Mi padre frunció el ceño y apretó la mandíbula con tanta fuerza que pude ver los músculos tensándose bajo su piel.
—No hables de esto como si fuera algo fácil para mí, Samuel —respondió con un gruñido bajo—. Todas las noches, cierro los ojos y veo su rostro; veo la desesperación en sus ojos cuando le conté del compromiso. No es algo que hice a la ligera, pero... no hay otra opción.
—¡Sí que la hay! —exclamé, acercándome a él—. Siempre hay otra manera, pero requiere valentía; requiere afrontar lo que está realmente mal en esta situación. Nathaniel no quiere a Aleya, padre. La quiere como símbolo de poder, como estandarte de victoria para humillarnos delante de todos.
Mi padre permaneció en silencio. El fuego iluminó parte de su rostro, dejando la otra mitad en sombras, como si estuviera atrapado entre dos mundos: el líder que debía proteger a su clan y el padre que quería proteger a su hija.
—Aleya no es una pieza de este juego, padre. Es una persona: mi hermana... tu hija.
Damián dejó escapar un pesado suspiro y cerró los ojos por un momento como si el peso de mis palabras se hubiera convertido en cadenas invisibles alrededor de su cuello.
—¿Y si fracasamos, Samuel? —susurró, con la voz ligeramente quebrada—. ¿Qué pasa si lo perdemos todo? Si nos quitan nuestras tierras, si nuestra gente queda desamparada... ¿podrás vivir con eso?
Mi padre cerró los ojos e inclinó la cabeza. Por un instante, el gran Alfa Damián Colmillo Plateado pareció un hombre derrotado. El peso de su responsabilidad, de sus errores, lo consumía.
—No dejaré que la atrapen, padre. Y no permitiré que este clan caiga. Encontraré la manera, lo prometo.
Me giré para salir de la habitación, pero su voz me detuvo justo antes de cruzar la puerta.
“Samuel…”
Giré ligeramente la cabeza, esperando sus palabras.
“¿Y si no hay otra manera?”
“Entonces crearemos uno”, respondí sin dudarlo.
Salí del salón con paso firme, aunque el temblor de mis manos no había desaparecido. La conversación con mi padre aún resonaba en mi mente; sus palabras me atravesaban el pecho como espinas.
Pero no me detendría.
Aleya no volvería a ser prisionera de Nathaniel. No mientras yo pudiera evitarlo.
Punto de vista de Aleron (Aleya)
El segundo día de clases fue peor de lo que jamás imaginé. Pensé que, con el tiempo, las cosas se calmarían, que el incidente de la ceremonia de iniciación se olvidaría, pero no. La etiqueta de "soplón" era una cicatriz que nadie dejaría sanar.
Desde el momento en que puse un pie en el pasillo, lo sentí. Las miradas furtivas, los susurros, las risitas contenidas al pasar. Era como si mi presencia contaminara el aire a su alrededor.
Alguien había cambiado los carteles de mis clases al principio del día. Terminé en el aula equivocada y el profesor me echó sin dudarlo.
"Llegas tarde y esta no es tu clase. Vete inmediatamente."
El resto de los estudiantes se rieron al verme salir, con la cara ardiendo. No pude evitar sentirme como un insecto bajo una lupa, condenado a arder bajo la luz de su desprecio.
Pero lo peor llegó a la hora del almuerzo.
Buscaba una mesa lo más lejos posible de los demás cuando sentí algo frío y pegajoso en la espalda. El olor a mantequilla y especias me impactó con fuerza, y un líquido tibio empezó a resbalar por mi cuello.
"¡Traidor!" gritó alguien desde el otro lado del comedor.
El ruido en la habitación se acalló un instante antes de estallar en risas y murmullos. Todos me miraban, algunos con burla, otros con desdén. Me temblaban las manos y un nudo de vergüenza se me alojó en la garganta.
Por un instante, pensé en gritar algo, en devolverles la mirada con desafío. Pero no pude. Simplemente di media vuelta y salí corriendo.
En el baño, me encerré en uno de los cubículos y me apoyé en la pared. Me temblaban las manos mientras intentaba limpiarme los restos de puré de la camisa con un papel húmedo.
"Es un bicho raro."
"Tal vez su lobo sea un Omega."
"Patético."
Las voces se filtraban por debajo de la puerta del cubículo. Me ardían los oídos. Me tapé la boca con una mano, sintiendo que se me llenaban los ojos de lágrimas.
"¡Cállate!", susurré para mí mismo, pero no podían oírme.
El grupo finalmente salió del baño y volvió el silencio. Me obligué a respirar hondo y a limpiar mi uniforme lo mejor que pude.
—No llores, Aleya. No aquí. No ahora.
Me miré en el espejo. Tenía los ojos rojos y los labios temblaban. Pero levanté la barbilla y salí del baño con paso firme.
Cuando regresé al comedor, Baltimore me hizo un gesto desde una mesa en la esquina.
—¡Aleron, ven aquí! —dijo con voz firme pero amable.
Me acerqué lentamente y me senté con ellos. Tobias, con sus ojos saltones, me miró con compasión. Josh asintió levemente y Baltimore me dedicó una sonrisa tímida.
—No les hagas caso —dijo Tobias mientras cortaba un trozo de pan—. Esos idiotas no saben nada.
"Por eso odiamos el club de lucha", añadió Baltimore. "Son unos matones. Muchos novatos abandonan el club después de sus crueles travesuras".
—El capitán es un completo idiota —murmuró Josh con una mueca de disgusto.
—Colter… —dije su nombre casi en un susurro.
"Ese tipo tiene serios problemas", añadió Tobias. "Se cree dueño de todo y de todos aquí".
"¡Ahí viene el diablo!" dijo Josh, mirando por encima de mi hombro.
El aire pareció enfriarse de repente. Sentí una sombra cubrir la mesa, y el olor a colonia barata y sudor me llenó la nariz.
Colter estaba parado justo detrás de mí.
—Vaya, vaya… miren al grupo de perdedores —dijo con su voz profunda y burlona.
Todo mi cuerpo se tensó. No podía verlo, pero lo sentía inclinado ligeramente sobre mí, con las manos apoyadas en el respaldo de mi silla. Su presencia era sofocante, una barrera invisible que me presionaba contra el suelo.
"¿Estás contento, novato? Después de chillar como un cerdo anoche", me susurró al oído.
"Déjalo en paz, Colter", dijo Baltimore con voz ligeramente temblorosa.
Colter ignoró sus palabras. Su sombra parecía crecer cada vez más, y podía sentir que todos en el comedor nos miraban fijamente.
"¿No vas a decir nada, chico nuevo? ¿No vas a defenderte?", su tono era casi melódico, como si saboreara cada palabra.
El temblor en mis manos desapareció. Fue reemplazado por una ira fría que bullía en mi pecho.
"Sal de mi espacio", dije finalmente, con voz firme, aunque un poco temblorosa.
"¿Y si no quiero?" respondió con una sonrisa torcida.
Me levanté lentamente de mi silla y me giré para mirarlo.
"Entonces deja de esconderte detrás de tus matones y admite que necesitas aplastar a los débiles para sentirte poderoso".
Colter dejó de sonreír. El aire se volvió denso y opresivo. Las risas de los chicos de mi mesa se acallaron.
"¿Quién carajo te crees que eres, novato?"
"Soy el chico nuevo que te golpeó la cara en la jaula".
Todo el comedor estalló en risas y murmullos. Algunas mesas aplaudieron, mientras que otras abuchearon. Pero lo importante era que había logrado romper esa máscara de superioridad que Colter siempre llevaba.
Apretó la mandíbula y con un gruñido bajo me agarró por el uniforme, acercándome tanto que nuestras frentes casi se tocaron.
- Oye, cállate, Aleron, no lo provoques.
"Deberías escuchar a tus amigos si no quieres salir lastimado".
"¿Por qué, Colter?", pregunté con voz desafiante. "¿Te preocupa perder otra vez contra un chico 'débil'? ¿O quizás todo esto es solo una forma de compensar... algo más pequeño?"