hay música sonando en su oficina, y cuando voy a mirar, oigo el sonido de una ducha corriendo por el pasillo. La puerta de su dormitorio esta abierta. No puedo evitar echar un vistazo.
La habitación es grande y esta escasamente decorada, pero con un cuadro familiar colgado sobre la enorme cama. No puede ser…
Doy un paso adelante, cautivada, ¿Un Rothko? Inhalo, aturdida de ver uno en la vida real así. Es mi artista favorito, pero solo lo he visto colgando en galerías y museos. Es enorme, uno de su serie roja, el color tan vivo, que sobresale del lienzo. Un cuadro como este debe haber costado millones… ¿Y Nero lo tiene colgado encima de su cama?
Mientras estoy aquí de pie, sin palabras, oigo un gemido bajo cerca. Viene de la puerta abierta del baño, que expulsa vapor y el sonido del agua corriendo por la habitación.
Antes de que pueda pensarlo bien, me siento atraída, como por imanes hacia la puerta. Nero está desnudo dentro. Me congelo. La ducha abierta significa, sorpresa, que tengo una vista perfecta de su cuerpo musculoso y marcado. Cada centímetro.
Mi sangre corre más caliente. Mi pulso se acelera. Se que debería irme, pero no puedo mover ni un musculo. Su cuerpo es increíble. Esculpido en mármol. Sus hombros son enormes, los músculos a lo largo de ellos se flexionan mientras se pasa la mano por el pelo. Mi mirada viaja hacia abajo, a lo largo de las crestas y contornos de su tonificada espalda y trasero. Sus piernas son largas y musculosas.
Puedo ver las crestas de definición en su espalda. Y ese trasero deja escapar otro gemido, golpeando una mano contra la pared. Y es entonces cuando me doy cuenta de que tiene la otra mano alrededor de su pene. Su agarre parece fuerte mientras la trabaja desde la base hasta la punta, una y otra vez. Se masturba furiosamente bajo el chorro del agua, emitiendo ruidos guturales con cada movimiento. No puedo apartar la mirada.
La sangre me sube a las mejillas y luego baja. Mis muslos se aprietan, el calor sube en espiral hasta mi centro, sus movimientos son tan descarados, tan innegablemente sexuales. Es crudo, animal. Y no puedo tener suficiente.
El deseo duele dentro de mí, una necesidad que rivaliza con la que tengo de oxígeno. Es poderosa y lo consume todo. Y solo empeora a medida que aumenta su ritmo, sus gemidos se vuelven más guturales a medida que se acerca al clímax. Los músculos se tensan y se aflojan de nuevo por todo su cuerpo, y no puedo evitar pensar en el empujándome dentro, justo aquí en la ducha. Usando esos mismos músculos para tomarme. Reclamarme. Gimiendo esa melodía desesperada en mi oído.
¿Cómo se sentirá tener esa sexualidad feroz dirigida a mí, con toda su fuerza?
Mis piernas están débiles, viendo como sus movimientos se vuelven espasmódicos y trabajosos. Me encuentro jadeando al ritmo de él, el deseo aumenta, corriendo por mis venas hasta que… se gira.
¡Oh, Dios mío!
Nuestras miradas se encuentran él llega al clímax con un gemido, todavía bombeando su polla mientras chorros de semen salen en el chorro de la ducha. Aún así, no aparta la mirada. Estoy conmocionada hasta la medula. Herida con fuerza. anhelando mi propia liberación. Y mierda, este es el momento más erótico de mi vida…
Pero eso pasa cuando su rostro se transforma en una expresión de fría diversión. Cierra la ducha y agarra una toalla del estante. Pero no intenta cubrirse con ella. En cambio, se le frota sobre la cabeza, secándose el cabello. Quiere que mire su cuerpo desnudo. Y maldita sea, si lo hago.
—¿Te gusta lo que ves, princesa? — Todavía está duro, asombrosamente, y trago saliva con un nudo en la garganta porque la respuesta es sí, aunque nunca se lo diría. —No tenía idea que fueras una mirona tan sucia—
Siento que la vergüenza me recorre por sus palabras, pero lucho por mantener mi rostro neutral. No puedo dejar que vea que sus palabras tienen un efecto tan fuerte en mí.
—Ya quisieras— respondo con desaprobación, aunque estoy mojada. —Vine a ponerte al día sobre lo que he aprendido sobre McComark. Hay una partida de caza este fin de semana, en una cabaña aislada. Una docena de hombres y sus esposas. Podría ser la oportunidad perfecta para acercarte a él. Un público cautivo. Y se cómo te gustan esas cosas—
Me sorprende poder mantener la voz firme, después de lo que acaba de pasar. Siento como si me hubiera atropellado un camión: la fuerza del poder s****l de Nero.
—¿Eso es todo? — pregunta Nero con una sonrisa peligrosa. —¿O necesitas venir a limpiar? — hace un gesto hacia la ducha y frunzo el ceño.
—Ni en un millón de años— me doy la vuelta y me voy corriendo a mi habitación. Cierro la puerta de golpe y me hundo contra ella, tomándome un momento para recuperar el aliento. ¿Que acaba de pasar?
Gimo de arrepentimiento. No debí haberme permitido verlo así. pero Dios, es sexy. Demasiado sexy. Me saca de quicio, y la imagen de su puño subiendo y bajando por su grueso m*****o se quedará conmigo, alimentando fantasías sucias durante años.
La puerta se abre de repente, haciéndome tropezar. Nero entra, esta vez completamente vestido. —¿¡Has oído hablar de llamar a la puerta? — protesto, todavía inestable, y no solo por la sorpresa.
—Haré lo que quiera en mi propia maldita casa— dice Nero arrastrando las palabras. Su mirada me quema, como si pudiera ver que mi cuerpo todavía está excitado. —Lo que quiera… O a quién…—
Mi rubor se intensifica. —¿A quién? — lo corrijo con frialdad.
Frunce el ceño. —Vine a decirte que tu consejo dio frutos— dice. —Moví algunos hilos y conseguí una invitación a esta partida de caza—
El alivio me invade. Un poco de distancia de Nero es justo lo que necesito. Tal vez un fin de semana a solas me dé la oportunidad de olvidarme de este hambre que tengo por él.
—Bien— respondo secamente. —Espero que te funcione—
Me doy la vuelta y el suelta una risita baja. —Harás más que esperar, princesa. Te aseguraras de ello. Nos vamos mañana por la tarde—
¿Qué?
—¿Nos vamos? Repito nerviosamente. Nero sonríe. Mas letal que cualquier ceño fruncido.
—¿Crees que te voy a dejar fuera de mi vista durante todo un fin de semana? Además, ¿Cómo se vería si apareciera sin mi amada prometida? —
Extiende la mano para tocarme la mejilla y me aparto. Su sonrisa solo se ensancha. —Así es, te gusta mirar, no tocar. Bueno, ¿Quién sabe princesa? Tal vez encuentres algo más que ver mientras estamos allí— Se da la vuelta y sale antes de que pueda tirarle un jarrón.