El ritmo es torpe y lento, pero a Adam no parece importarle mi inexperiencia. Sus caderas se levantan para encontrarse con las mías, y mis dedos se aferran a los mechones de pelo de su nuca.
Un gemido me delata en el momento en que se deja caer de nuevo contra el colchón y encoge las rodillas para cambiar el ángulo de los suaves empujones.
El ritmo, ahora, lo impone él....
Un pequeño gemido se me escapa cuando mis caderas y las suyas chocan con más fuerza de lo habitual, y él aprovecha ese momento para hacerme girar sobre mi espalda y tumbarse encima de mí. Entonces, empieza a moverse.
Mis piernas rodean sus caderas y mis brazos siguen rodeando su cuello. Sus codos se apoyan a ambos lados de mi cara y su frente y la mía casi se tocan. El vaivén de su cuerpo contra el mío, acompañado de
