Aleya dejó el teléfono en su regazo después de leer las biografías de sus compañeras de cuarto. Por un momento, sus pensamientos vagaron. "¿Por qué estas tres, con todo el dinero que tienen, viven en los dormitorios comunes de la academia? Si tuviera sus recursos, estaría disfrutando de una suite privada con todos los servicios".
Luna intervino, divertida. "Porque, cariño, si lo hicieran, quedarían como elitistas pomposos. Serían la comidilla del campus y arruinarían su imagen de alfas cercanos a la gente".
"Qué irónico", respondió Aleya mentalmente. "Son elitistas a más no poder. Pero, claro, guardar las apariencias es más importante que la comodidad".
Miró su teléfono antes de murmurar: "¿Y yo qué? ¿Qué encontraría alguien si buscara mi nombre? Probablemente nada".
La curiosidad la venció y escribió su nombre —Aleron Colmillo Plateado— en la barra de búsqueda de Woolfgle . El resultado fue deprimente: solo una foto formal del día en que entró en la academia, con el pelo corto y la expresión rígida como un bloque de hielo.
"Patético", pensó, dejando caer el teléfono sobre la cama. "Ni una sola línea interesante. Comparada con ellos, soy un fantasma en el sistema".
Luna soltó una carcajada. "Bueno, míralo por el lado positivo. Cuanta menos información haya, menos posibilidades hay de que alguien descubra tu pequeña farsa".
Aleya resopló, intentando convencerse de que su anonimato era una ventaja. Sin embargo, no pudo evitar sentirse pequeña al lado de esos tres alfas que parecían tenerlo todo: poder, riqueza y, por si fuera poco, el reconocimiento de todos a su alrededor.
"Al menos tengo algo que ellos no tienen", pensó, forzando una sonrisa.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es eso? —preguntó Luna, curiosa.
"Una identidad secreta", respondió Aleya con sarcasmo mientras se acomodaba en la cama, lista para planificar su próximo movimiento.
Aleya entró al aula con el corazón en la garganta. «Mi única misión», pensó, «es pasar desapercibida. Tres meses, solo tres meses. Luego, adiós compromiso, adiós Nathaniel y hola, mi antigua vida». Pero incluso mientras se repetía esas palabras, sabía que no sería tan sencillo.
El aula olía a madera vieja y libros viejos. Los asientos estaban dispuestos en filas inclinadas, y al fondo, el dinámico trío —Cassian, Axel y Lucien— ya había ocupado los últimos asientos, riendo entre ellos. Aleya dejó escapar un suspiro de frustración. «Claro que están aquí. Mi suerte no podría ser peor».
Parecía que el destino estaba decidido a asegurar que no pudiera escapar de ellos. No solo compartían habitación, sino que ahora también estarían juntos en cuatro asignaturas clave: Caza Avanzada, Estudios de Presas y Territorio, Rastreo de Enemigos y Anatomía Animal. Cuatro periodos, dos veces por semana. Más de lo que Aleya habría deseado en toda su vida.
En el centro del aula, la profesora Gertrude se sentaba tras el escritorio. Una mujer regordeta de mejillas color cereza y una voz estridente que resonaba en las paredes. Al verla, Aleya no pudo evitar pensar que era la clase de profesora que hacía que cualquier estudiante deseara estar en otro lugar.
—¡Silencio, clase! ¡Silencio! —chilló Gertrude, golpeando suavemente el escritorio con una regla—. Tenemos un nuevo estudiante en la sala. El Sr. Colmillo Plateado , ¿verdad?
Aleya asintió rígidamente, sintiendo las miradas clavadas en ella. «Esto no puede estar pasando», pensó mientras el profesor continuaba.
¡Preséntate, joven! Cuéntale a la clase algo sobre ti.
Aleya tragó saliva con dificultad y se levantó lentamente. Sabía que cualquier error podría delatarla, así que mantuvo la voz firme y profunda, tal como había practicado.
—Soy Aleron Colmillo Plateado . Soy del norte y... —comenzó, pero un fuerte ruido la interrumpió.
Pffffffft .
Uno de los chicos, probablemente idiota, imitó el sonido de una flatulencia con la axila. La risa se extendió por la sala, y Aleya sintió que se le calentaba la cara. Intentó ignorarlo, pero Luna, en el fondo, no lo dejó pasar.
¿En serio? ¿Flatulencia? ¿Cuántos años tienen estos chicos? ¿Cinco?
Aleya continuó como si nada hubiera pasado, pero el nerviosismo se había apoderado de su voz. "Eh... estoy emocionada de estar aquí y... espero aprender mucho". Terminó rápidamente, sentándose antes de que nadie más pudiera añadir un comentario.
“¡Qué idiotas!”, pensó, evitando las miradas burlonas.
Al hundirse en su asiento, sintió una mano que le tocaba suavemente el brazo. Levantó la vista y vio a un chico de ojos amables y cabello castaño, que le señalaba un espacio vacío cerca de la ventana.
—Puedes sentarte ahí —dijo en voz baja, sonriendo. Aleya asintió agradecida y se sentó. Luna intervino de nuevo, sorprendida.
Bueno, al menos aquí hay alguien que no es un completo idiota. ¿Quién es este tipo? ¿Nuestro primer aliado?
Aleya decidió no responder. Todavía estaba demasiado ocupada lidiando con el desastre de su presentación y el eco de las risas en la sala. Cuando Gertrude comenzó la lección, Aleya solo tenía un pensamiento claro en la mente:
“Esto va a ser lo más difícil que he hecho jamás”.
Las palabras de la profesora Gertrude se convirtieron en un eco lejano para Aleya. «No solo aburridas, sino insoportables», pensó mientras su mente divagaba. Los minutos transcurrían lentamente, y cada palabra sobre anatomía animal sonaba como un murmullo indistinto.
«Esto es una tortura», pensó, apoyando la barbilla en la mano. «En la Academia Luna, los profesores al menos intentaban hacer las clases interesantes. Juegos, debates e incluso retos de equipo. Aquí, parece que solo saben hablar y hablar».
Luna, como siempre, añadió su comentario: «Eso es lo que pasa cuando estás rodeado de machos alfa. Se especializan en músculos, no en creatividad».
“Extraño la Academia Luna”, continuó Aleya mentalmente, ignorando el sarcasmo de su loba. “Ni siquiera está tan lejos, solo a unas pocas hectáreas, pero se siente como otro mundo. Era mi refugio, un ecosistema completamente diferente. Y extraño a Silvy…”
Pensar en su mejor amiga la invadió como una oleada de nostalgia. Sabía que Silvy debía estar preocupada, preguntándose por qué Aleya había desaparecido sin explicación. Pero Samuel, siempre tan protector, le había confiscado el teléfono, sustituyéndolo por uno desechable que apenas servía para llamadas y mensajes. Se sentía como si estuviera desconectada de su vida.
«Silvy debe estar volviéndose loca», pensó, con un nudo en la garganta. «Y aquí estoy yo, fingiendo ser quien no soy».
Un chasquido frente a su rostro la sacó de sus pensamientos.
¿Aleron? ¡Hola! ¿Estás conmigo? —preguntó una voz masculina.
Aleya parpadeó al darse cuenta de que un chico estaba frente a ella, sonriendo amablemente. Era Max Whitaker, de cabello castaño claro y expresión tranquila.
—Lo siento —dijo, intentando recomponerse—. Estaba distraída.
—No hay problema —respondió Max con naturalidad—. Soy Max Whitaker, el delegado de la clase. Pensé que sería bueno presentarme y ofrecerte ayuda, ya que eres nuevo.
Aleya comprendió de inmediato la amabilidad de Max. Como delegado, probablemente sentía que era su deber hacer que los nuevos estudiantes se sintieran bienvenidos.
—Gracias —respondió ella, forzando una sonrisa—. Sería genial.
"¿Quieres que te enseñe la cafetería? Ya casi es la hora de comer", ofreció Max.
Aleya asintió y, al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que todos habían salido del aula mientras ella estaba absorta en sus pensamientos. «Qué buena manera de pasar desapercibida», pensó, sintiendo un ligero rubor en las mejillas.
El comedor era impresionante, con techos altos y filas de mesas perfectamente alineadas. A Aleya le sorprendió la variedad del buffet: carnes, ensaladas, guisos y postres. «Bueno, al menos no escatiman en comida», pensó, mientras llenaba su bandeja con un poco de todo.
Max la guió hasta una mesa vacía en la esquina, pero Aleya decidió sentarse en una más céntrica, pensando que allí estaría más tranquila. Apenas había dado un par de bocados cuando una sombra se posó sobre su mesa.
—Vaya, vaya —dijo una voz familiar. Era Cassian, con su sonrisa burlona—. Mira a quién tenemos aquí. Nuestro pequeño inquilino indeseado.
Axel se le unió, cruzándose de brazos con una expresión fingida de sorpresa. "Así es. Arrastrándose como una cucaracha. ¿Qué haces en nuestro sitio, amigo?"
Aleya levantó la vista, irritada. «Es una mesa vacía. Me senté aquí porque estaba vacía».
—Vacío, claro —respondió Lucien con un tono frío y tranquilo. Tenía un palillo entre los labios; su postura era relajada pero intimidante—. ¿Qué le pasa al novato? ¿Es lento o algo así?
A Aleya le hirvió la sangre, pero Lucien continuó antes de que pudiera responder. «Mira a tu alrededor. Hay gente por todas partes, todas las mesas ocupadas. ¿De verdad crees que una mesa en el centro del comedor estaría vacía solo porque sí? Este lugar tiene dueño».
«Idiotas arrogantes», pensó Aleya, intentando mantener la compostura. Sus manos se aferraron a los bordes de la bandeja, y Luna, siempre la instigadora, intervino.
—Vamos, déjame encargarme de esto. Un mordisco rápido en su precioso cuello y problema resuelto.
—Ahora no, Luna —respondió Aleya mentalmente, obligándose a respirar hondo. Sabía que no podía permitirse una confrontación directa, pero eso no significaba que les dejaría ganar.
—Lo siento —dijo finalmente, levantándose con la bandeja en la mano—. No sabía que esta mesa tenía un cartel que decía «Reservado para idiotas».
Cassian se echó a reír, pero Axel frunció el ceño, mientras que Lucien, impasible, la observaba con ojos que parecían atravesarla. Aleya se alejó hacia un rincón del comedor, con la cabeza bien alta y su orgullo intacto, aunque por dentro se sentía destrozada.