Capitulo 12

1919 Words
Punto de vista de Aleron (Aleya) El primer día había terminado, pero mi cuerpo parecía estar en huelga. Me dolían todos los músculos y todas las articulaciones como si me hubiera aplastado una estampida de lobos. El vapor caliente de la ducha apenas lograba relajarme, y cuando salí, con el pelo húmedo y envuelto en una toalla, apenas tuve fuerzas para ponerme el pijama masculino que había escondido en el fondo de mi mochila. El dormitorio estaba en completo silencio. Cassian, Axel y Lucien aún no habían regresado, y por primera vez desde mi llegada, me sentí segura. El colchón crujió bajo mi peso al desplomarme de bruces en la cama. “No quiero mudarme nunca más…” murmuré en voz baja. El mundo se volvió borroso. Mis párpados se cerraron lentamente y todo quedó en silencio. Un vacío oscuro y apacible me envolvió, como un abrazo cálido y eterno. El sonido de una alarma me sacó bruscamente de mi sueño. Abrí los ojos con dificultad, sintiendo mi cuerpo aún pesado y entumecido. El sol entraba a raudales por la ventana con una intensidad que me hizo entrecerrar los ojos. Me levanté, me vestí torpemente y salí del dormitorio con el pelo aún ligeramente húmedo. Todo parecía… normal. Demasiado normal. Los pasillos de la academia estaban llenos de estudiantes, pero algo no encajaba. Sus miradas se clavaron en mí con una intensidad antinatural. Sus rostros eran rígidos, inhumanos, y sus ojos... sus ojos parecían demasiado oscuros, como pozos sin fondo. “¿Qué…?” susurré mientras me miraban, susurros serpenteando entre ellos como veneno. Bajé la mirada hacia mi ropa y me quedé sin aire. No llevaba el uniforme de la academia. En cambio, llevaba un vestido blanco largo y delicado con encaje en las mangas. Mi cabello, largo y brillante, caía en cascada sobre mis hombros. “¡No, no, esto no puede estar pasando!” Los murmullos se convirtieron en un rugido. Las voces, distorsionadas, me perforaron la mente. "¡TRAIDOR!" “¡ERES UNA MUJER!” "¡MENTIROSO!" “¡CASTIGARLO!” Bolas de papel empezaron a llover sobre mí desde todas partes. Algunas me golpeaban la cara, otras aterrizaban a mis pies. Intenté cubrirme con los brazos, pero fue inútil. Las voces se hacían cada vez más fuertes, como ecos en el viento, repitiendo las mismas palabras una y otra vez. ¡Alto! ¡Por favor, alto! —grité, pero nadie me escuchó. Mis piernas reaccionaron antes que mi mente y eché a correr. Mis pies descalzos golpeaban el frío suelo del pasillo mientras el rugido de voces seguía resonando en mis oídos. El pasillo parecía interminable. Las paredes se estrechaban, las luces parpadeaban y las sombras se estiraban como brazos que intentaban atraparme. Cada vez que miraba hacia atrás, los estudiantes seguían allí, con sus rostros sin rasgos distintivos, como máscaras lisas que ocultaban algo monstruoso. “¡No mires atrás, no mires atrás!”, me repetía desesperadamente. Finalmente, el pasillo se abrió al pabellón principal. Enormes columnas se alzaban a ambos lados, y las ventanas, cubiertas por un cielo gris y opaco, dejaban entrar apenas un tenue y apagado hilo de luz. En cada rincón, de pie en filas perfectamente alineadas, estaban todos los estudiantes de la academia. Sus cuerpos estaban rígidos, sus cabezas ligeramente ladeadas, y esos rostros vacíos... esas máscaras sin ojos, sin bocas, sin vida. El trío estaba allí, casi al final del pabellón. Lucien, Axel y Cassian eran más altos y morenos que los demás. Pero sus rostros eran… nada. Vacíos. Corrí con todas mis fuerzas, pero las piernas me flaqueaban. El aire era denso, pegajoso y frío, lo que dificultaba la respiración. A pocos metros de la salida, resbalé. El mundo me dio vueltas antes de que mi cuerpo tocara el suelo de piedra. Un líquido frío y helado me salpicó la cara. Abrí los ojos con un jadeo, jadeando. Estaba tumbado boca arriba, con el agua goteando sobre mi cara. Alguien, o algo, me estaba echando agua desde arriba. El líquido me entró por la nariz y la boca, asfixiándome. Intenté gritar pero el agua me detuvo. Mis pulmones ardían y mi piel estaba cubierta de sudor frío. Mi ropa estaba empapada, pegada a mi piel, y un olor nauseabundo me invadía la nariz. Agua sucia, restos de comida podrida y algo más… algo metálico, como sangre. Intenté moverme, pero mis brazos y piernas estaban inmovilizados. Levanté la vista y vi las siluetas de varios hombres con pasamontañas, con los rostros ocultos en las sombras. Me llevaban en brazos, cada uno sujetando una de mis extremidades. El corazón me latía con fuerza en los oídos mientras intentaba procesar lo que estaba sucediendo. Lo último que recordaba era estar en mi cama después de esa horrible pesadilla. ¿O seguía soñando? No. Esto fue real. Me tiraron al suelo de golpe. El impacto me dejó sin aire y el frío del suelo se filtró a través de mi camisa empapada. A mi alrededor, distinguí otras figuras en la penumbra. Había cuatro, quizá cinco chicos más, todos en el mismo estado: mojados, con restos de comida pegados a la piel y el pelo, tendidos como muñecos rotos. El lugar era un aula vacía. Las ventanas estaban cubiertas de periódicos viejos, bloqueando la tenue luz de la luna. El aire olía a humedad, confinamiento y decadencia. Una voz profunda y distorsionada resonó en el silencio. "Bienvenidos al infierno, novatos". La voz resonó en el silencio, profunda y burlona. Se me erizó la piel al instante. Lo reconocí. Era él. Colter emergió de entre las sombras, caminando con una confianza irritante, como si fuera dueño de cada centímetro de aquel lugar. A su lado había otros dos chicos robustos, también con pasamontañas, pero no pude distinguir sus rostros con claridad. —Caballeros, permítanme presentarles al nuevo equipo del club de lucha —continuó Colter, abriendo los brazos teatralmente—. Pero primero, hay una pequeña regla para ser parte de nosotros... Su sonrisa se amplió en la tenue luz. “Tienes que quitarte la camisa.” Un silencio sepulcral llenó la habitación. Los demás chicos a mi alrededor parecían paralizados por el miedo o el frío. Mi corazón latía tan fuerte que lo sentía en la garganta. No. No podía dejar que esto llegara tan lejos. Me temblaban las manos mientras agarraba la tela empapada de mi camisa. Si me obligaban a desvestirme, mi secreto quedaría al descubierto. Todo habría terminado. Colter dio otro paso más cerca, la tenue luz de una lámpara rota iluminó su sonrisa torcida. ¡Vamos, novatos! No tenemos toda la noche; vamos a correr en grupo. El aire se volvió denso, como si la habitación estuviera a punto de derrumbarse sobre nosotros. Sentía las miradas de todos sobre mí, esperando a ver qué hacía. El miedo se convirtió en adrenalina. Con un movimiento rápido y desesperado, rodé hacia un lado y me puse de pie tambaleándome. Aproveché la confusión momentánea y corrí hacia la puerta. —¡Oye! ¡Detenlo! —rugió Colter, pero yo ya estaba en movimiento. Mis pies descalzos golpeaban el suelo húmedo mientras corría por el oscuro pasillo. Las luces parpadeantes sobre mí proyectaban sombras que parecían moverse, intentando arrebatarme. ¡Atrápenlo! ¡No lo dejen escapar! Las voces retumbaban detrás de mí, cada vez más cerca. Al final del pasillo, vi una caja roja de emergencia. Una alarma. Sin pensarlo dos veces, me abalancé sobre él, rompiendo el cristal con el codo y tirando de la palanca con todas mis fuerzas. Un chillido ensordecedor resonó por todo el edificio. Las luces rojas empezaron a parpadear y una sirena estridente me atravesó los oídos. —¡Maldita sea! —escuché la voz de Colter rugiendo en la distancia. Doblé una esquina y me escondí detrás de un armario viejo y oxidado. Respiraba agitadamente, con lágrimas en los ojos, pero me obligué a guardar silencio. Los pasos apresurados de los chicos resonaron por los pasillos mientras buscaban desesperadamente una salida antes de ser descubiertos. Tras lo que pareció una eternidad, el pasillo volvió a quedar en silencio. La alarma seguía sonando, pero las voces se habían desvanecido. Salí lentamente de mi escondite, con el cuerpo temblando como una hoja. Tenía las manos pegajosas por el agua sucia y restos de comida aún pegados a la ropa. “Luna…” susurré, mi voz apenas un hilo roto. Tranquila, Aleya. Se acabó. Pero tenemos que salir de aquí ya. Mis piernas apenas me sostenían, pero reuní las fuerzas que me quedaban y corrí hacia una salida lateral. Al abrir la puerta, el aire frío de la mañana me golpeó la cara como un balde de agua limpia. El cielo comenzaba a aclararse ligeramente con el amanecer. Me apoyé contra el muro de piedra, dejándome resbalar hasta quedar sentada en el suelo. Las lágrimas finalmente escaparon, y sollozos silenciosos me sacudieron el pecho. “No puedo… no puedo seguir haciendo esto…” murmuré, mis palabras desapareciendo en el aire helado. Luna habló suavemente en mi mente. —Sí, puedes, Aleya. Hemos llegado demasiado lejos como para rendirnos ahora. Me quedé allí, con la alarma todavía sonando a lo lejos, sintiendo el peso de todo lo que acababa de pasar aplastándome. Pero Luna tenía razón. Había llegado demasiado lejos como para detenerme ahora. El cielo apenas se tiñe de rosa cuando regresé al dormitorio. Mi ropa aún estaba húmeda, manchada de comida pegajosa y con ese olor nauseabundo pegado a mi piel. Cada paso resonaba en el silencio sepulcral de los pasillos, como si toda la academia contuviera la respiración. Cuando abrí la puerta del dormitorio, los vi. Cassian estaba sentado en su cama, Axel apoyado en la pared con los brazos cruzados, y Lucien de pie junto a la ventana, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en un punto invisible en el horizonte. Al principio no dijeron nada. Solo sus ojos —duros, fríos y llenos de decepción— se clavaron en mí como puñales. Axel fue el primero en romper el silencio. ¿Estás contento, chivato? Lo arruinaste todo. Cassian resopló y sacudió la cabeza; su habitual sonrisa burlona ahora estaba torcida por el desprecio. ¿Sabes cuántos años lleva esta tradición? Pero no, el nuevo tuvo que ir a dar la maldita alarma. Lucien no habló. Pero su mirada, tan intensa y fría, fue suficiente para helarme la sangre en las venas. No dije nada. No había nada que pudiera decir. El resto del día fue un infierno. Los murmullos me seguían a todas partes. Los estudiantes me miraban con desdén, con miradas llenas de odio y burla. Incluso los demás novatos, que habían estado tan aterrorizados como yo la noche anterior, ahora me miraban con resentimiento. En la cafetería, mi bandeja apenas cabía en mis manos temblorosas. Caminé hacia un rincón solitario, intentando ignorar las risas y los susurros que me rodeaban. Colter pasó junto a mí, empujándome bruscamente el hombro mientras lo hacía. ¿Qué te pasa, perdedor? Nos lo arruinaste todo. Ni siquiera pude responder. Me temblaban las manos y sentía un nudo en la garganta, como si una cuerda invisible me estuviera asfixiando lentamente. Cuando finalmente llegué a mi asiento, dejé caer la bandeja sobre la mesa y bajé la cabeza, evitando mirar a nadie. Estaba acabado. Mi vida social estaba arruinada, y oficialmente era el paria de la academia. Un soplón, un nerd, un bicho raro... alguien que no merecía estar allí.
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