Al día siguiente, durante el recreo, me escondí detrás de uno de los edificios menos transitados de la academia, donde Silvy y yo habíamos quedado. Llegó apresuradamente, irradiando su energía habitual, pero en cuanto me vio, su expresión cambió a una mezcla de compasión y preocupación.
¡Aleya! ¿Estás bien? ¿Qué te hicieron esos idiotas?
Me encogí de hombros, manteniendo la mirada fija en el suelo.
—Todos me odian, Silvy. Incluso los otros novatos. Los de segundo, los de tercero... incluso mis compañeros de piso.
—Pero… ¿por qué? ¿Qué pasó?
Le expliqué todo. Desde que me desperté empapada y cubierta de basura, hasta que corrí a la alarma y la activé, pensando que me estaba salvando de algo mucho peor. Al final, se me saltaron las lágrimas y no pude contenerlas.
“Pensé que iban a descubrir lo mío, Silvy… Pensé que todo había terminado.”
Ella me abrazó fuertemente, sus pequeños brazos me envolvieron como si tratara de reconstruir los fragmentos rotos de mi orgullo.
Escucha, no sé cómo arreglar lo que pasó durante la ceremonia. Eso ya es cosa del pasado, y esos brutos no lo van a olvidar fácilmente.
Me aparté ligeramente, secándome las lágrimas con la manga de mi chaqueta.
—Entonces... ¿qué hago? No puedo quedarme así, Silvy. No soporto que todos me miren como si yo fuera...
—Un bicho raro —terminó por mí—. Pero no te preocupes, tengo una idea para mejorar tu vida social.
Sus ojos brillaban con ese brillo travieso que tan bien conocía, el mismo que aparecía siempre que tenía un plan arriesgado en mente.
“No estoy seguro de querer oír esto…” murmuré, aunque una pequeña parte de mí sentía curiosidad.
No te preocupes, confía en mí. Puede que no podamos borrar lo que hiciste, pero podemos cambiar lo que piensan de ti.
"¿Cómo?"
—Eso, querido Aleron, lo descubrirás mañana.
Silvy me guiñó un ojo y se levantó con una sonrisa confiada.
Por ahora, descansa. Necesitas recuperar fuerzas porque lo que viene... va a ser épico.
La vi alejarse con pasos decididos, con su trenza moviéndose de un lado a otro.
Por primera vez desde aquella noche en el gimnasio, sentí una pequeña chispa de esperanza.
No sabía qué estaba planeando Silvy, pero una cosa era segura: si alguien podía sacarme de ese agujero, era ella.
Respiré profundamente, cerré los ojos por un momento y me preparé mentalmente para lo que viniera después.
Mientras tanto, en la finca Silverfang
El silencio en el salón de la mansión Colmillo Plateado era opresivo. El fuego aún crepitaba en la chimenea, pero su calor no nos llegaba. Mi padre, Damian Colmillo Plateado , permanecía de pie ante las llamas, con los hombros tensos y la mirada fija en el abismo naranja.
—Samuel… hay algo que necesitas saber —dijo finalmente, en voz baja, casi un susurro, como si pronunciar esas palabras fuera una forma de tortura.
Algo en su tono me puso nervioso. No era común verlo así: tan vulnerable, tan... humano. Damian Colmillo Plateado nunca se derrumbó ni mostró debilidad. Pero ahora... ahora parecía un hombre al borde del precipicio.
“¿De qué estás hablando, padre?”
Respiró hondo, pero no se giró para mirarme. Su mirada permaneció fija en el fuego, buscando respuestas entre las llamas.
“Estamos en quiebra, Samuel.”
Sus palabras me golpearon en el pecho como un martillo. Un escalofrío me recorrió la espalda y, por un momento, pensé que lo había entendido mal.
"¿Qué dijiste?"
Me oíste. Las minas… nuestros negocios… han fracasado. Hemos invertido tiempo, dinero y recursos en ellas durante años, con la esperanza de que la tierra nos devolviera sus riquezas, pero todo ha sido en vano. No hay oro, ni plata, ni piedras preciosas. Solo polvo y promesas incumplidas.
Me dejé caer pesadamente en una silla cercana, sintiendo como si el suelo hubiera desaparecido bajo mis pies.
¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?
—Un año. —Le temblaba ligeramente la voz—. He intentado revertir la situación, buscar nuevos contratos, nuevos aliados, pero nadie está dispuesto a invertir en nosotros. Nuestra reputación está manchada, y el único clan que nos ha tendido la mano ha sido el Garra de Piedra .
El nombre de Nathaniel y su despreciable clan me hicieron apretar los puños.
—Entonces... ¿por eso te casaste? —murmuré, con la bilis subiendo por mi garganta—. ¿Por eso querías casar a Aleya con ese... monstruo?
Damian finalmente se giró para mirarme. Su rostro estaba marcado por la preocupación, sus ojos grises más apagados que nunca.
No pienses ni por un segundo que fue una decisión fácil para mí, Samuel. Aleya es mi hija. La amo, y jamás habría considerado algo así si no estuviera desesperado. Era casarme o volver a vivir en cuevas como salvajes.
Me puse de pie bruscamente, con el pecho ardiendo de furia.
¿Y crees que vendérsela a ese cabrón es la solución? ¿Crees que condenar su vida, su libertad, es la forma de salvar este legado podrido?
—¡No me levantes la voz, Samuel! —rugió mi padre, y su voz resonó en las paredes de piedra.
Ambos guardamos silencio, respirando con dificultad. El peso de sus palabras, el peso de la verdad, era casi insoportable.
—En tres meses... —continuó Damian, con un tono más bajo, casi derrotado—, lo perderemos todo. La Casa Colmillo Plateado dejará de existir. Seremos expulsados de nuestras tierras, confiscarán nuestras propiedades y nuestra gente quedará desamparada.
El aire abandonó mis pulmones lentamente. Tres meses. Esa era la fecha límite.
—¿Por qué no se lo dijiste a Aleya? —pregunté finalmente, con mi voz apenas un susurro.
—Porque no quería cargarla con este peso —respondió, encorvándose—. Ya le bastaba con enfrentarse a un destino que no deseaba. Decidí cargar con esta verdad solo, pero ahora... ahora no puedo ocultártela.
Me pasé las manos por el pelo, intentando procesar toda esta información. Aleya se había ido para escapar de un destino impuesto, un destino que ahora entendía que estaba teñido de desesperación y sacrificio.
—¿Crees que Aleya aceptaría volver si supiera la verdad? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—No lo sé —respondió Damián con sinceridad—. Pero, Samuel, si no regresa... si no acepta este matrimonio, no seremos solo nosotros los que sufriremos. Toda nuestra gente quedará a la deriva.
Sentía las piernas débiles. El peso del legado de Colmillo Plateado recaía sobre mis hombros, y era un peso que no estaba seguro de poder soportar.
—Entonces tenemos que encontrar otra solución —dije finalmente, con voz firme aunque temblaba por dentro—. Aleya no puede volver a esta casa para convertirse en prisionera de Nathaniel. No podemos dejar que gane.
—¿Y qué sugieres que hagamos, Samuel? —preguntó mi padre con un leve rayo de esperanza en su voz.
Lo miré directamente a los ojos.
Aún no lo sé. Pero una cosa sí sé: no sacrificaremos a Aleya. No la condenaremos a una vida de miseria solo para salvar unas tierras y una mansión en ruinas. Encontraremos otra manera, aunque tenga que quemar todo lo que Nathaniel posee.
El silencio volvió a llenar la sala, pero esta vez era diferente. No era el silencio de la resignación, sino de la determinación.
—Descansa, padre —dije mientras me giraba hacia la puerta—. Porque mañana empezaremos a planear cómo salvar a nuestra familia... sin tener que sacrificar a Aleya.
No dejaría que nuestro clan cayera en manos de Nathaniel.
—Samuel... —su voz era baja pero cortante, como el filo de una espada—. Sabes que es su responsabilidad. Así que dime, ¿por qué la ayudas a evadir sus obligaciones?
Sentí que algo pesado caía sobre mi pecho, como una piedra insoportable. Mi padre no estaba simplemente enojado; no era solo frustración lo que vi en sus ojos, sino decepción.
—¿Crees que no lo sé? —respondí tensa, levantándome de mi asiento y enfrentándome a su mirada—. ¿Crees que no entiendo el peso que Aleya lleva sobre sus hombros? ¿Que no entiendo las consecuencias de sus actos?
Damián no dijo nada. Su mirada permaneció fija en mí, esperando, evaluándome.
—Aleya no es responsable de los errores que cometimos —continué, sintiendo que me temblaba un poco la voz—. Ni de las malas decisiones que nos llevaron a este punto.
—No es una niña, Samuel. Conocía su papel, su deber como hija de este clan.
—¿Deber? —Me burlé con amargura—. ¿Y qué hay de su felicidad? ¿Su libertad? ¿Acaso no cuentan para nada? ¿La única manera de salvar a esta familia es venderla como una mercancía más?